Si en 2023 algún votante optó por Santiago Peña pensando que su administración sería distinta a anteriores presidentes colorados, a esta altura debe estar decepcionado. Al principio, algunos colorados cartistas pretendieron presentar a Peña como una suerte de modelo de presidente: joven, economista, de familia estable y de buena presencia.
Al comando de Honor Colorado, –que es el que maneja o procura manejar este país– le gustaría que el escándalo de los chats del asesinado diputado Eulalio “Lalo” Gomes se disipe con la aceptación de la renuncia del diputado cartista Orlando Arévalo, uno de los más salpicados por las filtraciones.
Los chats en el teléfono del fallecido diputado Eulalio “Lalo” Gomes revelaron lo que más o menos se sabía: que el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, después de la salida de Óscar González Daher (+) y el partner Fernández Lippmann, siguió siendo un centro de extorsión y chantaje a jueces, fiscales y abogados, solo que ahora vinculado más evidentemente con el crimen organizado y el lavado de dinero.
La excusa de la “persecución” y el victimismo en la que se escudan autoridades del cartismo -comenzando por el mismo presidente Santiago Peña- perdió toda eficacia y credibilidad ante las muchas cuestiones contundentes que salen a la luz.
El bochorno que protagonizó hace unos días Santiago Peña en Washington, con su frustrada participación en la ceremonia de investidura de Donald Trump, trae a la memoria otro “memorable” episodio que protagonizó Horacio Cartes en septiembre de 2015, cuando un teleprónter le jugó una mala pasada y lo dejó, literalmente, sin palabras y gesticulando cual Mister Bean ante su auditorio.
La película que armó el oficialismo con el caso del fin de la cooperación entre la Administración del Control de Drogas (DEA, por su sigla en inglés) y la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) para el combate al narcotráfico continúa y amenaza convertirse en una serie de varios capítulos.