Jesucristo es el eminente enviado del Padre para anunciar e inaugurar el Reino de Dios en nuestro mundo. Su vida entera fue de una dedicación profunda a esta tarea y no reservó nada de sí mismo, por eso en la cruz exclamó: “Todo está cumplido“: Él hizo bien su parte.
Celebramos la solemnidad de Pentecostés, es decir, después de cincuenta días de su Resurrección, Jesús nos envía desde el cielo su Espíritu, regalo que muchas veces había prometido. La venida del Espíritu Santo marca el nacimiento de la Iglesia, que significa el conjunto de fieles que creen en Jesús Resucitado y se reúnen en su nombre: es el cumpleaños de la Iglesia, nuestra Madre en la fe y Maestra en tantas enseñanzas de vida. El Señor nos envía el Espíritu Santo, que realiza una nueva creación en el mundo y en el corazón de cada ser humano. Hablamos, normalmente, de los siete dones que ejecutan esta obra: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y filial Temor de Dios. Para consumar esta nueva creación hay diversidad de dones, los ya citados, y muchos otros, pero el Espíritu que los ofrece es siempre el mismo. Englobando todo, podemos considerar esta nueva creación en cuatro puntos.