En su translación fiel del latín, quid pro quo significa “algo a cambio de algo que se recibe a cambio de otra cosa”. Nunca tres palabras de origen latino son tan apropiadas en nuestro medio, en particular en la esfera política sin descartar en la del Ministerio Público y Judicial y en el privado. Sobrados casos y ejemplos los hay y muchos.
En la Antigua Grecia del siglo IV a.C. vivió Apeles, uno de los más admirados e ilustres pintores por su destreza en la perfección en el arte de la pintura. Dicen que era extremadamente rígido y crítico con sus obras que solía exhibirlas en la plaza pública y así los transeúntes que las admiraban opinaban sobre las mismas. En cierta ocasión un zapatero le reprochó una de las sandalias que portaba el protagonista del cuadro. Apeles escuchó atentamente y corrigió su error para, al día siguiente, volver a mostrar su obra. El zapatero, envalentonado y presuntuoso, quizás por el éxito que había conseguido al influir con su crítica en la corrección del cuadro, volvió a juzgar sobre el mismo, esta vez, dando su punto de vista sobre la pierna del personaje de la obra. Ante ello, Apeles hizo callar al zapatero diciéndole: «El zapatero no debe juzgar más arriba de las sandalias».
La palabra “ética” proviene del griego ethos, que significa “carácter” o “comportamiento”. Dicen que Aristóteles definió el ethos como los hábitos y costumbres de los individuos, sobre la conducta humana y los principios que gobiernan el proceder, sobre la teoría del comportamiento moral en la sociedad. Las virtudes, sostuvo, son disposiciones del carácter que permiten a las personas actuar de forma correcta. La práctica constante de estas virtudes desarrollaría el carácter moral del individuo. Platón esbozó un modelo de sociedad justa donde la ética está unida al bien común donde la virtud podría dirigir a la sociedad hacia el bien.
“Los Idus de Marzo” proviene del calendario romano y ha adquirido un gran significado histórico debido a los eventos que ocurrieron en ese mes y en particular el día 15. De hecho, se asocia históricamente con una serie de eventos que llevaron a la crisis política y el final de la República Romana; el asesinato de Julio César, apuñalado durante una reunión del Senado, por un grupo de senadores que se oponían a su acumulación de poder, es uno de aquellos eventos.
A nadie escapan los escándalos jurídicos que involucran al Ministerio Público. La pésima y paupérrima gestión del actual fiscal general del Estado no ha hecho otra cosa más que poner en tela de juicio la confianza en el sistema judicial, en particular en el actuar de los componentes del Ministerio Público, empezando por la cabeza. Su actuar está en entredicho.
Entre los filósofos de la antigüedad de nombre más conocido tenemos a Diógenes de Sinope, el Cínico. El testimonio de su vida fue realmente impresionante. Vivía en un barril y no poseía otra cosa más que un manto para cubrirse, un candil para iluminarse, incluso durante el día, y un bastón que necesitaba para caminar. Ínterin caminaba por la ciudad y alguien le preguntaba: “¿Qué haces, Diógenes?”; él respondía: “Buscando un hombre honesto”.
Según el historiador griego Heródoto, Sisamnes fue un juez real, corrupto, cargo ejercido durante el reinado de Cambises II de Persia. Se cuenta que como juez aceptó ser sobornado y dictó una sentencia injusta. A consecuencia de tal actuar, Cambises lo mandó detener por prevaricador y ordenó que se le despellejara vivo. Su piel se usó para tapizar el asiento en el que había presidido los juicios, y en el que debía sentarse su hijo, Ótanes, al que Sisamnes lo eligió para reemplazarle. Ótanes debía recordar el origen del cuero para que lo tuviera muy en cuenta en sus audiencias, deliberaciones y sentencias. Nunca dictó condenas injustas ni realizó actos de corrupción.
En su significado actual, INVESTIDURA proviene del latín investio, “vestir”, es el acto solemne por el que una persona hace posesión de un cargo político o institucional. El verbo investir, por su parte, se refiere a otorgar un cargo o una dignidad de importancia.