Promueven una ley de salud mental como la de Argentina

El manicomio es un mundo aparte al que nadie quiere ir ni de visita. En Argentina rige desde hace varios años una polémica ley que ordena cerrar estos establecimientos luego de comprobaciones de abusos cometidos contra los pacientes. Alan Robinson, un director de teatro y cine, fue una de sus víctimas. Resumió su experiencia en el libro que presentó en Asunción “Actuar como loco”. En esta entrevista, pone en discusión este tema muy poco explorado que puede constituirse en hierro candente para profesionales y legisladores.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2061

Cargando...

Robinson fue internado por seis meses en un manicomio a la edad de 16 años. Asegura que los pacientes pueden ser mejor tratados en sus casas que en el manicomio y que las potentes medicinas que se les inyecta a las personas con trastornos, lo único que hacen es empeorar su situación mental, mientras que los grandes laboratorios de medicamentos lo que hacen es legalizar de esa forma drogas que deberían estar prohibidas.

–¿Por qué el libro “Actuar como loco”?

–La palabra “loco” está mal usada. Yo soy director, profesor de teatro, de cine. Muchas veces existe una relación entre el arte, los procesos creativos y la locura. Todos sabemos que a lo largo de la historia hubo genios locos como Vincent Van Gogh; en Argentina Jacobo Fichman, Marisa Wagner; en Estados Unidos Daniel Johnston; en Japón Yayoi Kusama, una serie de artistas que a través de su obra dieron cuenta de su conocimiento y su saber, que plasmaron el delirio, la alucinación como parte de sus procesos creativos. Y hay muchos más que, desgraciadamente terminaron en hospitales siquiátricos porque la sociedad no supo comprender sus potencialidades y los condenó como desaparecidos sociales en un manicomio.

–Incomprendidos. –No solo no comprendidos, en muchos casos excluidos, reprimidos, controlados con potentes drogas siquiátricas antes de quedar marginadas del mundo. Todo arte, sobre todo las escénicas, requieren de un momento de locura. En el momento de ver una obra de teatro es un momento loco. El público se olvida que son actores y que en realidad son los personajes. Yo tuve mis propios delirios y alucinaciones como cualquier persona lo tiene, solo que justo a mí me tocó ser víctima del sistema, ya cuando tenía 16 años.

–¿Qué le hicieron?

–Me internaron en un hospital siquiátrico, encerrado en una celda de aislamiento por una semana. Me llegaron a inyectar la máxima dosis de droga siquiátrica que se le puede dar a una persona. Me quisieron controlar con electro shock. Mi padre, que era médico, me salvó porque se opuso. Estaría muerto y no estaría acá. A los 25 me volvieron a encerrar en un manicomio pero por menos tiempo. Felizmente salí vivo para contarlo, porque en esos hospitales se maltrata, se tortura y nadie está ahí para registrarlo. Son centros de exclusión de la sociedad.

–¿Por qué lo metieron en un manicomio?

–El hecho concreto fue que salí de la clase sin permiso del profesor. Estaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires, un colegio muy prestigioso de la Argentina en el plano social. Yo estaba triste porque una muchacha que me gustaba me había rechazado. Me agarró una crisis. Me fui al baño porque quería estar solo. Esa desobediencia de haber salido del aula sin permiso casi me costó la vida. Me tomaron por loco.

–¿Qué le pasó en términos médicos?

–Los profesionales le llaman “una experiencia sicótica”, un brote sicótico, pero su brutalidad no les permitió entender que se trataba apenas del dolor de un jovencito que estaba muy triste porque su enamorada le había rechazado.

–¿Cuánto tiempo estuvo? –Seis meses sin ver a nadie, todo el tiempo drogado, encerrado en una celda de aislamiento.

–Lo encerraron por conducta violenta. –No, yo nunca fui violento ni agresivo con nadie. Yo solo quería mi libertad y eso me provocaba un estado de mucha energía, de mucha impotencia por la necesidad que tenía de convencer a esas personas que me dejaran libre.

–¿Cuál era el síntoma exterior para que la gente lo considere loco? ¿Qué hizo?

–Cuando estaba en la guardia del colegio, el primero que me vino a ver fue un siquiatra. “A ese jovencito hay que encerrarlo en un manicomio”. Me encerraron y ya no tuve defensa. Es muy violento el manicomio. Uno no puede desobedecer. Si desobedece pone en juego la vida. Nadie lo escucha. Con las drogas uno está permanentemente zombi, como borracho todo el día, incapaz de expresar sus emociones. Así trabajan los manicomios en la salud mental.

–¿Cómo consiguieron la ley?

–Desde 2010 las celdas de aislamiento se consideran como tortura por ley. Los responsables pueden ser denunciados y enjuiciados. Se formó todo un movimiento de víctimas. Formamos grupos de apoyo mutuo para personas que pasaron por esta experiencia. Yo puedo estar en un grupo esquizofrénico, sicótico, bipolar. Mis compañeros me apoyan, puedo dejar de usar drogas siquiátricas y vivir la vida que quiero vivir, no la vida que me dicen que tengo que vivir.

–Si uno se cree el “Hombre Araña”, ¿qué pasa? –Si usted se cree el “Hombre Araña”, yo le pido que me lleve con la tela de araña por los edificios porque quiero llegar más pronto de un lugar a otro, o si usted me dice que es Jesús, que vino a salvar al mundo, yo le digo: “En qué puedo ayudar”, pero no que vengan y se crean con derecho a atarme y aplicarme un montón de drogas porque a ellos se les antoja declararme un loco.

–Y ¿qué pasa con las conductas violentas que no se adaptan a los estándares de convivencia?

–Uno de los talleres que doy se llama “de intervención en crisis sicóticas”, con técnicas innovadoras. Usted, de repente se pone violento porque le agarra un trastorno mental y empieza a romper el escritorio y todo lo que hay encima. Le puede pasar en el trabajo a cualquiera. Pero no hace falta que traigan a la policía y la ambulancia con cuatro gorilas para que lo lleven a un manicomio. Entonces, lo que yo enseño con técnicas teatrales es que si una persona se pone violenta, se puede contener y calmar esa violencia con técnicas teatrales, por ejemplo. Esa locura es pasajera y se puede controlar. Repito, a cualquiera le puede pasar en la vida. Si una persona delira en la calle o en la casa y termina en el manicomio como me pasó a mí, bueno, su vida puede cambiar para siempre pero para mal, no para bien.

–¿Puede terminar en un crimen?

–Claro. Si a la violencia respondemos con más violencia puede terminar en un crimen.

–¿Pero si esa conducta violenta lleva directo al crimen?

–Bueno, eso ya no es locura. Eso es criminalidad. La figura del femicida, el hombre que mata una mujer no es un caso de salud mental. Es una figura penal. Al femicida se lo juzga por criminal no por loco. Eso hay que aclarar.

–¿Qué lograron en Argentina con esta experiencia?

–En Argentina, colectivos similares al colectivo paraguayo “Noîmbái” consiguieron la sanción de la ley de salud mental. Es una ley que se basa en cinco experiencias, entre ellas la mía. Por la ley, se insta a cerrar los manicomios. Las crisis de salud mental se tienen que atender en hospitales generales y las internaciones no tienen que exceder de un mes, no más. Al poeta argentino Jacobo Fichmann lo encerraron 28 años. Estaba diagnosticado como sicótico. A otro poeta, Vicente Sitolema, quien hizo el prólogo de mi libro, le autorizaron a salir los fines de semana. Él volvió a frecuentar a sus amigos de la cultura, a los medios de prensa, a las exposiciones de sus libros, sus cuadros, el ambiente donde quiso estar siempre. Dos años después falleció. Pero al menos pudimos conseguir que los últimos años de su vida fueran felices.

–Hay que andar medicado todo el tiempo?

–Los dos negocios más grandes de nuestro planeta son las drogas y las armas. Están las drogas legales y las ilegales. Entre las legales más caras están las siquiátricas.

–Cómo demostrar que lo que usted dice tiene base científica. –Usted le puede preguntar la validez científica que tiene lo que estoy diciendo, sociológicamente a un sociólogo, antropológicamente a un antropólogo, a un sicólogo en su profesión, siquiátricamente a Agustín Barúa Ca- ffarena, un siquiatra paraguayo, integrante del colectivo Noîmbái. Esa respuesta la tienen las personas que se dedican a la ciencia. Yo soy un sobreviviente. El delirio siempre se asocia con lo malo pero el delirio no es malo. Los genios son locos, deliran con sus creaciones, cada uno tenemos nuestros momentos y eso tenemos que aprovecharlo y protegerlo, si es posible desde el Estado.

holazar@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...