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De acuerdo con un informe oficial de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), las incautaciones más grandes en América del Sur fueron reportadas por Brasil, Bolivia, Argentina y Paraguay. La mayoría de los países de la región (en particular Brasil, Argentina, Uruguay y Chile) mencionan a Paraguay como la principal fuente de resina de cannabis encontrada en sus mercados. Ese dato se halla en concordancia con el considerable aumento del consumo de marihuana en la región. Según el informe, “el aumento más significativo de consumo fue reportado por Brasil, reflejando una creciente disponibilidad de productos de cannabis desde el vecino Paraguay”; añade el informe que “la mayoría del cannabis consumido en Argentina se origina también en Paraguay, donde la producción de cannabis se está expandiendo”.
Creo que la explosión global de la oferta y la demanda de drogas ha hecho añicos la ilusión de invulnerabilidad que albergaban los gobiernos de muchos países. Hoy no existe país alguno lo suficientemente aislado como para engañarse a sí mismo, imaginando que no tiene vínculo con el tráfico de drogas. Países que durante mucho tiempo creyeron ser solo puntos de tránsito, hoy se ven enfrentados al hecho de haberse convertido en importantes proveedores, consumidores, o en ambas cosas. Paraguay es un ejemplo paradigmático de este fenómeno.
Durante la década de 1990, el número de incautaciones de drogas declaradas en todo el mundo, que se mantenía estancado en torno a las 300.000 anuales, aumentó más de cuatro veces, llegando a alcanzar la cifra de 1.400.000 a inicios de la década de 2000. Esta explosión no debería resultar sorprendente, ya que todo el aparato jurídico y tecnológico de la globalización ha hecho el tráfico de drogas mucho más eficiente. En todas partes, los métodos de este comercio reflejan el avance de las nuevas tecnologías. Los mayoristas del narcotráfico pueden utilizar no solo empresas de transporte y mensajería comercial, sino que mediante el seguimiento virtual del envío están en condiciones de saber si este ha llegado a destino o si ha sido incautado. Las transacciones suelen organizarse mediante teléfonos celulares que se desechan al cabo de pocos días de uso, y con frecuencia los traficantes se coordinan utilizando programas de mensajería instantánea a través de correos electrónicos y chats, a menudo empleando ordenadores públicos de cibercafés. Las redes más sofisticadas emplean sus propios expertos informáticos para proteger sus comunicaciones o penetrar en los sistemas de las fuerzas estatales de seguridad. Pero quizás nada haya beneficiado más al narcotráfico que la revolución financiera de los últimos años. Para ocultar el movimiento de dinero, pagar a los proveedores, remunerar a sus operarios y poner de nuevo en circulación las ganancias, los narcotraficantes utilizan toda una gama de recursos, desde envío de dinero por servicios postales hasta operaciones de blanqueo en las que intervienen empresas simuladas, cuentas bancarias en paraísos fiscales e intermediarios internacionales.
En ese vertiginoso mundo del comercio electrónico, la banca online y las transferencias internacionales, la mayor parte de las transacciones del narcotráfico no son más que eso: transacciones. Tal vez por eso, en Paraguay, nadie detecta nada al respecto.
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