Jueves Santo: institución de la eucaristía, del sacerdocio y del amor

Marcan la santidad de este día dos celebraciones importantes. Por la mañana, en la Catedral, se celebra la misa crismal, en la que el presbítero renueva las promesas sacerdotales, y el obispo consagra los óleos para las celebraciones de los sacramentos. Por la tarde, con la misa de la última cena comienza la preparación para el triduo pascual, en la que se rememora la institución de la eucaristía y del sacerdocio, y el mandamiento del servicio fraterno a través del amor humilde y generoso.

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El triduo pascual celebra el paso o tránsito del Señor de este mundo al Padre a través de su muerte, sepultura y resurrección, que tuvieron lugar en los tres días del viernes, sábado y domingo. Por ello, el triduo pascual está formado por tres días (Viernes santo y Sábado Santo y Domingo de Resurrección), no por cuatro, como acontecería si el Jueves Santo se considerara también como parte del triduo. La solemnidad máxima del triduo se inicia en las últimas horas del día precedente.

La misa vespertina del Jueves Santo constituye como una introducción a las celebraciones de los días santos del triduo pascual. La misa vespertina del Jueves Santo debe vivirse como sacramento o signo que recuerda y hace presente el misterio pascual de la Muerte y Resurrección del Señor.

Jesús reúne a sus apóstoles para celebrar con ellos la última cena, en ella instituyó la eucaristía. Él quiso que, como en su última cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19).

Se debe reconocer que en esa cena, el Señor celebra su muerte por adelantado, anuncia proféticamente, por anticipado, su Pasión y Muerte. Ahí está el sentido de que “cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que Él vuelva”. Cuánto sufrimiento, pero cuánta entrega existe en esas palabras.

Sacerdotes según el corazón de Dios

También se celebra la institución del sacerdocio, pues sin sacerdote no hay eucaristía, ya que el mismo Señor actúa en el sacerdote para convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre. Jesús quiso que un pastor guiase a su rebaño, a su Iglesia; que cuidara de los suyos, los apacentara; es decir, les diera de comer pasto (Palabra de Dios y la eucaristía), les nutriese con todo lo que necesitaría para perseverar en la vida de fe.

Nuestro especial homenaje a todos los sacerdotes del mundo entero en quienes Jesús, el Buen Pastor, actúa y a través de quienes habla, anima, reprende, sana, libera, comprende, perdona, ama...
Elevamos una plegaria especial de petición al Señor que nos regale más sacerdotes para guiar a su pueblo. Más sacerdotes santos a través de quienes Dios santifica, y más sacerdotes sabios a través de quienes enseña con la sabiduría divina para hacer saborear los misterios de Dios en nuestra cultura de nuestros tiempos. Agradecemos por aquellos sacerdotes que nos bautizaron, nos confirmaron, nos dieron la eucaristía y el perdón de Dios.

Vine para servir y no ser servido

El servicio al hermano, amándolo, simbolizado con el lavatorio de los pies, es maravilloso resaltar que Jesús vino no a ser servido sino a servir y dar su vida por muchos (cf. Mt 20,28). Su servicio lo hace con humildad y de corazón. Acá tiene sentido la frase que se suele usar: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Pero entendido el servicio en el contexto cristiano, no en un ámbito meramente humano, sin mirar desde la fe que Dios se manifiesta en esa experiencia.

Jesús va más allá del simple rito, sobre todo se nota porque en vez de realizar antes de cenar, lo hace mientras cenaban. Superando toda limitación ritual, les introduce a formar parte de la familia de Dios, mostrándose Él como ejemplo. El texto nos dice que después de haberles lavado los pies, se puso el manto, regresó a la mesa y les expresó: ¿Comprenden lo que acabé de hacer con ustedes? Si yo siendo el Maestro les lavo los pies es para que ustedes también se laven los pies unos a otros (cf. Jn 13,1-15).

Con este gesto se despoja de su señorío, mostrando actitud de humildad y de donación. Y lo muestra para que sus amigos, misioneros, hagan lo mismo entre ellos y para con los demás.

La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por el mismo amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque le motiva para amar al prójimo el mismo Dios y tiende hacia Dios. El amor es más fuerte que nuestras mismas debilidades y limitaciones. Lo entrega y da todo, lo espera todo y se alegra siempre.

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