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De esos años recuerdo también del profesor Resck sus gestos ampulosos, palabras estudiadas y contundentes –que le acompañarían para siempre– para acercarnos sus lecciones. De las horas cátedra, más de la mitad la dedicaba a comentar la realidad social del país y luego nos pedía que redactáramos según la entendíamos.
Sin ser periodista, el profesor Resck entendió la misión del periodismo, su responsabilidad y su ética. Pedía a sus alumnos que procurasen escribir bien mediante el ejercicio y la lectura. Pero escribir bien, nos decía, no se limita a obedecer las reglas gramaticales, sino acercarse –copio su estilo con el debido respeto– “con la luz esplendorosa de la verdad que ilumina el espíritu y hace resplandecer el amor por encima de las tinieblas del odio”.
El amor, la verdad, la luz, habrían de ser algunas de las palabras que mucho tiempo después, volcado enteramente a la política, serían su arma contra toda forma de dictadura. Y habrían de ser, también, una fuente permanente de sus padecimientos. Fue apresado más de 100 veces; le torturaron, confinaron, expatriaron. Luego de cada represión, volvía con más brío a denunciar aquello que tendría las mismas consecuencias. No le hicieron retroceder ni un milímetro en la defensa ardorosa de sus convicciones. Las sostenía con pasión, pero también con lógica. Nunca lograron silenciarle. Con cada intento, se alzaba con más fuerza. Era el vigor de su espíritu que contradecía sus debilidades físicas. Varias veces estuvo gravemente enfermo luego de las prolongadas torturas policiales o los muchos días de huelgas de hambre. De todo ello, y mucho más, volvía a levantarse al solo efecto de continuar batallando.
El profesor Resck es un raro ejemplo de supervivencia en medio de condiciones físicas extremas. Le mantuvo su voluntad puesta al servicio de la justicia, de los derechos humanos. Exigía honestidad y coherencia a los políticos porque él era honesto y coherente; pedía al resto de los ciudadanos comprometerse con el país, porque él se comprometía muchas veces más allá de sus posibilidades físicas.
Hay una fotografía tomada frente al Panteón de los Héroes durante una manifestación que lo retrata con entera fidelidad. Se lo ve pataleando entre policías que lo cargan de sus extremidades rumbo al calabazo. Pero si la dictadura creía que con estas salvajadas iba a conseguir la rendición de Resck, demostraba ignorar el patriotismo de un ciudadano superior, de esos que a su fallecimiento nunca recibirían los honores de los que gobiernan, ni siquiera en democracia.
Resck era de esas personas que molestan, que hacen pasar malos momentos, que cortan la digestión de los corruptos por su incesante labor de poner al descubierto los actos indignos, aquellos que atropellan la justicia en perjuicio de los débiles; aquellos que ignoran los derechos humanos para instalar la prepotencia, la impunidad, la inmoralidad.
El profesor Luis Alfonso Resck fue una figura imprescindible en la lucha contra una dictadura perversa y corrupta. La denunciaba con vigor, sin claudicaciones, por encima de los severos castigos que su audacia le atraían. Se diría que, muerta la dictadura, la tarea de Resck se terminaba. De ningún modo. Apenas arribó la democracia, se encontró con los mismos trabajos, con las mismas obligaciones ciudadanas, con las mismas responsabilidades: seguir denunciando las violaciones de los derechos humanos que continuaban, y continúan, dándose con fuerza. Hoy la diferencia está en que ya no habrá una recia voz que se alce contra las injusticias. Se fue el querido profesor también de periodismo.
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