Una autora comprometida con la buena escritura

MADRID (EFE, por Manuel Carretero). Elena Poniatowska, galardonada ayer con el Premio Cervantes, pasa por ser una escritora comprometida desde que se dio a conocer con “La noche de Tlatelolco”, sobre la matanza de estudiantes en México en 1968.

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Para ella, el primer compromiso de la literatura es escribir bien. “Estar comprometido y ser un pésimo escritor lo único que hace es echar a perder cualquier proyecto”, explicó en una entrevista con Efe en Venezuela en 2007 con motivo del premio Rómulo Gallegos, uno de los tantos que jalonan la biografía de quien se ha definido como “una mujer periodista, una mujer insegura, llena de preguntas, que no tiene respuestas”.

Agradecía ese y otros premios por la “seguridad” que le dan en su labor periodística, un trabajo que considera “una lección perenne de humildad”, y al que se ve inevitablemente abocada viviendo en América Latina, “donde uno no puede quedarse en casa a escribir, la realidad es demasiado avasalladora, supera cualquier ficción”.

Nacida en 1932 en París, descendiente directa de Stanislao Augusto Poniatowski, último rey de Polonia y amante de la zarina de Rusia Catalina “la Grande”, decía en una entrevista en 2003 que no ha pensado nunca “en términos de príncipes y princesas”, y añadía: “Yo vivo en una república y he trabajado en la calle toda la vida”.

Una decisión, la de su última nacionalidad, mexicana, de la que tomó conciencia muy joven, según relató en una visita a Santa Cruz de Tenerife (España) en 2007: “Llegué a México con nueve años, escogí ser mexicana y decidí involucrarme en la causas sociales porque la pobreza me sorprendió, aunque con el paso del tiempo sigue existiendo la misma pobreza”.

En la última entrevista con Efe, en setiembre último, dejaba claro su apego actual a la realidad social de México al comentar las movilizaciones de los maestros por la reforma educativa: “Es muy importante que la gente se manifieste, salir a la calle, hablar, estorbarle al Gobierno”.

La figura más representativa del mundo literario mexicano, que a su juicio quedó “huérfano” con la muerte de Carlos Fuentes en mayo de 2012, se ha definido como “cartesiana y lógica” de su parte francesa, y como mexicana influida por “el deslumbramiento, la magia, el misterio, los encuentros inesperados y la esperanza”.

De su trabajo periodístico resultó en 1959 uno de los hechos más determinantes de su vida: su entrevista con el astrofísico mexicano Guillermo Haro iniciaría una relación que culminó en boda nueve años después; “me trató muy mal” en esa charla, explicó, y añadió: “Me vengué casándome con él”.

La autora de “La piel del cielo” se inició en el periodismo en 1953 en el periódico Excelsior.
“En 1968 hubo movimientos estudiantiles en muchas partes del mundo; en París, Tokio, Berkley (EE.UU.), Checoslovaquia y en México, pero en el único lugar donde hubo muertos fue en la plaza de Tlatelolco, donde murieron 250 estudiantes”, recordaba sobre los hechos que dieron pie a una crónica literaria con la que consiguió notoriedad.

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