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Una vez tratadas estas células con una sustancia química específica, es suficiente exponerlas a una fuente luminosa para apagar el dolor.
Los investigadores sintetizaron un compuesto químico sensible a la luz infrarroja.
Basta iluminar la piel de ratones tratados con esta sustancia para tener un efecto benéfico sobre el animal que dura tres semanas.
“Las fibras sensoriales del dolor crónico se hallan en la piel. Si se exponen a la luz se retraen de la superficie, aportando un alivio duradero”.
Con esta técnica se observó que es posible “cortar las ramas” de las fibras nerviosas, que tras la exposición a la luz retiran sus receptores.
Así, el estímulo doloroso superficial no se percibe por un período de tres semanas.
Si se aplica este tratamiento en humanos sería una terapia eficaz, sin efectos colaterales para el paciente, característica de los métodos actuales.