Cargando...
Varios hechos que acontecieron en las últimas semanas pondrán a Obama a la defensiva durante esta megacumbre de 34 jefes de Estado, que se realiza solo cada tres o cuatro años.
En primer lugar, la orden ejecutiva de Obama del 9 de marzo ordenando suspender las visas y congelar los fondos en Estados Unidos de siete funcionarios venezolanos acusados de actos de abusos contra los derechos humanos y corrupción, le ha dado una excusa de oro al presidente venezolano Nicolás Maduro para montar un gran show y pedir 10 millones de firmas exigiendo la derogación de la medida. Maduro dijo que presentará el pliego de firmas a Obama durante la cumbre en Panamá.
Aunque las sanciones de Estados Unidos no afectarán a la población venezolana en general, sino a siete funcionarios, Maduro las presenta como una “agresión contra Venezuela”, y es probable que la disputa entre Estados Unidos y Venezuela dominará una buena parte de la cumbre.
Eso podría echar a perder las esperanzas de la Casa Blanca de que la cumbre pase a la historia por el encuentro entre Obama y el gobernante cubano, general Raúl Castro. La Casa Blanca ve la normalización de relaciones con Cuba como un legado clave de la presidencia de Obama.
Muchos líderes latinoamericanos rechazan las sanciones de Obama, ya sea porque sinceramente están en contra de sanciones unilaterales o porque temen que Estados Unidos aplique sanciones personales contra funcionarios corruptos de sus propios gobiernos o a ellos mismos.
Pero lo cierto es que el gobierno de Obama cometió un error garrafal al decir que las sanciones se deben a que Venezuela se ha convertido en una “amenaza extraordinaria” para Estados Unidos.
Los funcionarios estadounidenses intentaron minimizar esas palabras más tarde, diciendo que se trata de una formalidad requerida por la ley para imponer sanciones financieras a funcionarios extranjeros, pero Maduro ya tiene material para montar su teatro político.
Un segundo obstáculo para Obama podría ser la propia Cuba. Castro no puede darse el lujo de no apoyar abiertamente a Venezuela y criticar a Estados Unidos en la cumbre, porque Venezuela sigue siendo el principal benefactor económico de la isla caribeña, y la narrativa antiimperialista cubana sigue siendo la primordial justificación de Castro para no permitir elecciones libres.
Un tercer posible desafío para Obama serán los disidentes cubanos, que se han sentido marginados del acuerdo entre Obama y Castro. Guillermo Fariñas, un líder opositor que espera participar en el foro de la sociedad civil de la Cumbre de Panamá, me dijo en una entrevista telefónica desde Cuba que a menos que Obama exija a la isla dar pasos concretos hacia la democracia, “vamos a estar muy decepcionados”.
Por otro lado, Obama tendrá algunos aspectos a su favor en Panamá. A diferencia de las anteriores Cumbres de las Américas, donde Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina y otros países poco amigos de Washington estaban en pleno auge, gracias a los altos precios de sus materias primas, la próxima Cumbre de Panamá tendrá lugar en un escenario regional y mundial muy diferente.
Hoy en día, con la caída de los precios de las materias primas, las economías de Venezuela y Argentina están por el piso, y Brasil está teniendo su peor crecimiento económico de los últimos 25 años. Con China creciendo menos, Rusia quebrada y Europa estancada, Estados Unidos se perfila como el mercado más promisorio para las exportaciones latinoamericanas.
Mi opinión: Si no quiere ser eclipsado por Maduro y Castro, Obama tendrá que hacer algo audaz en la cumbre.
Cuando Maduro haga su show y le entregue a Obama un pliego supuestamente firmado por millones de venezolanos –la mayoría de ellos empleados públicos forzados a firmarlo–, Obama debería responder con un gesto similar.
En lugar de aceptar el documento con una sonrisa, como lo hizo cuando el difunto presidente venezolano Hugo Chávez le regaló un libro antiestadounidense en una cumbre en 2009, Obama debería darle a Maduro una copia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Y en vez de reunirse con disidentes cubanos en un foro marginal de la cumbre, como lo planea hacer, Obama debería cederle a un líder de la oposición pacífica cubana cinco minutos de su discurso en la sesión plenaria de la cumbre.
Si Obama no hace algo así, le ganarán de mano un octogenario dictador militar y un demagogo populista, y la Cumbre de Panamá –en lugar de permitir a Obama proyectarse como un defensor del diálogo y los derechos humanos– podría ser un fiasco diplomático para Estados Unidos.