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Sólo faltaba el Himno nacional, una composición musical representativa que pudiera identificar y unir a los paraguayos. Rodríguez de Francia había hecho un primer intento con la canción patriótica de Anastasio Rolón, escrita exclusivamente en guaraní (“Tetã Purahéi”) persuadido por la gesta de mayo de 1811, declarada por el Dictador Supremo como Himno de la Patria en 1831.
Pero Carlos Antonio López pretendía un himno en español que exaltara el sentimiento nacionalista –por entonces en ciernes–, subrayara la emancipación del poder colonial y oficiara como expresión de una genuina emoción patriótica. Acudió a la pluma de Vicente López (autor del himno argentino) pero desechó sus servicios por lo elevado de sus honorarios. Interiorizado de esta situación, Francisco Acuña de Figueroa, autor del Himno nacional uruguayo, se ofreció a colaborar con tan magna empresa y obsequió al Paraguay, el 20 de mayo de 1846, las 7 estrofas originales del Himno nacional paraguayo, el cual fue “dedicado a la República del Paraguay y a su dignísimo Presidente el Excmo. Don Carlos Antonio López”. Así lo relata “El Semanario” en diciembre de 1853, como una suerte de necesaria promulgación, teniendo en cuenta el carácter oficial del periódico.
En este documento se indica que el Himno paraguayo debería, en principio, cantarse bajo los acordes del uruguayo, no acompañándose partitura alguna, lo que motivó controversias acerca del posible autor de la música. Fue recién en 1933 cuando Remberto Giménez reconstruyó definitivamente la composición musical respetando –en toda su extensión posible– las formas y ritmos originales.
Los himnos de Paraguay y Uruguay fueron construidos bajo las estructuras musicales del siglo XIX, emergentes de las respectivas declaratorias de independencia, con letras y músicas que no pueden sustraerse de esa circunstancia histórica ni de los estilos imperantes en la época.
El revisionismo histórico cuestionó al poeta uruguayo por no comulgar originalmente con los valores republicanos que propugnaban ambos himnos ni por ser representativo en vida del ideal revolucionario americano. Cabe señalar que como hijo de español, Acuña de Figueroa no adhirió de inmediato a la causa independentista, se mantuvo leal a las autoridades coloniales, luego sirvió a la Provincia Cisplatina para finalmente adherirse a los intereses del recién nacido Estado uruguayo.
Críticas similares se formularon a Rouget de Lisle, el autor de La Marsellesa (himno nacional francés) en 1792, al considerarse que su autor estaba formalmente bajo las órdenes del Rey Luis XVI en el momento de componer ese “canto de guerra”.
Los artistas son hijos de su tiempo, de sus circunstancias y de las propias contradicciones históricas. El pintor uruguayo Juan Manuel Blanes fue el artífice de la iconografía de un Uruguay que no conoció y a partir de imágenes que fue recreando a través de un proceso de recopilación documental minucioso, ilustró acontecimientos históricos que se mezclaban con el desasosiego político y social de fines de siglo XIX, constituyendo un aporte determinante a la identidad uruguaya.
En una época y contexto en que los sentimientos de nacionalidad aparecían confusos e imprecisos, Acuña de Figueroa pretendió dar su testimonio escrito –de la misma manera que Blanes lo hizo a través de su pincel– al servicio de un propósito nacional (dotar al país de símbolos una vez lograda la independencia), redactando los versos de un himno que abrazaba la intelectualidad de entonces y que se revelaba fundamental en el proceso de construcción de una nueva nación.
Es incuestionable la inyección de identidad nacional que los himnos de Acuña de Figueroa aportaron al sentimiento patriótico de ambos Estados, por ello en un nuevo aniversario del día del Himno nacional, paraguayos y uruguayos, estaremos siempre invitados a escuchar sus versos de pie.
(*) Embajador del Uruguay en Paraguay