La utilidad de lo inútil

Al parecer, al día de hoy todavía persiste una creencia estereotipada de que hacer investigación es sinónimo de enfrascarse en un laboratorio, contar con una serie de instrumentos, tener equipos complicados y manejar fórmulas matemáticas en extremo enigmáticas. La utilidad es celebrada y valorada por los muchos progresos y por la incidencia de los avances en la vida cotidiana.

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Ante esta abrumadora e incontestable realidad, intentar acreditar “verdades” en consonancia con estilos metodológicos alternativos, no podrían legitimarse tan fácilmente.

Este discurso soterrado ha logrado encorsetar el abanico de posibilidades que desde las ciencias humanas podrían ser pasibles de investigarse. Si las reglas de juego clausuran la producción de ideas, limitan el planteamiento de discusiones y niegan valor a los ensayos como herramientas válidas de discernimiento, entonces, el ámbito de las ciencias humanas queda debilitado.

Superar la visión de compartimentos estancos, es también ponerse por encima de ciertas lógicas que podrían fundan perspectivas excluyentes. La exigua cantidad de investigadores categorizados del área de las humanidades en el marco del Programa Nacional de Incentivos a Investigadores (Pronii) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ¿obedecería a criterios esgrimidos desde un horizonte donde las humanidades son inútiles y por ende, deberían ser reconsideradas en la medida en que las mismas estén ceñidas al ideal de las fórmulas, los laboratorios o el lenguaje matemático y estadístico? ¿Precisamos revisar los criterios y parámetros utilizados a la hora de evaluar la producción de los investigadores del área?

La respuesta a estas preguntas, independientemente de lo que se podría argumentar, nos mostraría la necesidad de construir criterios más amplios el marco de estratégicas tendientes a fortalecer las políticas públicas relacionadas a la investigación.

Y es que si lográsemos visualizar la diferencia de la cual somos parte, entonces habremos recorrido ese camino largo y tortuoso que nos ubicaría más allá de los prejuicios a la hora de encontrarnos como investigadores y habremos obtenido que nuestras disciplinas científicas, sin exclusiones, ocupen un lugar en la configuración de políticas públicas.

Si los investigadores del mundo de las ciencias humanas pudiéramos acercarnos un poco más a los del mundo de las ciencias naturales o exactas, sin que seamos vistos como inútiles, nuestro bagaje argumentativo se enriquecería de los avances y descubrimientos que con seguridad influirían positivamente en nuestros análisis, discusiones y ensayos.

Asimismo, si los investigadores del mundo de las ciencias naturales o exactas se animaran a revisar conceptos, planteamientos y discusiones del ámbito de las humanidades, es muy probable que muchos de los imponderables que como país arrastramos, podrían ser atendidos con la amplitud de una visión enriquecida por la multidisciplinariedad.

Las humanidades son puntales primordiales del conocimiento. En ausencia de ellas, es imposible procurar un pacto social mínimo que contribuya a fortalecer los valores democráticos tan anhelados en estos tiempos que corren. Pretender una democracia sólida arrinconando a los conceptos es como querer estudiar natación por correo.

Esperar que el índice de calidad de vida aumente, que seamos competitivos en la producción, que nuestros investigadores sean reconocidos por sus grandes hallazgos, etc., todo esto será posible en la medida en que las humanidades instalen el ejercicio del pensamiento crítico. ¿Acaso se puede entender qué es un Estado Social de Derecho sin el concurso de los inútiles?

* Filósofo, catedrático e investigador Nivel I del Pronii.

jmsilverouna@gmail.com

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