Vivero del Parque Caballero, de la exuberancia a la penuria

Para embellecer y promover la higiene de la ciudad se creó en 1918 la almáciga y vivero municipal que hasta hoy funciona en un relegado rincón del Parque Caballero. El criadero de árboles y plantas tuvo sus momentos de esplendor en que llegó a producir hasta 450.000 plantas al año. Para la venida del papa Juan Pablo II en 1988 se llegó a preparar 300 tablones de flores.

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Aunque los orígenes podrían confundirse con los jardines, huertos y chacras de la “Quinta Caballero”, el vivero del Parque Caballero se estableció oficialmente por Ordenanza 790 “sobre embellecimiento e higiene de la ciudad” del 29 de julio de 1918 de la Junta Municipal asuncena.

Uno de los medios para fomentar los fines de la normativa era la arborización, y para cumplir con ello se establece bajo la denominación de “almáciga y vivero municipal” un “criadero de árboles y plantas”.

“En la almáciga y vivero municipal serán criados preferentemente árboles indígenas o naturalizados, propios para la arborización, y toda planta de color, flores y adornos que puedan servir a las obras de jardinería”, dispone la normativa.

También advertía que “es prohibido tocar plantas o cualquier otro objeto de la almáciga y vivero municipal, jardines y paseos, y subir o transitar sobre los tablones, como utilizarse el agua destinada al servicio de la irrigación o riego, bajo la pena máxima (fuertes multas) para los que llegasen a arrancar, cortar o destruir aquellas”.

El vivero del Parque Caballero se consolidó con los años y fue el gran proveedor de flores de la ciudad junto con el del Jardín Botánico, que más bien era forestal.

El Ing. Germán González Zalema, jefe del vivero entre 1976 y 1985, recuerda que el sitio llegó a producir hasta 450.000 plantas ornamentales de muy buena calidad por año con semillas traídas de los Estados Unidos y que toda esta producción surtía a las plazas de Asunción donde los obreros de la Comuna reponían a diario.

Las especies cultivadas eran tagetes, batlle, margaritas y petunias, en invierno. En verano se dedicaba a celosias o penachos, verbenas, salvia coral (Salvia splendens), zinnias (raído sombrero), etc.

“Teníamos un rosedal de 3.000 plantas injertadas con unas 80 variedades de rosas para las plazas, parques y donaciones a escuelas. El fuerte del vivero era el ornamental, aunque también teníamos siempre lapachos, especialmente de semillas recolectadas de un árbol de lapacho blanco, aunque casi todas las plantitas salían rosadas y muy pocas blancas”, dice González Zalema, quien dictaba cursos de jardinería y poda e injerto de rosas.

Las semillas para el vivero del Parque Caballero venían de diversos países, especialmente Holanda, Estados Unidos y Argentina. Pero para la visita del papa Juan Pablo II en 1988 el mismo jefe del vivero fue al Brasil para traer semillas de plantas ornamentales para producir masivamente. Se prepararon unos 300 tablones de flores de tagetes, celosias, zinnias, en fin unas 15 variedades de flores, por disposición del intendente Porfirio Pereira Ruiz Díaz.

El vivero también era un centro de estudios para escolares y colegiantes, y para recibir la primavera se lograban obtener 30.000 plantas de temporada con las que se ornamentaba la ciudad.

Tras la gran inundación de 1983 y luego de una gran lluvia en plena Semana Santa, mucha gente del bajo subió al vivero y lo ocupó durante mucho tiempo hasta que durante la administración del intendente Carlos Filizzola se les cedieron la parcela y el vivero.

Óscar Ramírez, actual capataz del criadero de plantas, afirma que la capacidad de producción actual del vivero sigue manteniendo un buen promedio, aunque depende mucho de la temporada. “Cuando hace demasiado calor es imposible producir en cantidad y variedad”, precisó.

No obstante, el vivero sobrevive con los cuidados que recibe a diario de los pocos obreros que le dedican toda su vocación de jardinero.

Fotos: Arcenio Acuña y Archivo ABC Color

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