Un “califato” de terror bajo el yugo de los extremistas

El grupo terrorista Estado Islámico (EI) impuso hace un año la opresión y la tiranía desde Alepo, norte de Siria, hasta Diyala, este de Irak, bajo la creación de un nuevo “califato” y donde su represión acabó con la vida de más de 12.000 personas, e hicieron de la barbarie su sello característico para imponer por el terror todo su fanatismo.

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BEIRUT (EFE).En vísperas de su primer aniversario, el 26 de junio se atribuyó el atentado perpetrado ese día contra una mezquita chií en Kuwait que causó al menos 27 muertos en pleno ramadán.

Ese mismo día, un grupo terrorista cercano ideológicamente responsabilizó en Túnez de un ataque contra dos hoteles en el que murieron 37 turistas, y en Francia, un hombre apareció decapitado tras un ataque a una fábrica de Lyon.

La organización, que en sus orígenes juró lealtad a Al Qaeda para combatir en Irak, aprovechó el conflicto civil en Siria y se constituyó como grupo que atrae a sus propios yihadistas de todos los países del mundo y declaró la guerra para ampliar su tan deseado “califato” conquistando territorios en Oriente Medio.

Los yihadistas establecieron la capital iraquí de su “califato” en Mosul, capital de Nínive, mientras que en Siria establecieron su principal bastión en Al Raqa, norte del país, tras arrebatársela al Frente al Nusra (filial de Al Qaeda) y otras facciones islamistas.

Según Washington, el EI ha perdido el control de entre 13.000 y 17.000 kilómetros cuadrados de terreno desde que instauró el “califato”.

Grupos enfrentados

A pesar de que a lo largo de este último año muchos grupos radicales de diferentes partes de África y Asia juraron lealtad al Estado Islámico, los extremistas del también conocido en árabe como “Daesh” mantienen dos grandes frentes abiertos.

En Siria, estos extremistas combaten contra las tropas de Bachar al Asad, grupos rebeldes de tendencia islamista, el Frente al Nusra o las milicias kurdo-turcas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) o las Unidades de Protección del Pueblo kurdo sirio (YPG), quienes en ocasiones luchan en un frente común contra el EI.

Estos radicales dominan actualmente unos 95.000 kilómetros cuadrados en territorios de Siria e Irak.

Una de sus últimas conquistas en territorio sirio ha sido la emblemática y monumental ciudad de Palmira, donde, además de instalar la opresión entre los civiles, están destruyendo templos grecorromanos y el patrimonio de la humanidad que acoge ese lugar.

Mientras, en Irak, los yihadistas luchan contra grupos tribales, las milicias chiíes, o las fuerzas gubernamentales y las fuerzas kurdas “peshmerga”, quienes a su vez están apoyados por la aviación de la coalición internacional, liderada por EE.UU.

Crueldad y terror

La crueldad de los yihadistas se vio reflejada, por ejemplo, en su ofensiva contra la localidad de Sinyar y alrededores, donde desencadenó una grave crisis humanitaria entre los civiles tras la huida de más de 120.000 kurdos yazidíes y cristianos. Otros miles quedaron atrapados en las montañas donde murieron de sed y hambre.

Las imágenes de sus métodos represivos han dado la vuelta al mundo. Asesinaron y grabaron en vídeo fusilamientos, decapitaciones, degollamientos y lapidaciones, así como la quema de sus víctimas o su lanzamiento desde azoteas de altos edificios.

Los habitantes sometidos a su control viven continuamente aterrorizados por los castigos, que incluyen latigazos y muerte.

El grupo tiene entre sus principales vías de financiación: el dinero obtenido por los secuestros, la venta del petróleo de las zonas capturadas en Irak, la extorsión y el saqueo de museos y lugares arqueológicos.

Su cabecilla

Ambicioso y cruel sin límites, cetrino de rostro y de barba cuidada, Abu Bakr al Bagdadi, es el autoproclamado califa del territorio robado, a caballo entre Siria e Irak.

Sirios e iraquíes, musulmanes (suníes y chiíes), y todas las minorías étnicas y religiosas sufren bajo su yugo la opresión de su despiadada dictadura islámica, que parece solo tener imaginación para la crueldad y que busca su legitimación en el Corán y la tradición islámica.

Nacido en la ciudad iraquí de Samarra, en 1971, Ibrahim Awad Ibrahim Ali al Badri al Samarrai –su verdadero nombre– tiene estudios universitarios y ejerció como imán durante años, y adoptó el megalómano alias de Abu Bakr al Bagdadi al Huseini al Quraishi, con el que pretende identificarse con Abu Bakr, primer califa tras la muerte de Mahoma y con la tribu de este último, los Al Quraishi.

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