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Sin duda, el magisterio es una de la profesiones más nobles. Educar a una persona, inculcándole valores útiles para la convivencia y transmitiéndole saberes para que acceda a los bienes materiales y de la cultura, implica asumir un gran compromiso frente al estudiante y a la sociedad: una labor tan esencial –complementaria de la familia– debe ser reconocida no solo mediante palabras de circunstancia en el Día del Maestro, sino también –y sobre todo– creando y manteniendo las condiciones propicias para su correcto ejercicio. No basta con que el docente sea bien retribuido; también es preciso que enseñe en aulas bien construidas y equipadas, tras haber sido formado como corresponde. Las instalaciones públicas ruinosas, que no pocas veces amenazan la integridad física de los ocupantes, implican también un agravio para ellos. Conviene que la comunidad educativa insista en que las municipalidades destinen a la infraestructura y al equipamiento los recursos previstos en el Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide).
Si es irritante que la desidia o la corrupción de las autoridades comunales impida que las clases se desarrollen en un ambiente adecuado, también lo es que el almuerzo escolar sea insuficiente o hasta malsano: los docentes harán bien, pues, en denunciar con energía las graves deficiencias del programa Hambre Cero. En principio, no es reprochable que los de la educación pública reclamen con frecuencia mejoras salariales, con bastante éxito en términos relativos: según el Banco Central, al cierre de 2023, una maestra de grado cobraba 3.650.202 guaraníes mensuales por cuatro horas de clase de lunes a viernes, en tanto que el salario mínimo legal era de 2.680.373 guaraníes: en 2016, las sumas respectivas eran de 1.824.055 y 1.964.507 guaraníes, respectivamente, de modo que el aumento salarial en provecho de los docentes fue muy superior al reajuste del sueldo básico de un trabajador.
En contrapartida a las exitosas demandas reforzadas con paros o amenazas de paros, los docentes deben tratar de mantenerse al día con los avances pedagógicos y mejorar su desempeño. Los resultados de los periódicos exámenes de evaluación a los que son sometidos por el Ministerio competente son tan lamentables como los datos trianuales del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA) de quince años, que en nuestro país arrastran déficits desde la escuela primaria. Urge mejorar la calidad de la enseñanza, sobre todo en la educación pública, que emplea a unas 70.000 personas, porque así se podrá también contribuir a la igualdad de oportunidades; los alumnos provenientes de hogares de bajos ingresos tienen derecho a ser dotados de los instrumentos intelectuales que les permitan elevar en el futuro su nivel de vida. No sorprende que muchos maestros crean que para obtener el codiciado “rubro” importa más tener un respaldo político-partidario que saber enseñar; si la idoneidad es de hecho irrelevante, se entiende de algún modo que muchos estimen que vale más intervenir en campañas electorales con el pañuelo al cuello que prepararse en beneficio propio y en el de los estudiantes.
La dignificación del magisterio depende también de la conducta de quienes lo profesan, dicho lo cual vale aplaudir a quienes dan lo mejor de sí para que las nuevas generaciones puedan forjarse una vida buena, gracias a sus conocimientos y a sus atributos morales. Para ello es imprescindible que los educadores tengan la vocación de enseñar; no basta con que las aulas estén bien montadas, que el salario sea “justo” ni que la formación profesional sea excelente: es preciso también que el maestro sienta en verdad ese llamado y sea consciente de la gran responsabilidad que asume; como es mucho lo que está en juego en este excelso oficio, tiene que esforzarse por responder cabalmente a sus comprensibles exigencias.
El Paraguay tuvo grandes maestros, como las creadoras de la escuela normal Adela y Celsa Speratti, el gramático Delfín Chamorro y el director general de escuelas Ramón Indalecio Cardozo, que en 1921 diseñó un plan que incluía depurar la administración escolar y difundir la instrucción en todo el país. Recordarlos hoy es una manera de honrar a los educadores que sirven a los alumnos con esmero, por el bien de ellos y de la sociedad toda. Cordiales felicitaciones en su día, junto con el deseo de que sientan la satisfacción diaria del deber cumplido.