Ética y violencia

En 2013 hubo atentados terroristas en 59 países con un saldo de 2.492 ataques y 6.362 muertes. Un año más tarde fueron cien los países que sufrieron ataques similares y en el 2015 aumentaron casi el 60% dejando 17.959 muertos.

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Hace poco comentaba en esta misma columna otros impresionantes indicadores de la violencia en el mundo: diez países con arsenal de bombas atómicas, cincuenta y tantos grupos guerrilleros terroristas, varios de ellos con actividad internacional, etc.

Los paraguayos no estamos ajenos al crecimiento de la violencia. Crecen los homicidios, los asaltos por motochorros y delincuentes en las casas e instituciones, crece el número de presos y no disminuye la criminalidad, así como los delitos de corrupción y robo a las arcas del Estado, el bullying en los colegios y la violencia y violaciones hasta en la intimidad de los hogares, a lo que añadimos terribles formas de violencia de productores, traficantes, vendedores y políticos de la droga, etc.

Aunque fuera poca nuestra sensibilidad humanitaria social y moral, el crecimiento de la violencia nos obliga a reflexionar y a no quedar pasivos como si esta situación dramática no nos afectara.

Ante este panorama cabe preguntarse por qué tanta violencia y ausencia de ética, a qué se debe este comportamiento aberrante que nos retrotrae a la barbarie, destruyéndonos a nosotros mismos.

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La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia como “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.

Esta definición incluye la violencia autopersonal, la interpersonal, y la social de todas las manifestaciones de la violencia se consideran más importantes las violencias de dimensión social. Hay diversos modos de clasificarlas a la hora de evaluar su malicia. Los dos criterios más frecuentes son el de la finalidad perseguida y el de los procedimientos utilizados por la acción violenta.

Las clases más frecuentes de violencia según lo especialistas son cuatro: la violencia estructural, la violencia social de resistencia o rebelión, la violencia bélica y la violencia subversiva o terrorista.

Defino la violencia estructural por ser menos conocida. Se entiende por violencia estructural “el conjunto de estructuras económicas, sociales, jurídicas y culturales, que causan la opresión de la persona e impiden que la persona sea liberada de esta opresión”.

Desde el punto de vista ético “la violencia en sí es un contravalor. La violencia engendra violencia; la violencia por ella misma nunca sale del círculo infernal de la violencia” (M. Vidal. 2011, 308).

En una situación de injusticia social instalada, como es la violencia estructural o el abuso de poder permanente e impune, se legitima la lucha en defensa de la justicia por medio de la no violencia activa o la lucha coherente con los fines perseguidos, es decir, con método, estrategias y medios que no incurran en la violencia que se quiere eliminar. En la lucha por la justicia la coherencia cristiana introduce dos peculiaridades: elimina todo espíritu de violencia y limita escrupulosamente el uso de los medios violentos. En este sentido, la ética cristiana jamás podrá justificar la lucha de clases sociales como estrategia y medio para lograr la justicia social. La lucha de clases es intrínsecamente violenta y contradictoria con la justicia que se quiere conquistar, atropella los derechos humanos para presuntamente conseguirlos y rompe radicalmente la dinámica en busca de la unión y el mandamiento del amor.

Es paradójico el crecimiento de la violencia justo cuando ha crecido como nunca la exhibición erótica por todos los medios de información y comunicación. La paradoja puede estar revelando muchas realidades ocultas. Quizás se habla de amor y formas superficiales de vivirlo, “líquidas” como diría Bauman, precisamente porque no lo vivimos y nos encontramos en ambientes violentos de tensión, conflicto y odios; quizás porque nos tragó el consumismo y también el amor bajó a la categoría de consumo; quizás porque es tan pobre la mercancía del amor que solo sirve para placer efímero y de ninguna manera tiene poder para tender y fijar puentes sólidos y solidarios con los demás.

jmonterotirado@gmail.com