Salud respiratoria: alergias, asma e infecciones
En condiciones de alta humedad proliferan mohos, ácaros del polvo y bacterias que funcionan como desencadenantes de alergias y crisis asmáticas. Las personas con asma suelen experimentar síntomas más intensos y frecuentes en ambientes húmedos y mal ventilados.

Además, la humedad puede favorecer la supervivencia de virus respiratorios en el aire y sobre superficies, lo que aumenta las probabilidades de contagio de enfermedades como gripe o resfriado común, especialmente en espacios cerrados.
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Sistema inmunológico: sobrecarga y mayor vulnerabilidad
La exposición constante a humedad elevada también impacta el sistema inmune. Ambientes saturados de esporas, toxinas o patógenos obligan al organismo a sostener una respuesta defensiva continua, lo que puede debilitar su eficiencia con el tiempo.

Esto se traduce en una mayor susceptibilidad a infecciones y enfermedades crónicas.
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Cerebro y humedad: efectos neurológicos y emocionales
La relación entre ambientes húmedos y la salud cerebral es un área de investigación creciente. La exposición prolongada a mohos y toxinas ambientales ha sido vinculada con síntomas como fatiga mental, cefaleas persistentes, problemas de memoria y dificultades de concentración.

También puede afectar el descanso: la humedad interfiere con la calidad del sueño, lo que a su vez puede contribuir al desarrollo de trastornos como ansiedad, irritabilidad o incluso depresión leve.
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Grupos de riesgo
Aunque la humedad puede afectar a cualquier persona, hay grupos especialmente vulnerables:
- Personas con enfermedades respiratorias crónicas (asma, EPOC, rinitis)
- Pacientes inmunodeprimidos (por tratamientos, enfermedades autoinmunes o edad avanzada)
- Niños y bebés, cuyo sistema inmune aún está en desarrollo
- Adultos mayores, más sensibles a infecciones y a condiciones del entorno
- Personas con trastornos del sueño o enfermedades neurológicas preexistentes
Cómo reducir la humedad en interiores
Para prevenir estos efectos, los especialistas recomiendan:
- Ventilar correctamente los espacios, sobre todo baños, cocinas y dormitorios.
- Usar deshumidificadores, especialmente en climas tropicales o viviendas con escasa ventilación.
- Reparar filtraciones y fugas de inmediato para evitar acumulación de humedad estructural.
- Limpiar con frecuencia las superficies propensas a hongos, como cortinas de baño, paredes y marcos de ventanas.
- Evitar el secado de ropa en interiores mal ventilados.