La Comisión de Relaciones Exteriores y Asuntos Internacionales del Senado recomendó por unanimidad a este órgano que preste su acuerdo para que el presidente Santiago Peña designe a Darío Filártiga como nuevo embajador del Paraguay en Taiwán, sin importarle que haya sido secretario del tenebroso Sabino Augusto Montanaro, ministro del Interior de la dictadura en la época más dura de la represión stronista contra los luchadores por la libertad en nuestro país. Como si faltaran personas capacitadas y honorables, anteriormente ya ocupó la presidencia del Instituto de Previsión Social y fue asesor político de la Presidencia de la República durante el Gobierno de Horacio Cartes, aspirante a la reelección al margen de una previa reforma constitucional.
Desde luego, a la comisión senatorial encabezada por Antonio Barrios (ANR, cartista) no le interesó que el propuesto sea una persona que pueda representar al país con la frente en alto en una nación que ha venido cooperando de cerca con el nuestro, hasta el punto de financiar la construcción del Palacio Legislativo, en el que se tomará, según parece, una decisión agraviante para los demócratas paraguayos, como se desprende del comunicado suscrito por varias organizaciones de derechos humanos reunidos en la denominada “Mesa Memoria Histórica”.
Es curioso que el dictamen haya tenido la conformidad incluso de senadores no colorados, más aún porque Darío Filártiga se quejó en 2022 de “la política de entregar de una manera hasta irresponsable cargos principales del Estado a figuras de la oposición”, exhibiendo así una intolerancia a toda prueba. A estos opositores actuales que integran dicha comisión, en particular, les tuvieron sin cuidado los deplorables antecedentes del agraciado.
El país debe estar bien representado en todas partes, para lo cual es preciso que sus embajadores tengan un historial intachable: no puede tenerlo quien, entre otras cosas, estuvo al servicio de una dictadura, precisamente en el ministerio que se encargaba de apresar, torturar o asesinar a sus adversarios.
Cuesta creer que el Presidente de la República no haya podido hallar un mejor candidato, dentro o fuera de la carrera diplomática. Lo habría logrado, si hubiese tenido el valor de rechazar la probable sugerencia de su líder partidario, quien lo tuvo de cercano colaborador. Aunque él y su exasesor político sean compañeros de ideales, por así decirlo, Santiago Peña debería atender el interés nacional de que un embajador paraguayo tenga un currículum respetable, también desde el punto de vista de la moral cívica. No basta con ser colorado y cartista para tener el honor de representar al país, pues también importa lo que antes se hizo o se dejó de hacer en la función pública.
Enviar a un esbirro del stronismo también supondría ofender a un Gobierno democrático, como lo es hoy el de Taiwán, cuya amistad y colaboración con el Paraguay son destacadas con frecuencia por Santiago Peña. Con esta designación se le está menoscabando a la progresista nación asiática. Existe una Asociación de Diplomáticos Escalafonados del Paraguay, a la que, si bien hay un cupo a llenar con integrantes de la política, debería preocuparle que se apele a figuras tan desgastadas para representar a nuestro país en el exterior, y debería manifestarse en consecuencia.
En suma, la persona elegida debe ser idónea y tener la conciencia limpia, para no avergonzar a sus compatriotas ni incluso a la Cancillería. Darío Filártiga como embajador es una falta de respeto a un país al que se dice tener en gran estima.