Ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde que todos los medios de comunicación empezaron a llenar nuestras pantallas con la sentencia: quédate en casa. Algo que al principio asustó y alarmó, hoy mutó y se incorporó a los quehaceres de la vida cotidiana, las relaciones humanas y sus representaciones artísticas.
¿Qué significa quedarse en casa? ¿Qué entendemos por la palabra casa? Un posible lugar de resguardo, de aislamiento, de terror… son tantas las variantes. Puertas adentro, las dimensiones pueden variar. Entre días malos y buenos, oscilamos.
¿Qué pasa cuando las paredes transforman la percepción de nuestro espacio volviéndolo un lugar de opresión, sacando a luz nuestras miserias? Las paredes se vuelven espejos. ¡Cuánto llevo en esta casa! No recuerdo haber estado tanto tiempo en el mismo espacio, y eso que viví mi infancia, pubertad y parte de mi adolescencia aquí. En esa época las paredes parecían más grandes, el sonido era distinto, la distancia entre un espacio y otro tenía un mayor recorrido. Hoy me despiertan sonidos que traspasan las paredes y que vienen de más de 20 metros de distancia. Lo que es seguro, es que mi percepción cambió.
¡Capaz Trevanian tenía razón! En su libro Shibumi, el personaje principal, Nicholai Hel, tras estar preso en una cárcel de máxima seguridad durante 6 meses alejado de toda forma de vida social conocida, empieza a desarrollar un sexto sentido: el de la proximidad. Asegura que es un sentido propio de las primeras apariciones de los humanos en la tierra, que se encontraban en soledad, sintiendo todo lo próximo como propio, como parte de su ser... esto fue apagándose con las grandes aglomeraciones humanas. Nada de esto sucede en El ángel exterminador. La brillante película de Luis Buñuel transcurre en una habitación donde quedan atrapadas alrededor de 15 personas que no pueden desarrollar el sentido de la proximidad tal como lo hizo Nicholai. Salen a la luz los rasgos más míseros de la sociedad humana, es decir, el habitar en comunidad, propio de los hombres modernos y no de los primeros neandertales de la tierra.
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Buñuel utiliza las cuatro paredes como una fábrica de sueños. Al principio aparecen pequeños destellos del inconsciente burgués hasta exprimirlo en el delirio de la barbarie. Deja a luz la fragilidad de la vida burguesa y la debilidad hogareña. La contención de las cuatro paredes se torna el enemigo, en tanto que delirio inconsciente, tanto como la teoría del gato de Schrödinger; junto a un matraz con veneno y un dispositivo con una partícula radiactiva, dentro de una caja sellada. Si el dispositivo detecta radiación, rompe el frasco, liberando el veneno que mata al gato. Después de un tiempo, el gato está al mismo tiempo vivo y muerto. Durante un episodio de encierro uno está al mismo tiempo vivo y muerto. El sueño o la imaginación se convierten en un motor que nos permite trascender. Encontramos allí una armonía entre el adentro y el afuera. La película transita distintas etapas de crisis luchando con un enemigo desconocido, pero tan conocido como los mismos artilugios del cine.
Hay una lectura psicoanalítica que tiene que ver con el brote de los instintos más primarios de cada uno de los personajes; desde la agresividad, la neurosis, la sexualidad, las obsesiones y sus manías, llegan al punto en el que les resulta insoportable la presencia de otro ser humano. Desemboca en la triste certeza de que, ante situaciones de supervivencia, el humano se convierte en enemigo de sus iguales.
Transcurren días de encierro donde las convenciones sociales dejan paso a hipocresía, egocentrismo, victimismo, inseguridades, etc. Una parábola sobre la descomposición de una clase social encerrada en sí misma.
¿Cuánto tiempo llevamos aquí? ¿Un mes?
El espacio se desarrolla casi por completo en el salón de la casa de Edmundo Nóbile. Sin embargo, parece como si estuviera cambiando continuamente. Los movimientos de cámara van de un personaje a otro sin cortes; a su vez, estos se van moviendo en el espacio y la cámara aparece como una mera espectadora que se mantiene inmóvil mientras los personajes desfilan ante sus ojos. Por momentos sigue a un personaje hasta que otro se cruza en su camino y cambia. De este modo va alternando entre un personaje y otro, captando todo lo que allí ocurre, ampliando simultáneamente el espacio.
La impureza que reside en el interior de la mansión es asimilada a la aparición de la peste. No es en absoluto gratuita la colocación de una bandera amarilla en la puerta de la mansión de los Nóbile. Indica un interior contaminado, una cuarentena obligada e intocable, unos cautivos envenenados en la pérdida de las diferencias.
«Pero imagínense los cambios de lugar de cada uno de nosotros durante esta horrible eternidad. Piensen las mil combinaciones de piezas de ajedrez que hemos sido. Incluso los muebles, los hemos cambiado de sitio cien veces y... Pues bien, en este momento nos encontramos todos, personas y muebles, en la posición y lugar exactos en el que nos encontrábamos aquella noche».
Un film que interroga más bien el devenir del encierro, no la causa que lo provocó. Ajedrez, posiciones y lugares. El mundo es un gran engranaje. Hoy pareciera que algunas piezas se encuentran fuera de lugar o se han movido en búsqueda de otro deseo. Con la fuerza de la naturaleza y del inconsciente colectivo hemos habitado tiempos y espacios distintos durante el transcurso de la historia. Parece ser que la herramienta que tenemos para poder volver a encauzar las piezas y mirar hacia el futuro, es la memoria.