El cangrejo herradura del Atlántico (Limulus polyphemus) parece salido de una película de ciencia ficción, pero en realidad es una de las criaturas más antiguas del planeta.
Con su caparazón curvo, cola afilada y sangre azul, este animal marino ha sobrevivido a cinco extinciones masivas y sigue cumpliendo un rol crucial tanto en la naturaleza como en la biotecnología actual.
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Una criatura de otra era
Aunque se lo llama “cangrejo”, no es un crustáceo: está más emparentado con las arañas y escorpiones.

Su cuerpo ha cambiado muy poco en cientos de millones de años. Esa estabilidad evolutiva lo convierte en un verdadero fósil viviente que aún recorre los fondos fangosos de América del Norte.
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Sangre azul que salva vidas
Su sangre no solo llama la atención por su color azul metálico —resultado de la hemocianina, una proteína que transporta oxígeno mediante átomos de cobre—, sino por su uso esencial en medicina.

Los amebocitos presentes en su sangre reaccionan ante toxinas bacterianas, lo que permite detectar contaminaciones en vacunas, sueros e implantes médicos a través del test LAL (Limulus Amebocyte Lysate). Sin este análisis, la medicina moderna sería mucho menos segura.
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Diez ojos para ver el mundo
El cangrejo herradura posee una de las visiones más complejas del reino animal. Tiene diez ojos, incluyendo dos ojos compuestos similares a los de los insectos, capaces de detectar luz polarizada, y ojos simples sensibles a la luz ultravioleta.

Estas estructuras especializadas le permiten orientarse en la oscuridad del océano y sincronizar su reproducción con las fases lunares.
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Un eslabón ecológico clave
Más allá de su valor biomédico, este animal cumple un papel fundamental en los ecosistemas costeros.
Sus huevos son alimento básico para aves migratorias como el zarapito trinador, y su presencia mantiene en equilibrio diversas especies bentónicas. Su declive podría afectar en cadena a múltiples formas de vida.
¿Un recurso en peligro?

Cada año, miles de cangrejos herradura son capturados para extraer su sangre. Aunque se los libera después, muchos no sobreviven.
Además, su hábitat natural —playas arenosas y estuarios— se ve cada vez más amenazado por la urbanización y el cambio climático.
Existen alternativas sintéticas al test LAL, como el recombinant Factor C, pero aún no se adoptan de forma masiva.