¿Se pasan de listos los relojes inteligentes?

LOS ÁNGELES. En 1982 la empresa nipona Seiko pensó que sería una buena idea lanzar un reloj de pulsera que fuera también televisor, una innovación que ganó un Guinness pero que apenas encontró más usuario que James Bond en “Octopussy”.

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Tal y como ocurrió con el Seiko TV Watch los, “smartwatches” están generando hoy más impacto mediático que ventas y su futuro sigue siendo una incógnita por muchos millones que se invierta para convencer al consumidor de que necesita ponerse uno.

A diferencia de Seiko, que lleva haciendo relojes desde 1895, los fabricantes de relojes inteligentes son compañías tecnológicas como Samsung, Sony, Qualcomm o Pebble que carecen de experiencia en el sector al que llegan empujados por el éxito de los “smartphones”.

Relojes como el Galaxy Gear 2 o el Moto 360 son conceptos más cercanos a los teléfonos Android que a los relojes de toda la vida, de los que toman prestada la correa y las formas, y a los que aspiran a reemplazar en la muñeca.

Ese camino, aunque pueda parecer muy moderno, ya fue transitado por Microsoft que en 2003 presentó Spot Watch diseñado por Fossil, un reloj de pantalla personalizable que accedía a mensajes de internet, citas y noticias.

El Spot Watch no dependía de un teléfono para funcionar, como sucede con los actuales “smartwatches” que ejercen de segunda pantalla de esos dispositivos, y a pesar de la fanfarria con la que debutó siguió el mismo destino que el Seiko TV Watch y desapareció del mercado en 2008.

Se rumorea que Microsoft está dispuesto a volver a intentarlo ahora que el usuario se ha habituado a estar conectado a internet permanentemente e interactuar con aplicaciones capaces de dotar de “inteligencia” a cualquier cosa que tenga pantalla.

Su rival Google ya hizo su apuesta esta semana al anunciar su sistema operativo Android Wear con el que dominar el sector de la tecnología de vestir. La cuestión que está aún por responder es si la fórmula actual del reloj inteligente es la acertada.

Joe Thompson, editor jefe de la revista WatchTime y con más de 35 años informando sobre la industria relojera lo tiene claro: “La historia ha demostrado que no es práctico”, dijo. Para Thompson no solo se trata de un problema estético ("Las compañías electrónicas no han encontrado la forma de hacer estas cosas atractivas", asegura), se trata de un error más conceptual que tiene que ver con la anatomía.

“Las dimensiones de la muñeca del ser humano suponen una limitación severa. Incluso si el Galaxy Gear fuera una maravilla de diseño me pregunto cuánta cantidad de información el ser humano quiere obtener en una pantalla de una o dos pulgadas”, explicó Thompson.

Otros inconvenientes son la duración de la batería, apenas unos días en muchos casos, y el papel accesorio del “smartwatch” cuyas prestaciones son inferiores a las del teléfono que el usuario debe tener con él necesariamente para sacar partido a su reloj.

La industria relojera, una de las más longevas que existe, “no está preocupada” por los “smartwatches”, declara Thompson. De hecho, a pesar de ser un sector maduro, sus números confirman que goza de buena salud. En 2013, las ventas en EE.UU. crecieron un 6 %, según un informe de Euromonitor.

Las estadísticas mejoran incluso para el nicho de la relojería de lujo cuyo negocio subió un 12 % el año pasado en todo el mundo, según datos de World Watch Report.

A estos fabricantes sí les inquieta el auge del entorno digital donde las omnipresentes pantallas hacen que nadie necesite un reloj para saber la hora, pero se aferran a su imagen de estatus y su papel como accesorio de moda.

Ese valor estético y emocional es una barrera que ningún “smartwatch” ha conseguido franquear y sigue dando cuerda al negocio del reloj de siempre. Thompson, aunque escéptico, no descarta que esto pueda cambiar.

“Todos están esperando por el iWatch. Apple ha demostrado que es capaz de sacar productos revolucionarios, ya pasó con el iPhone”, apunta el experto, si bien la empresa de Cupertino se está haciendo de rogar, una señal de que el desafío es complejo.

En mayo de 2013, el consejero delegado de Apple, Tim Cook, reconoció que el producto tendría que ser “increíble” para que la gente decida llevarlo puesto en la muñeca, donde tiene que encajar con naturalidad.

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