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La mujer desgarra con su filoso cuchillo la cáscara que envuelve las gruesas raíces de mandioca, que días atrás crecía en el kokue de un campesino de la zona de Arroyos y Esteros. Las finas tiras caen como gotas de lluvias a un costado de las bolsas cargadas con el tubérculo, formando imaginarias montañas. Los cortes son precisos, matemáticos, a pesar de que la trabajadora fija su mirada al carretillero y centra su atención en las preguntas que le hacemos.
Ella es Leoncia Arca de Gómez, de 43 años, quien tiene un pequeño puesto, a un costado de la avenida Gaspar Rodríguez de Francia casi Battilana, corazón del Mercado 4, y quien asegura, pela en cada jornada entre 1.000 y 1.200 kilos de mandioca, y cuyas ventas servirán a la postre para saldar los innumerables gastos familiares. “Para muchos es exagerado, el que pele tanta mandioca, pero ya estoy acostumbrada y además, si no les rindo a mis clientes, ellos se enojan y ahora hay mucha competencia, jakumplímantearã” sentenció la mujer.
Recordó cómo se inició en el “arte” de pelar mandiocas: era el año 1992, tenía 21 años y quedó desempleada. “Un día me dijeron para trabajar en el Mercado 4, pelando mandiocas, y dije que sí, a pesar de que a esa edad uno tiene muchos prejuicios para hacer este tipos de cosas”.
Hoy, a sus 43 años, asegura no estar arrepentida de haberse dedicado a este trabajo, que está felizmente casada, colabora con su marido quien es chofer de ómnibus, ayudó a que su hijo de 26 años termine sus estudios y ahora colabora para que su nene de 15 años estudie en un buen colegio. Entre risas, dijo que ella gana más que su marido y trabajando menos horas. “Mi vida es más tranquila que la de mucha gente, a pesar de que me vean aquí en este puesto, caigan tormentas, haga frío tremendo o esté enferma”, aseguró.
Estricta rutina
“Leo” refirió que lleva una rutina de vida estricta, levantándose poco después de la medianoche a esperar a un taxicarguista, con el que va hasta el Mercado de Abasto, donde elige las mercaderías. Asegura que su experiencia y buen ojo le ayudan a elegir los mejores productos, porque los clientes son exigentes y no les gustan las mandiocas conocidas como haporê. “Luego alzamos las bolsas y las traemos al puesto, donde llegamos cerca de las 2 de la madrugada y desde ese momento mi trabajo es continuado hasta las 8 de la mañana. A esa hora ya todo está vendido y puedo irme a mi casa del barrio Mbocayaty de Ñemby”, acotó.
“Cuando llego a mi casa me vuelvo un ama de casa común, lavo, limpio, cocino y hago otras cosas, para finalmente descansar. Cuando llega la hora me levanto y mi rutina de mercadera pelamandiocas vuelve a empezar de nuevo, dijo la señora. Solo los domingos paro, para descansar con mi familia”, cuenta.
Mensaje
A pesar de lo cansador que aparenta la actividad de la mujer, esta no pierde el sentido del humor y prueba de ello es lo que dijo al tiempo de tomar una de las mandiocas más grandes que había en una de las bolsas: “Soy cerrista y a mi club querido le va mal , por eso les muestro esta mandioca a los jugadores y al técnico, ya que si no ganan con este pedazo les vamos a castigar”, comentó con una carcajada que retumbó en la madrugada. De política, dijo que no quería saber nada: “soy colorada atã, pero no voy a votar ni por mi correlí, ni por nadie, ninguno vale la pena”, manifestó.
Ni un solo corte
“En 22 años de pelar mandiocas jamás me corté con mi cuchillo –asegura orgullosa–. Mis cuchillos son filosos, solo los uso una semana y después los cambio por otros nuevos. Les aseguro que he visto crecer a mi hijo mayor, he visto nacer a mi nieto y nunca tuve un rasguño, puedo pelar las mandiocas con los ojos cerrados”, aseguró casi en forma sobradora, para finalizar la conversación.
Foto: Diego Peralbo