Volcanes submarinos: ¿cómo impactan la vida y el clima en la Tierra?

En las profundidades marinas, los volcanes silenciosos transforman nuestro planeta, generando nueva corteza y ecosistemas únicos. Con más del 70% de su actividad oculta, su estudio es clave para entender el clima, la biología y los riesgos globales.

Relieve topográfico de un volcán inactivo en área submarina, ilustración.
Relieve topográfico de un volcán inactivo en área submarina, ilustración.yamonstro

Los volcanes que nunca vemos —ocultos bajo kilómetros de agua— moldean el planeta de forma silenciosa y decisiva.

Se calcula que más del 70% de la actividad volcánica de la Tierra ocurre en el fondo del océano, a lo largo de dorsales, arcos de islas y puntos calientes.

Desde la creación de nueva corteza hasta la química de los mares y el origen de ecosistemas únicos, los volcanes submarinos ofrecen pistas esenciales para comprender cómo funciona el sistema terrestre como un conjunto interconectado.

La fábrica oculta de la corteza

La mayor franja volcánica del planeta no está en la superficie, sino en las dorsales oceánicas: cadenas montañosas submarinas que recorren el globo.

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Allí, la placa tectónica se separa y el magma ascendente crea continuamente nueva corteza oceánica. Este “cinturón transportador” impulsa la tectónica de placas, recicla materiales en el manto y regula, a escalas de millones de años, el relieve y la configuración de los continentes.

Erupción del volcán submarino cerca de la isla de Tonga. Hunga Tonga – Hunga Haʻapai, ilustración.
Erupción del volcán submarino cerca de la isla de Tonga. Hunga Tonga – Hunga Haʻapai, ilustración.

Comprender ese proceso permite ajustar modelos de dinámica interna de la Tierra y de intercambio de calor. La tasa a la que se genera corteza, por ejemplo, influye en el nivel medio del mar (al modificar el volumen que ocupan las dorsales) y en la circulación profunda de los océanos, que a su vez repercute en el clima.

Aunque estos vínculos se expresan a escalas geológicas, son piezas clave para reconstruir el pasado climático y anticipar su evolución.

Hidrotermalismo: química, clima y vida sin sol

Los volcanes submarinos son motores del intercambio químico entre el interior de la Tierra y los océanos.

Respiraderos hidrotermales de aguas profundas en la dorsal atlántica media.
Respiraderos hidrotermales de aguas profundas en la dorsal atlántica media.

A través de sistemas hidrotermalesgéiseres del fondo marino que expulsan fluidos cargados de minerales— se movilizan metales (como hierro, cobre o manganeso), azufre y compuestos reducidos que alimentan comunidades biológicas basadas en la quimiosíntesis, no en la fotosíntesis.

Estas “chimeneas” y respiraderos dan lugar a montículos de sulfuros masivos y soportan ecosistemas con bacterias, gusanos tubícolas, moluscos y crustáceos adaptados a condiciones de alta temperatura y toxicidad.

Su existencia reconfiguró la biología al demostrar que la vida puede prosperar sin luz, y alimentó hipótesis sobre el posible origen de la vida en ambientes similares, donde gradientes químicos y superficies minerales habrían favorecido la síntesis de moléculas complejas.

En el plano químico, el hidrotermalismo contribuye a regular la composición del océano. Los flujos de hierro pueden fertilizar regiones de alta mar, alterando la productividad biológica y, por tanto, el ciclo del carbono.

A su vez, las reacciones entre agua de mar y basalto —como la serpentinización— consumen dióxido de carbono y producen hidrógeno y metano.

Aunque, a escala anual, las emisiones volcánicas de CO₂ submarino son pequeñas comparadas con las de origen humano, estos procesos controlan balances a muy largo plazo y actúan como “termostatos” geológicos.

Erupciones invisibles, efectos muy reales

Que la mayor parte de la acción ocurra bajo el agua no significa que sus efectos no trasciendan. La erupción del volcán Hunga Tonga–Hunga Ha’apai en enero de 2022, que emergió parcialmente sobre la superficie, evidenció cómo una explosión submarina puede desencadenar poderosas ondas de presión, inyectar enormes volúmenes de vapor de agua a la estratósfera y generar tsunamis de alcance interoceánico.

En otros casos, erupciones enteramente sumergidas han levantado nuevas cumbres —como Monowai en el arco de Kermadec— o han provocado cambios súbitos en la topografía del fondo marino.

En términos de riesgo, la amenaza más inmediata de los volcanes submarinos está asociada a los tsunamis, ya sea por la propia erupción o por deslizamientos de laderas volcánicas inestables.

También pueden interrumpir cables submarinos de telecomunicaciones —arterias del Internet global—, como se ha observado tras eventos eruptivos que remueven sedimentos y generan corrientes turbias capaces de seccionarlos.

Para países insulares y regiones costeras, mejorar la vigilancia de estas fuentes de peligros es una prioridad que combina geofísica, oceanografía y protección civil.

Cómo observar lo que no se ve

Monitorear volcanes bajo miles de metros de agua es un reto técnico. La presión, la corrosión y la ausencia de señales directas —como columnas de ceniza visibles— dificultan la detección de cambios. Aun así, la instrumentación ha avanzado de forma notable:

  • Sismómetros de fondo oceánico y redes acústicas detectan microterremotos, burbujeo y explosiones.
  • Vehículos autónomos y operados a distancia cartografían en alta resolución y muestrean fluidos y rocas.
  • Observatorios cableados, como los instalados frente a la costa del Pacífico nororiental, transmiten en tiempo real datos de temperatura, química y deformación del suelo.
  • Satélites registran sutiles cambios en la altura del mar asociados a domos de agua caliente, plumas de material volcánico o señales de coloración en superficie por proliferaciones biológicas inducidas por nutrientes.

Estas herramientas han permitido predecir episodios eruptivos en sistemas bien instrumentados, como el Axial Seamount en el Pacífico, donde la medición de la inflación del suelo marino ha mostrado correlaciones con la inminencia de erupciones.

Más ampliamente, ayudan a calibrar modelos de cómo el magma asciende, dónde se acumula tensión y cómo se libera.

Recursos y dilemas en el fondo del mar

Los respiraderos hidrotermales no solo crean hábitats; también concentran minerales críticos. Los depósitos de sulfuros masivos en fondos oceánicos contienen cobre, zinc, oro y elementos raros vitales para tecnologías limpias.

El potencial económico ha alimentado el interés por la minería en aguas profundas. Sin embargo, las comunidades científicas y ambientales advierten de los riesgos: muchas especies de estos ecosistemas son endémicas y de crecimiento lento, y la perturbación de sedimentos puede alterar la química local y dispersarse más allá del sitio de explotación.

Este debate, enmarcado en regulaciones internacionales como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y las deliberaciones de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, subraya un principio sistémico: intervenir en un componente del sistema terrestre —en este caso, el lecho marino— implica consecuencias en cascada para la biodiversidad, la química oceánica y, potencialmente, los servicios ecosistémicos de los que dependen las sociedades humanas.

Una ventana al pasado y al futuro

El estudio de volcanes y lavas submarinas preserva registros de la temperatura y composición del manto, pistas sobre el flujo de calor del planeta y cronologías de inversión del campo magnético.

Las secuencias de basaltos en dorsales y puntos calientes permiten reconstruir cómo han variado las tasas de expansión oceánica, vinculadas a episodios climáticos del pasado.

En arcos volcánicos, el análisis de los gases y fluidos revela cómo el agua y otros volátiles reciclados por subducción facilitan el derretimiento del manto y alimentan volcanismo explosivo.

Mirar bajo el mar también afina nuestra comprensión de procesos comparables en otros mundos. Los océanos bajo el hielo de lunas como Europa o Encélado podrían albergar interacciones hidrotermales análogas; estudiar las nuestras ofrece un banco de pruebas para la astrobiología.

Un sistema interconectado

Los volcanes submarinos enseñan que la Tierra funciona como un sistema compuesto por subsistemas acoplados: litosfera, hidrosfera, atmósfera y biosfera.

El calor interno impulsa la tectónica; la tectónica moldea el relieve y regula el océano; el océano intercambia gases y energía con la atmósfera; y, en ese entramado, la vida emerge y modula ciclos químicos.

Entender esa red de retroalimentaciones, a distintas escalas temporales, es esencial para situar los cambios actuales —de origen humano— en un contexto planetario.

A medida que la tecnología expande nuestra capacidad de observar el fondo marino, la agenda científica se vuelve más precisa: medir flujos de carbono y metales con menor incertidumbre, caracterizar la biodiversidad y su resiliencia, anticipar riesgos y evaluar impactos potenciales de la explotación de recursos.

En el silencio abisal, los volcanes siguen escribiendo la historia geológica del planeta. Descifrarla no es solo un ejercicio de curiosidad: es una guía para gestionar, con más conocimiento, nuestra relación con la Tierra.

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