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«Entonces, el niño, de unos cinco años, le dijo a su progenitor: Papá, yo quiero ser nena». Y a partir de esta anécdota, el clérigo orador hilvanó una andanada de improperios: «esta es la consecuencia de la propaganda de la libre opción de género, del matrimonio igualitario, del homosexualismo, del empeño en la destrucción de la familia paraguaya [sic], de la propalación de los derechos humanos en detrimento del respeto a los mayores, a los padres, del mentado cuidado del medio ambiente, que es un inicio del fin de la propiedad privada», etc. Fue en una de las audiencias públicas donde, más que debatir los temas de la convocatoria, se denunciaba, se condenaba, se pedía la extinción de cuantos apoyaran ciertas reformas que, con ocultas, oscuras maniobras o a plena luz, «intentan poner en vigencia en nuestro país».
Un momento, señor orador, un momento. ¿Por qué no nos cuenta la reacción del papá? ¿Por qué omite esa parte esencial de la anécdota? Ya que describió tan escuetamente la escena, me permito agregarle algunos detalles: por ejemplo, que el papá se quedó mudo, sin aire, sin habla. Que al recuperar el aliento le propinó una tremenda reprimenda al niño y lo mandó callar y retirarse de su presencia. Que vociferó: «esta es la consecuencia de lo que dicen a los niños en escuelas y colegios públicos y privados; ya lo veía venir con la historia de la educación sexual, de la aipó integración y otras barbaridades que poco a poco conducen al homosexualismo, al amor libre, a andar por la cabeza».
Perdón, señor orador, se me ocurre también que pudo suceder lo contario. Que el papá, tranquilo, se sentó junto al niño y le preguntó: «¿Cómo es eso, hijo? ¿Qué te parece si me explicás lo que querés, con confianza? Quiero escucharte, dialogar contigo y poco a poco establecer la práctica de la conversación entre nosotros, que muchas veces tu mamá y yo dejamos de lado. ¿Qué te parece?»
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Señor orador, usted es muy letrado, sabe que en la oratoria, sagrada o profana, hay que omitir todo lo que pueda contradecir la tesis defendida. Al describir la escena, resalta –sin decirlo– el candor, la inocencia del pobre niño que repite algo instalado en su cerebro por sabe Dios cuántos adoctrinamientos y maniobras perversas. Todo eso está sobreentendido, nada que dudar: el niño recibió un lavado de cerebro en la escuela y ya.
Omite la posible reacción, llamémosle positiva, dialogal, del papá. De eso usted no habla porque sabe que la inmensa mayoría de la población adulta ni en sueños está preparada para estos temas. Usted sabe que la educación sexual adecuada, responsable, libre, gradual es una excepción en nuestros hogares y centros educativos. Seamos sinceros, sobre el tema solo hemos «aprendido» en la calle, de los amigos, del porno, de la televisión, en las redes sociales. En consecuencia, la inmensa mayoría ni siquiera queremos abordar estos asuntos.
Usted logró su objetivo. La anécdota enciende la rabia del auditorio, que concuerda, como usted se proponía, en eliminar todos los planes de educación sexual que, según usted, tienden a atentar contra la Constitución Nacional, contra las leyes y las costumbres del país.
Su prédica no solo fue exitosa en esa convocatoria, sino que tuvo tal impacto en todo el país que publicistas y candidatos políticos se mueren de envidia. Usted logró unir a los creyentes de varias iglesias en un solo discurso en cientos de púlpitos católicos y evangélicos, y en movilizaciones conjuntas donde ya a nadie le importan las diferencias de confesiones e interpretaciones de libros sagrados y preceptos. Tal unión se vio en concentraciones, cierres de ruta, audiencias públicas, conversatorios, redes sociales, donde se propalan invitaciones a denigrar a los contrarios.
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Pasaron al olvido los siete mil niños paraguayos desaparecidos en dos años; los estudiantes que se quedaron sin merienda escolar, sin útiles; las escuelas en pésimas condiciones edilicias, con techos derrumbados, sin baños higiénicos; los 17.386 partos de niñas y adolescentes en 2018, varias de las cuales ya tuvieron otros hijos. Y a nadie le importa que cada 24 horas haya de ocho a nueve casos de abuso sexual de menores, casi siempre por familiares, amigos y vecinos de las víctimas. ¿Alguien recuerda cuántos niños y adolescentes en edad escolar no asisten a centros educativos por falta de medios o por tener que trabajar, entre otras causas? ¿Y cuántos de ellos pueden comprender lo que leen?
¿Y qué me dice de la juventud, de la esperanza de la patria? Le cuento que, en un pueblo, las autoridades municipales ponen su máximo empeño en celebrar cada año el 21 de setiembre, día dedicado a la juventud. Según esas autoridades, un año gastaron unos 106.500.000 guaraníes en una gran fiesta bailable, con grupos musicales nacionales y extranjeros. Una fiesta inolvidable que se prolongó hasta el día siguiente. Pero el pueblo no cuenta con sistema de recolección y tratamiento de basura; varias compañías carecen de servicio de agua potable y casi todos los caminos vecinales son intransitables la mayor parte del año. ¿Hay en el pueblo fuentes de trabajo, centros de capacitación? Nada. Cientos de jóvenes que concluyen la secundaria no tienen instituciones donde aprender algún oficio, alguna carrera, y menos aún fuentes de trabajo.
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En fin, sospecho que hace rato dejó usted de prestarme atención, porque mis planteamientos no son posibles referencias en sus prédicas. Es una pena. Al excluir temas conflictivos, al negarlos, al sesgarlos, usted contribuye a poner de nuevo en vigencia lo inventado por la dictadura y sus secuaces de que vivimos en un país libre, soberano, donde todos crecemos felices, con los estómagos llenos y un porvenir venturoso. Pero, ¡ay, señor clérigo!, digan lo que digan, vivimos en uno de los países con mayor desigualdad social y de los primeros en corrupción, donde campea la narcopolítica y otras notas imposibles de esconder y negar. ¿Se fijó cómo un poderoso sector partidario se puso rápidamente el sayo que usted ofrecía? Les vino muy bien en estos tiempos electorales, pues con el sayo se hacen pasar por inocentes corderitos, preocupados por la niñez, la juventud, la familia, pero ninguno de ellos apoya un mejor presupuesto para la salud, para la educación, para que cada familia tenga un techo digno y tierras que cultivar.
Finalmente, mi último quebranto: su prédica promueve, exalta la intolerancia, la violencia. El ejemplo más evidente lo dio uno de sus seguidores cuando amenazó con «meter bala» a quienes pretendan poner en práctica la educación sexual. No es un invento mío. Está grabado, filmado. Le recuerdo, señor orador, que así terminan todos los intolerantes, incluso en temas religiosos; que la llamada Inquisición campeó en todas las iglesias. Así, en el siglo XVI, el reformador Calvino condenó a otro reformador, Miguel Servet, a morir en la hoguera, pero con un detalle: las ramas de la hoguera debían estar verdes, no secas, para que el suplicio fuera aún mayor. A unos cinco siglos de distancia, su feligrés ha progresado: eliminará a los que no piensen como él, pero con balas nomás. ¿Debo dar gracias a Dios?