No es que vuelva siempre sobre lo mismo, sino que de lo mismo va extrayendo matices que se despliegan para conformar una saga flamígera, incesante como una llama votiva.
Su memoria ancestral poblada de antepasados intensos le nutre a la autora de múltiples lances que revolotean en los recuerdos familiares, entre gestas heroicas o acontecimientos íntimos como la humilde vicisitud de sobrevivir al infortunio. Venida desde los albores de la patria, esa memoria es fértil en personajes y en sucesos, en misterios, dramas, aventuras y experiencias extremas.
Lea más: María Eugenia Garay, soy una gran luchadora
En este nuevo libro de María Eugenia, lo onírico y lo real, lo novelesco y lo ensayístico, lo taumatúrgico y lo corriente se entrelazan para conformar un relato sembrado de leyenda y de poesía. Mezcla de bosquejo histórico y narración literaria, nace en un manuscrito del tatarabuelo Hipólito Argaña hallado en un hecho fortuito, que brinda la base para el desarrollo de la historia en la que se adentra la narradora. Un recurso literario siempre efectivo.
Los personajes son reales, lo que contribuye a darle veracidad al engarce de episodios, como la historia familiar antes de la Guerra contra la Triple Alianza, durante esa contienda y la sobrevivencia posterior de lo que quedó del grupo. La dura reconstrucción no solo económica, sino moral, cargando todo el peso del dolor por lo perdido.
Ya no había posibilidad de volver a los idílicos tiempos previos a esa hecatombe que segó vidas e ilusiones. Que cercenó la carrera del país hacia un porvenir esperanzador.
Lea más: El destino inexorable y el amor
…vivíamos bien, teníamos tierras fértiles donde florecían las capueras y pastaban desde la época de la colonia las vacas, toros y caballos traídos por Alvar Núñez, que desde aquí fueron llevados a Buenos Aires y al Uruguay; había alimentos y trabajo para todos, carecíamos de limosneros, no existían esclavos ni analfabetos,
Lo fantástico, el realismo onírico
María Eugenia, tal como lo hizo en sus novelas anteriores dedicadas a su memoria ancestral, utiliza lo fantástico, el realismo onírico para enmarcar hechos, casi como en una apelación lúdica que obrara como exorcista del horror. La fantasía une aquí presente y pasado. Los espectros, como los de Hipólito y Lucinda, rondan este mundo pues no debían descuidar a los sobrevivientes del pavor bélico. Una constelación invisible que se hace visible para que los vivos no sucumbieran.
En el relato, María Eugenia pega luego un salto en el tiempo hasta 1934, para posibilitarnos un reencuentro literario con un ícono de la prosapia familiar: Eugenio Alejandrino Garay. Y lo encontramos en las vísperas encendidas de Yrendague, plena Guerra del Chaco, para la más portentosa victoria de las armas paraguayas en una contienda internacional.
Para la descripción narrativa de los hechos de ese diciembre del 34, María Eugenia recurre a la fantasía, a la creación de un personaje clave en el final de esta novela de no ficción: una adivina, Candelaria, que lee los arcanos de la humanidad en un gabinete de misterios en el corazón de Nueva York.
El capítulo final tiene un nombre sugerente para el contenido: El valle de las ánimas. Candelaria, la vidente y médium y sus cartas. A ella recurre la narradora para describir entre velos fantasmales aquella batalla con un hálito poético.
El aire se espesa con la densidad acre de la pólvora que emerge desde miles de bocas de fusiles y de aquella monocorde sinfonía de disparos de cañón que hacen retemblar la tierra, para luego convertirse en explosiones letales, tan cegadoras como soles…
Esta nueva novela de María Eugenia Garay, en la que la ficción se sirve de la realidad y de la magia diáfana de lo cotidiano, está poblada de epopeya y de poesía. Está poblada de una literatura que se sumerge en la crudeza de la vida calándola con una crónica de familia que refleja pasajes sustantivos de la crónica histórica nacional.
nerifarina@gmail.com