El origen del desastre global
Hace aproximadamente 66 millones de años, un asteroide de alrededor de 12 kilómetros de diámetro se precipitó desde el espacio a una velocidad superior a los 20 kilómetros por segundo.
El sitio del impacto fue la península de Yucatán, en lo que hoy es México. Allí dejó una huella imborrable: el cráter de Chicxulub, de unos 180 kilómetros de ancho y hasta 20 de profundidad.
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El choque liberó una energía imposible de imaginar: el equivalente a la explosión simultánea de miles de millones de bombas atómicas.

Apenas en segundos, la corteza terrestre se vaporizó cerca del punto de impacto. Rocas derretidas y gases calientes fueron lanzados a la atmósfera, iniciando un cataclismo planetario.
Minutos de terror: tsunamis y lluvias de fuego
El impacto fue solo el principio. El golpe generó gigantescos tsunamis que recorrieron los incipientes océanos, elevando olas de centenares de metros y arrasando todo a su paso.

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En un radio de centenas de kilómetros, ningún ser vivo pudo sobrevivir a la onda expansiva y las altísimas temperaturas.
Pero la pesadilla no terminó ahí. Millones de toneladas de escombros y cenizas fueron expulsados a la atmósfera, regresando en cuestión de minutos.

Al volver a la Tierra, generaron una lluvia de material incandescente que incendió los bosques y provocó gigantescos incendios en todo el mundo, envolviendo literalmente al planeta en llamas.
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Un invierno letal
Los efectos del impacto continuaron días, semanas y meses después. El polvo y el hollín suspendidos en la atmósfera bloquearon la luz solar, sumiendo al planeta en una oscuridad casi total.
Este “invierno de impacto” provocó el desplome de las temperaturas y la interrupción de la fotosíntesis, colapsando las cadenas alimenticias tanto en tierra como en el mar.
La vida sufrió una crisis sin precedentes: cerca del 75% de las especies se extinguió, incluyendo todos los dinosaurios no aviares, gran parte de la fauna marina y muchas plantas.
Las únicas líneas evolutivas que sobrevivieron fueron aquellas capaces de resistir las duras condiciones posteriores al impacto.
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Las huellas en los fósiles
Las nuevas investigaciones paleontológicas han permitido recrear minuto a minuto los horrores de aquel día.
Sitios como Tanis, en Dakota del Norte (Estados Unidos), preservan restos fosilizados de peces y plantas con esferas de vidrio fundido en sus branquias: evidencia directa del material eyectado por el impacto cayendo del cielo minutos después del choque.
Además, los científicos han identificado una capa de iridio—un elemento raro en la corteza terrestre pero abundante en asteroides—presente en estratos geológicos de todo el mundo, lo que confirma el origen extraterrestre del cataclismo.
El legado del “día más terrible”
Gracias a aquel episodio trágico, los mamíferos—hasta entonces criaturas pequeñas y poco numerosas—tuvieron su oportunidad de proliferar.
Este momento sombrío, el más terrible en la historia de la vida sobre la Tierra, fue también el inicio de una nueva era que, millones de años después, permitiría el surgimiento del ser humano.
El impacto de Chicxulub sigue siendo, hasta hoy, un recordatorio de la vulnerabilidad de la vida en la Tierra y la extraordinaria capacidad de adaptación de los seres vivos frente a los desastres globales.