Invocando “el bien común para una vida digna”, monseñor Gabriel Escobar, obispo del Vicariato del Chaco Paraguayo, pronunció ayer una notable homilía al iniciarse el novenario de la Virgen de Caacupé. Abordó los grandes temas nacionales de hoy, poniendo el dedo en la llaga en una serie de graves cuestiones que deben ser subsanadas en pro del interés general. Reconoció avances en la macroeconomía, pero lamentó que el dinero no les alcance a “los más pobres, sencillos y desamparados”, así como el hecho de que el sentido común no sea empleado por quienes “se comprometieron a servir al pueblo y no a servirse de él”.
Las entidades públicas “hacen agua por todas partes” y hay “descontento en la población”, mientras ciertos “estamentos se aumentan el sueldo sin qué ni para qué”, agregó. Recordó que la gente debe organizar “polladas para pagar por la salud (...) mientras los de allá arriba tienen los mejores seguros médicos pagados por el pueblo”. El obispo no olvidó el eterno drama del transporte público y de que los campesinos deban “luchar para conseguir un pedazo de tierra: viven en la zozobra y sufren constantes amenazas de desalojo”, en tanto que “los manguruyuses de arriba (Indert) entregan y venden a precios irrisorios tierras del Estado en lugares estratégicos”, como el distrito de Carmelo Peralta.
Es comprensible que la homilía haya aludido a la Justicia, a la que tildó de “lenta, costosa e ineficiente”; muchas veces, el pobre no formula una denuncia por descreer que allí sea escuchado y “esto no puede ser”, expresó. Existirían “autoridades que ocupan lugares sin tener el perfil correspondiente”, como las que llegaron a integrar el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, pudiendo recordarse aquí los casos de Hernán Rivas y Orlando Arévalo. El prelado no olvidó al Ministerio Público, al decir que se necesita una Fiscalía “más profesional y empática con el pueblo”, que vele asimismo por el entorno. Como no era para menos, afirmó que la seguridad interna es “una tarea pendiente” y que los agentes policiales deben ser profesionalizados. Es destacable que, en este contexto, haya recordado el desconsuelo de los familiares de Edelio Morínigo, Félix Urbieta y Óscar Denis, secuestrados hace años por una organización criminal, aún en pie.
Como era de esperar, tratándose del bien común, la homilía se refirió a la educación pública, exhortando a invertir en una que sea equitativa y de buena calidad, porque “así como estamos, no da para más”. Instó además al buen uso de los fondos provenientes de las entidades binacionales y a “invertir más en salud, educación, trabajo y seguridad”. En fin, urgió a las autoridades a que salgan a conocer las “necesidades acuciantes” de la gente, ya que “nuestro pueblo sencillo, de a pie, merece también estar mejor y no solo unos cuantos cuates memé”.
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Las certeras palabras del prelado, que enfatizan las carencias que afectan a la población de bajos ingresos, deberían conmover a los que mandan y se dicen creyentes. Aunque a estos les resulte inverosímil, los gobernados no están viviendo en el mejor de los mundos posibles, ni mucho menos: si se consideran cristianos, harían bien en hacer un sincero examen de conciencia para averiguar si están sirviendo a la gente o sirviéndose de ella. Y si visitan Caacupé el próximo 8 de diciembre, tendrían que recordar que Jesús calificó a los hipócritas de “sepulcros blanqueados”. En particular, quienes prestaron un juramento al asumir el cargo, empezando por el Presidente de la República, deberían saber que al incumplir con sus promesas cometen perjurio. Deberían arrepentirse si “están mejor” a costa de las penurias ajenas, con sobres de por medio, como es presumible en muchos casos.
Si la festividad de la Virgen de Caacupé sigue convocando a miles de fieles es porque, como dijo el prelado, “muchas veces nos sentimos defraudados, engañados por lo que nos prometieron cuando decían que querían servir al pueblo y promover el bien común, para una vida más digna y llevadera para todos”. Pero aparte de pedir el auxilio celestial, los ciudadanos deberían organizarse y movilizarse, en defensa propia, ante las corruptelas y arbitrariedades cotidianas en la función pública: la devoción mariana es perfectamente compatible con la lucha pacífica por “el bien común para una vida digna”.