Los atentados a tiros contra las viviendas de los periodistas Fabián Costa y Carlos Benítez, de distintos medios, cometidos en la vecina ciudad de Lambaré, son nuevas evidencias del auge de la violencia que se viene registrando en nuestro país. Estamos ingresando en otro nivel, tal vez el más peligroso de todos, pues atacar la libertad de prensa es atacar a la madre de todas las libertades. De modo que la violencia que está experimentando nuestro país ya no proviene solo de los asaltantes que emplean con frecuencia armas largas, o de los robos domiciliarios, entre otros, sino se está comenzando peligrosamente a emplearla contra generadores de ideas.
No hace falta hacer mucho esfuerzo para darse cuenta de que también hay un incremento de la producida en el ámbito doméstico, tal como ocurrió el último miércoles en Presidente Franco, cuando un suboficial del Grupo Especial de Operaciones de la propia Policía Nacional mató a balazos a su pareja y a su hija. El Ministerio Público ha registrado hasta mediados de agosto un promedio diario de 127 casos de violencia familiar, con un total de 7.513 víctimas, catorce de ellas causadas por feminicidios. Por razones obvias, las denuncias relativas a los hechos punibles cometidos en el hogar, en los que el consumo de alcohol o de drogas juega un papel importante, suelen ser retiradas por quienes la sufren.
Si a todo ello se suma la desaparición de niños y adolescentes, que en 2023 motivó nada menos que 904 denuncias, resulta comprensible que la “sensación de inseguridad” vaya en aumento y no solo por obra de los sicarios del crimen organizado o de las pandillas juveniles cada vez más numerosas y agresivas, ya que se deben agregar los desafueros de los barrabravas del fútbol, que suelen dejar víctimas mortales. Los “piratas del asfalto” también son una realidad, y a veces al parecer actúan hasta con complicidad policial.
La violencia creciente, en la que también influye el consumo del crack, agregado al tráfico ilícito de armas de fuego, sin que la Dirección General de Material Bélico (Digemabel) parezca estar en condiciones de impedirlo. En otras palabras, nuestro país ya no sería solo un país de tránsito para los pertrechos de las mafias brasileñas, porque si los tiroteos se han vuelto moneda corriente es porque algo o mucho está quedando dentro de nuestras permeables fronteras.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Todo esto lleva a pensar que la inseguridad resultante puede inducir a que las potenciales víctimas se armen preventivamente, con el serio riesgo de que reaccionen en forma exagerada o hagan justicia por mano propia, para terminar siendo condenados mientras los malvivientes siguen tan campantes. Debe recordarse que nadie puede hacerse justicia por sí mismo ni reclamar sus derechos con violencia, y que es el Estado el que tiene el monopolio de la fuerza legítima para combatir la delincuencia, pero es evidente que este no está cumpliendo con eficiencia dicho deber fundamental. Es necesario, por tanto, que la Policía Nacional y otros organismos de seguridad fortalezcan sus cuadros, que refuercen la preparación profesional, insistiendo en la idoneidad y sobre todo en la honestidad de sus efectivos, aplicando una tolerancia cero con los “polibandis”, que abundan, según se publica con frecuencia.
No faltan leyes preventivas y represivas, cuya aplicación puede reducir considerablemente la violencia que hoy sufre nuestra sociedad. No se está hablando aquí de una “mano dura” que aplican los gobiernos dictatoriales, sino de una firme “voluntad política” de los organismos competentes de cumplir y hacer cumplir con prontitud y con energía las leyes vigentes. Y, sobre todo, se debe acabar con la impunidad para unos cuantos, lo que constituye una invitación para que los demás también delincan, en un ambiente en que la población vive en zozobra permanente hasta en sus propias casas, afectando su calidad de vida. El aumento de las comisiones vecinales de alerta, el incremento de personas y empresas que ofrecen todo tipo de sistemas de seguridad o los mecanismos de protección con que la gente rodea sus murallas y viviendas están demostrando que la inseguridad no es una simple “percepción”, palabra con la que tradicionalmente gustan justificar algunas autoridades su inacción.
Es de pensar que la situación no es aún irreversible. Pero las autoridades deben convencerse de que la gente común no goza del aparato de seguridad del que ellas están rodeadas, sino que está expuesta permanentemente a los ladrones, asaltantes, robacoches, chespiceros, o quedar en medio de una balacera entre bandas rivales. Todos desean “estar mejor”, para lo cual la tranquilidad es una condición fundamental.