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Cuando pensamos en las causas de esa realidad nos imaginamos a las autoridades que no trazan una política pública que los beneficie, y a la corrupción que rodea al principal organismo encargado de velar por sus derechos. Además, trasladamos la culpa a ellos mismos, diciendo que no quieren trabajar, que desean todo servido y les gusta andar mendigando.
Sin embargo, como una luz de esperanza para los pueblos originarios, hay realidades que son totalmente distintas a esa primera percepción.
Una de esas realidades positivas es la que experimentan los miembros de la comunidad Kambay, asentada en la ciudad de Caaguazú.
Sus integrantes tomaron el hábito del trabajo tras recibir capacitación. Mujeres y niños estudian, mientras los líderes trabajan la tierra y conducen el destino de sus comunidades sin perder de vista sus costumbres y su cultura. Viven integrados a lo que llamamos “mundo civilizado”.
Esa realidad fue posible gracias a la conjunción de esfuerzos de personas que captaron recursos económicos, como donaciones del sector privado para materializar obras de infraestructura, capacitaciones y adquisición de herramientas necesarias para que la comunidad pueda desarrollarse e incentivar el esfuerzo de cada uno de los integrantes de la comunidad Kambay.
Queda demostrado con esto que es posible integrarlos plenamente a la sociedad, y que la falta oportunidades es lo que mantiene a los grupos vulnerables sumidos en la pobreza e ignorancia.
Si las autoridades de turno, que en épocas electorales prometen cambiar la realidad de las parcialidades indígenas de nuestro país toman como modelo a Kambay y trabajan en una política pública seria, las estadísticas podrían cambiar. De ser un país que margina a sus pueblos originarios, pasaríamos a ser un modelo para el desarrollo de la población indígena.
carmen.colman@abc.com.py