La evidencia recopilada revela que los jóvenes enfrentan mayores tasas de desocupación, menor calidad del empleo y escasa estabilidad en comparación con los adultos. Como se observa en el gráfico 1, en 2022, la tasa de desempleo juvenil del Cono Sur se ubicó en 21%, por encima del promedio de América Latina y el Caribe (17%) y de los países de La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) (14%). Esta cifra resultó tres veces y medio superior a la tasa correspondiente a los adultos mayores de 25 años, que fue de 6%. El estudio menciona que este fenómeno se explica por múltiples factores como la falta de experiencia, el desajuste de habilidades entre lo que demanda el mercado y lo que ofrece el sistema educativo, la debilidad de las redes de contacto, la incompatibilidad entre los horarios de trabajo y las obligaciones de estudio o cuidado.
Las consecuencias de estos obstáculos no se agotan en el corto plazo. El informe destaca la existencia de los denominados “scarring effects”, esto es, los efectos permanentes que un episodio de desempleo en la juventud puede dejar en el resto de la vida laboral. El BID cita diversos estudios que evidencian que los jóvenes que pasan largos periodos fuera del mercado laboral suelen percibir salarios más bajos incluso décadas más tarde. A esto se suma un deterioro de la salud mental y de la autoestima, efectos que afectan tanto la productividad como la estabilidad emocional de los jóvenes.

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El informe también incorpora la perspectiva empresarial y señala que los períodos de inactividad laboral suelen percibirse como señales negativas, lo que disminuye las probabilidades de contratación y restringe el acceso a empleos de mejor calidad. En este contexto, el BID identifica un fenómeno clave: la condición de los NiNis (ni estudian ni trabajan) y los NiNiNis (ni estudian, ni trabajan ni buscan trabajo).
En el Cono Sur, casi 6 millones de jóvenes se encuentran en alguna de estas situaciones, lo que representa una desconexión estructural de los sistemas formales tanto educativos como laborales. Este grupo se convierte en el más vulnerable, ya que no solo se ve privado de ingresos y formación, sino que además tiende a quedar fuera del radar de las políticas públicas activas.
En términos de participación, los datos más recientes del BID muestran que el 43% de los jóvenes del Cono Sur solo estudia, el 28% trabaja exclusivamente, el 10% combina estudio y empleo, y un 17% no participa en ninguna de estas actividades. Esta última cifra resulta particularmente alarmante, ya que refleja un alto nivel de exclusión en plena etapa productiva.
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La situación resulta aún más crítica en el caso de las mujeres jóvenes, quienes enfrentan una doble barrera. A pesar de contar con mejores niveles educativos que sus pares varones, su participación en el mercado laboral permanece significativamente más baja. De acuerdo con el BID, las mujeres destinan el doble de tiempo al trabajo no remunerado, principalmente en tareas de cuidado, lo que limita su acceso a empleos formales y de jornada completa. Como muestra el gráfico 2, las tasas de desempleo juvenil femenino se mantienen por encima de las de los hombres. En Paraguay, la tasa de desempleo entre mujeres jóvenes alcanza el 13%, frente al 10% registrado entre los hombres. El estudio también señala que este fenómeno impacta con mayor intensidad en jóvenes indígenas, afrodescendientes y aquellos provenientes de hogares con menores ingresos.
El reporte del BID también examina el papel de las habilidades socioemocionales y las aspiraciones de los jóvenes. En este sentido, se observa un desajuste entre las expectativas personales y las posibilidades reales de inserción laboral, especialmente en países como Uruguay, donde muchos jóvenes aspiran a empleos que no se alinean con su nivel educativo o con la estructura productiva del país. Esta brecha entre aspiraciones y oportunidades puede convertirse en una fuente adicional de frustración, desapego institucional y desmotivación.
Frente a este escenario, el documento subraya la urgencia de replantear el enfoque de las políticas públicas orientadas a la juventud. Advierte que ampliar la cobertura educativa o impulsar el empleo juvenil resulta insuficiente si no se abordan, al mismo tiempo, las condiciones estructurales que perpetúan la exclusión, la precariedad y la informalidad. Las intervenciones deben adoptar un enfoque integral que reconozca la diversidad de trayectorias y necesidades entre los jóvenes. En particular, el análisis destaca experiencias exitosas de programas que combinan formación técnica, acompañamiento psicosocial y acceso a empleos en sectores con potencial de crecimiento.
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Además, el BID reconoce el valor de las habilidades socioemocionales para mejorar la empleabilidad. Programas que fortalecen la autoestima, la capacidad de tomar decisiones, la comunicación asertiva y la perseverancia han mostrado impactos positivos sobre la inserción laboral y la reducción del abandono educativo.
El documento advierte que el desafío es significativo. En una región donde la ventana demográfica comienza a cerrarse, el capital humano joven constituye uno de los activos más valiosos. Desaprovecharlo no solo implica una pérdida individual para millones de jóvenes, sino también una pérdida colectiva para sociedades que necesitan crecer de manera inclusiva y sostenible.
* Este material fue elaborado por MF Economía e Inversiones.