Su origen tiene que ver con la casi desaparecida profesión histórica del sastre. Aquel señor que tenía la habilidad de confeccionar trajes para hombres, a medida, acostumbraba acumular retazos, sobrantes, telas, madejas de hilo, alfileres, hojas de algún figurín, etc.
Conste que, según puristas, no es lo mismo decir cajón de sastre que cajón desastre, que suena a calambur. Y ya que estamos en el tema, es probable que haya quien recuerde un ingenioso calambur que circulaba en época de Stroessner: La demora es la Legal, pero la legal es la de Mora. Aludiendo a Ñata Legal y a Doña Ligia Mora.
Estas líneas tienen que ver con ese cajón de sastre que ciertas personas sub normales tenemos en algún lugar de la casa, en el cual vamos acumulando bajo el polvo de los tiempos y al divino botón, un verdadero yavorai de cosas. Facturas del año del jopo, invitaciones de casamiento, de exposiciones de arte, de inauguración de discotecas, de embajadas, recetas de cocina, tarjetas personales de no sabemos quiénes, apretujados con perimidos cupones de sorteos de centros comerciales y supermercados, que nunca llegamos a llenar con nuestros datos, y mucho menos a depositar en las urnas correspondientes.
En esa especie de caja de Pandora, aparecen sobres misteriosos que abrimos con cierto temor no exento de placer, para encontrar fotografías, boletos de pasajes aéreos de viajes felices, junto con la garantía de la aspiradora que ya no tenemos. Mención especial se merecen algunos recortes de antiguas revistas, poemas, curiosidades que ya no tienen sentido porque hoy todo está en Internet. Sin embargo, encuentro un artículo sobre el magnífico, algo erótico y antiquísimo libro Las Mil y una Noches, que habla sobre las diversas versiones de esos cuentos que Scheherazade le narraba, todas las noches, al sultán Schahriar. Copiaré algunas líneas para distraer las cabezas de la amable platea, de la pesadez cada vez más plomiza, de la cuestión política. El artículo dice que una versión recatada es de Antoine Galland y data de 1704. Tiene setecientas páginas muy lavaditas, ya que Galland se tomó el trabajo de suprimir todo lo que no era “decente”. La versión atrevida es de Joseph-Charles Mardrus y fue editada en 1900. Al contrario de Galland, Mardrus se dedicó a agregar detalles escabrosos, a más de los cuentos de Aladino y la Lámpara Maravillosa, Alí Babá y los Cuarenta Ladrones (cuento turco) y Simbad el Marino. Según este artículo que no tiene firma ni dice en qué revista se publicó, la versión fiel es la de René R.Khawam, quien respetó los manuscritos originales del siglo XII, que incluye una serie de maravillosos poemas. Este libro sería un maravilloso regalo de Navidad que ya se aproxima. ¿Quién hace el pesebre? ¿Quién arma el arbolito?
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