La mecánica de un planeta sin noche
Para concebir un planeta sin noche, imaginemos un astro cuya rotación esté sincronizada de forma perfecta con su traslación alrededor de su estrella—a esto se le llama acoplamiento de marea, fenómeno que ya ocurre en la Luna respecto a la Tierra.
En otra versión, el planeta podría orbitar dos soles situados de modo tal que siempre hubiera luz. ¿Qué implicancias tendría esta perpetua claridad?
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Cambios en la vida biológica
La vida en la Tierra está adaptada al ciclo circadiano, un reloj biológico íntimamente relacionado con el ritmo día-noche.
Muchas funciones vitales—desde el sueño hasta la producción de hormonas—dependen de ese vaivén. Sin noches, los organismos enfrentarían un permanente estado de vigilia.

Estudios realizados en regiones cercanas a los polos, donde el sol no se oculta durante semanas, muestran incrementos en el insomnio, fatiga y trastornos del ánimo.
No solo los humanos sufrirían: las plantas, que aprovechan la oscuridad para ciertos procesos, también tendrían que evolucionar adaptaciones totalmente nuevas.
Incluso la cadena alimenticia cambiaría, pues muchos animales dependen de la oscuridad para cazar, alimentarse o protegerse.
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Efectos sociales y culturales
La noche, además de marcar el descanso, ha moldeado innumerables aspectos culturales: la literatura, la religión, el arte y la vida social han encontrado en la oscuridad su inspiración.

¿Cómo serían nuestras fiestas, historias de terror o rituales bajo la luna si la oscuridad desapareciera completamente?
Algunos expertos sugieren que, en un planeta sin noche, la sociedad podría nunca detenerse, impulsando un ritmo “24/7” —lo que implicaría nuevos desafíos en cuanto a salud pública y administración del tiempo libre.
El concepto de “día laboral” o “hora de descanso” cobraría un sentido radicalmente distinto.
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¿Es sostenible la “luz eterna”?
Aunque la idea pueda parecer fascinante, lo cierto es que la “luz eterna” exigiría a los seres vivos transformaciones drásticas y probablemente dejaría fuera a muchas especies incapaces de adaptarse.
La evolución, lenta pero inexorable, moldearía nuevos ritmos de vida, quizá llevándonos a adoptar alguna forma artificial de noche: cortinas opacas, tecnología para simular el crepúsculo, o incluso ciudades subterráneas.
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La noche no solo es un fenómeno astronómico; es una parte fundamental de la identidad planetaria. La hipótesis de la luz eterna nos invita a reflexionar sobre cuánto dependemos de la oscuridad, no solo por necesidad fisiológica, sino por todo lo que representa en la experiencia humana.
En definitiva, vivir en un planeta sin noche sería habitar un mundo donde la luz, lejos de ser solo energía, se convertiría en el más radical de los desafíos evolutivos y culturales.
Fuentes: NASA, National Geographic, Sociedad Española del Sueño, Instituto Max Planck de Cronobiología.