Memorias de la revolución y la paz

María Antonina Blanco de Pérez acaba de cumplir 98 años con unas canas relucientes. Con gran lucidez alberga en la memoria recuerdos de décadas convulsionadas del siglo XX que le tocaron vivir. De niña sintió los rigores de la Guerra del Chaco y –ya casada con un militar– no fue ajena a los azotes de la revolución del 47. Afortunada y agradecida con la vida, confiesa que siempre ha sido feliz.

María Antonina Blanco de Pérez el día en que cumplió 98 años.
María Antonina Blanco de Pérez el día en que cumplió 98 años.ARCENIO ACUÑA

Siete décadas del siglo XX y más de dos del siglo XXI convierten a doña María Antonina en una testigo calificada de fines de un milenio y comienzos del otro. Oriunda de Luque, nació el 10 de mayo de 1927 en el seno del matrimonio conformado por Hermenegildo Blanco y Miguela Ruiz de Blanco. “Mi padre se dedicaba a la agricultura y mi madre era obstetra certificada, una mujer muy adelantada para su época; recuerdo que los médicos de la ciudad venían a buscarla para atender los partos, no solo en Luque, sino también en ciudades vecinas. A ella no le importaba la hora, a veces iba por la mañana y volvía por las noches. Era muy solicitada y admirada por su entrega a la profesión y la familia. Cuando mis padres se casaron, mi madre no podía quedar embarazada; pasaron muchos años hasta que pudo engendrar y nacimos 3 mujeres y 3 varones: soy la única sobreviviente de mis hermanos”, comienza relatando.

Antonina junto a su hija mayor Fulvia en el día de su 15 años. Las acompaña Paula, una compañera de colegio de Fulvia.
Antonina junto a su hija mayor Fulvia en el día de su 15 años. Las acompaña Paula, una compañera de colegio de Fulvia.

–¿Cuáles son sus mejores recuerdos de infancia?

–Recuerdo con mucha alegría mi infancia, siempre me preguntan cómo fue, y puedo decir que tuve una infancia muy feliz, con padres muy cariñosos. Fuimos una familia numerosa, éramos 8 en total, los almuerzos y cenas eran mis momentos favoritos, ya que nos sentábamos en una larga mesa y era un bullicio interminable. Papá nos contaba sus anécdotas en el campo, mamá llegaba tan cansada, pero siempre dispuesta a escucharnos y contar sus peripecias del día. Teníamos un patio muy extenso lleno de frutales, trepábamos los árboles, corríamos por el campo. Jugábamos, pero también ayudábamos con los quehaceres de la casa y a recolectar las frutas y verduras que cultivaba papá.

–En Luque tenían además el tren...

–Veníamos desde Luque hasta Asunción en tren para visitar a los parientes. Luego tomábamos el tranvía para llegar al Centro, era un deleite para mí. También recuerdo una situación no muy feliz; yo tendría unos 5 años, estaba sentada en una sillita almorzando con mis padres, hermanas, abuelos y dos tíos, hermanos de mamá que tendrían unos 17 y 18 años; en aquel tiempo se iniciaba la Guerra del Chaco. Estábamos todos alrededor de la mesa cuando sentimos que rodearon la casa, ingresaron con armas –yo me asusté muchísimo y no entendía qué pasaba–. Resulta que buscaron a mis tíos adolescentes para ir a la guerra. Esa era la forma de reclutar a los jóvenes. Al término de la contienda uno de ellos volvió y del otro no volvimos a saber. Fue una experiencia con mucha tristeza.

Antonina pudo celebrar junto a su esposo, el Tte. 1° Fulvio Teófilo Pérez Román sesenta años de matrimonio.
Antonina pudo celebrar junto a su esposo, el Tte. 1° Fulvio Teófilo Pérez Román sesenta años de matrimonio.

–¿Qué recuerda de los tiempos de juventud?

–Me divertí muchísimo, era muy amiguera y tenía grupos grandes de amigos con quienes salíamos a bailar. En aquella época, las invitaciones para los bailes venían por escrito y lo tenía que recibir mamá en propias manos. Ella y papá debían autorizar con la condición de acompañarnos. Toda la semana nos hacíamos de las guapas con mis hermanas, limpiábamos la casa, ayudábamos a mi padre, nos portábamos muy bien de manera a ser merecedoras del permiso. Con mi hermana mayor, Hermelinda, y la menor, Josefa, –yo soy la del medio–, éramos muy solicitadas. Nos decían las hermanas Blanco, no quiero parecer poco modesta, pero te tengo que decir que los muchachos formaban fila para invitarnos a bailar. Mamá se sentaba al lado nuestro, venían a pedir permiso, y ella asentía con la cabeza para salir a la pista de baile.

Antonina Blanco de Pérez, a los 98 años.
Antonina Blanco de Pérez, a los 98 años.

–Mucho rigor para aquellas fiestas...

–El recuerdo que tengo en cuanto a eso eran los consejos de papá, quien nos decía que antes de aceptar la invitación, debíamos primero mirar los zapatos, el cinto y la camisa del muchacho. Eso nos iba a dar indicios de su clase social y si era pulcro o no, así que debíamos rápidamente hacer una evaluación antes de aceptar la invitación, y si no se ajustaba a los requerimientos, les decíamos que estábamos cansadas. En una ocasión, un pretendiente me invitó a bailar, y mientras danzábamos, me pidió llegar por mí. Así se decía cuando se quería empezar un noviazgo y después de varias visitas y con el consentimiento de los padres, solicitaba ser el novio, no es como ahora, antes había muchos códigos. Resulta que cuando me dijo eso al oído, yo respondí que solo lo quería como amigo. ¿Podés creer que me dejó plantada en el medio de la pista? Me quedé parada sola. Era la forma de expresar humillación en aquella época, ¡dejar en el medio de la pista a la chica! Pero, al final, salí airosa y ganando: no sabés cómo saltaron los otros muchachos al verme sola. Vino a mi rescate el joven más buen mozo de la fiesta y bailamos toda la noche: él no pidió visitarme, pero salvó mi honor. Bailé mucho en mi juventud y hasta ahora me gusta. Como no puedo hacerlo como antes, me deleito al ver a mis bisnietas bailar. Pero no es como antes. Es más aburrido ahora, porque bailan entre ellas, ya no se estila bailar abrazados con la pareja.

María Antonina Blanco, a los 18 años.
María Antonina Blanco, a los 18 años.

–¿Como conoció a su esposo?

–Lo conocí a través de un primo hermano que ingresó a la Academia Militar. Un fin de semana fue llegando a casa de visita con su camarada, el Tte. 1º Fulvio Teófilo Pérez Román, impecablemente uniformado. Me pareció muy apuesto, pero como estaba acostumbrada a tener lindos pretendientes, pensé que sería uno más –cuenta entre risas–. Charlamos hasta altas horas de la noche, hasta que mi papá se manifestó y les pidió que se retiraran porque la hora de la visita terminaba a las 21:00, pero Fulvio le dijo a mi papá que quería volver a visitarme. Y así fue como nació el amor: me visitó durante un año y luego nos casamos. Él tenía 20 años y yo 19, éramos muy jóvenes y llegamos a celebrar nuestro 60º aniversario de bodas.

–¿Dónde se casaron?

–Me casé en Guarambaré, porque mi esposo era de allí. Un año después nacieron mis mellizas, pero una de ellas no sobrevivió. Al ser parto natural, la segunda se asfixió, y como no pude llegar a un centro médico, debido a que estábamos en plena revolución del 47 y mi marido estaba en el frente de batalla, fue muy difícil ser atendida. Con mucho dolor perdí a una de ellas, pero tenía que estar fuerte por la vida de mi otra hija. Ambas nacieron pelirrojas y blancas como espuma. Vivíamos en la Caballería, en R.I. 3 Corrales, y allí tuve a mis bebés.

Tte. 1° Fulvio Teófilo Pérez Román con sus camaradas el Tte. Gómez de la Fuente y el Tte. Benítez.
Tte. 1° Fulvio Teófilo Pérez Román con sus camaradas el Tte. Gómez de la Fuente y el Tte. Benítez.

–¿Cómo fue aquella revolución, qué pasó?

–Había muchos bombardeos. Muchos heridos, muertos. Pelearon los paraguayos con paraguayos, eso fue lo más triste. Primero se inició en Concepción y luego se extendió a Asunción, pero eso pasó enseguida. De Asunción fueron las tropas coloradas y de Concepción venían los revolucionarios. Se levantaron los liberales. Fue terrible, mucha desesperación e incertidumbre: yo estaba muy asustada; imagínate con una beba recién nacida. Al cesar un poco la pelea en Asunción, mi marido me llevó a casa de mi madre en Luque y él fue al frente a pelear 4 meses. Mi desesperación de no saber de mi marido en ese tiempo fue agobiante. Luego de cuatro meses volvió al terminar la revolución. Cuando volvió a los cuatro meses mi bebé ya tenía 6 meses: “Esta es nuestra hija... esta es!”, me decía. No creía lo grande y hermosa que estaba Fulvia. Le puse el nombre de mi marido. Luego tuvimos 4 hijos más, en total 6 (contando a mi bebé que nació sin vida), ahora tengo 15 nietos, 20 bisnietos y 1 tataranieta.

Antonina junto con su esposo y su hija Fulvia y otros integrantes de la familia y nietas.
Antonina junto con su esposo y su hija Fulvia y otros integrantes de la familia y nietas.

–No habrá sido muy fácil ser la esposa de un militar...

–Teníamos que viajar mucho por sus misiones. Una vez que fue comisionado al Chaco, a Oruro, en la frontera con Bolivia, yo había tenido a mi segundo hijo; di a luz en Guarambaré, con mi suegro, porque era el médico y farmacéutico del pueblo. Con dos meses del bebé recién nacido fuimos al Chaco, ni siquiera había caminos. Íbamos en un camión del Ejército y en el trayecto nos agarró una lluvia intensa, tan copiosa que tuvimos que cobijarnos debajo del camión. Tuve que dormir con mi bebé debajo del eje, porque las carpas no daban abasto por las intensas lluvias. Estuvimos tres días allí debajo del camión y cuando llegamos a destino eran solo siete familias. Mi tercer embarazo también lo viví en el Chaco –mis hijos se llevan dos años entre ellos– y cuando tenía antojos no podía satisfacerlos. Además, sentía tanto malestar que lo único que toleraba mi estómago era la cerveza bien fría, y como no existían heladeras, mi marido ponía las botellas en las regaderas que se usaban como duchas para que se enfriaran. Creo que por eso mis hijos salieron todos pelirrojos y muy blancos –cuenta entre risas–.

Otra fotografía del álbum familiar.
Otra fotografía del álbum familiar.

–¿Conoció el hidroavión?

–Le comento que volé mucho, mi marido era piloto de aviación, así que me paseé mucho por los aires y conocí el hidroavión. De hecho, mi esposo volaba uno. El momento que más me gustaba era cuando acuatizaba en el río Paraguay. También viajé mucho en barco, cuando mi marido fue comisionado a Concepción; llegábamos como en siete días. Viajaba en el San José y Santa María, que eran muy grandes. Y después había uno más pequeño de los militares que se llamaba Pratt Gill.

Doña Antonina se siente agradecida con la vida, pues a pesar de los momentos difíciles, siempre salió adelante y es feliz.
Doña Antonina se siente agradecida con la vida, pues a pesar de los momentos difíciles, siempre salió adelante y es feliz.

–¿Cómo se siente ahora?

–Puedo decir que tuve y tengo una vida muy feliz. A pesar de los momentos dolorosos que me tocó vivir, porque no solo perdí a mis padres, hermanos y esposo, como es la ley de la vida, sino lo más preciado y que la vida no te prepara: aparte de mi bebé recién nacida, mi hija Fulvia falleció a los 37 años; mi segundo hijo, a los 31 años, y hace 14 años perdí a mi nieto Milko. Pero a pesar de todo, nunca dejé de creer en Dios y en toda su inmensa misericordia. Hoy mis motores de vida son mis afectos, porque no solo siento el cariño de mi familia, sino de toda la gente que me rodea. Soy muy afortunada de tener la vida que tengo y agradezco a Dios todos los días por un día más.

pgomez@abc.com.py

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