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En su artículo de hoy, publicado en esta misma edición de El Suplemento Cultural, el profesor Manuel Pérez comenta la miniserie dirigida por Agnieszka Holland sobre la trágica historia de Jan Palach. En 3 capítulos de 80 minutos, la cineasta polaca aborda las repercusiones del suicidio del joven, y en particular, como reseña Manu Pérez, la pelea de la abogada Dagmar Buresova por preservar el sentido de su sacrificio contra las maniobras mediante las cuales los funcionarios del partido intentaron presentarlo como un instrumento de la «derecha».
Jan Palach fue un estudiante de Historia en la Facultad de Filosofía de la Universidad Carolina de Praga que se inmoló prendiéndose fuego en protesta por la invasión soviética de su país, que meses antes había aplastado la Primavera de Praga.
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Los numerosos testigos de su inmolación pública fueron interrogados inmediatamente. Gracias a sus declaraciones, conservadas en los archivos de la policía checoslovaca, podemos reconstruir con exactitud los hechos.
Los hechos
El jueves 16 de enero de 1969, hacia las tres de la tarde, un joven llegó a la Plaza de Wenceslao con dos bidones de plástico. Dejó un portafolios en el piso, se alejó y se quitó el abrigo. Alzó uno tras otro los bidones sobre su cabeza y se derramó encima la gasolina que contenían mientras los transeúntes lo miraban atónitos. Encendió un fósforo, lo dejó caer en el charco de combustible que lo rodeaba y se convirtió en una antorcha humana. Corrió en llamas hacia la estatua de San Wenceslao y se desplomó. Un hombre intentó apagar el fuego con su abrigo. Las personas que lo rodeaban, a petición suya, abrieron su ajado portafolios, sacaron de él una carta y la leyeron.
La carta exigía, entre otras demandas, la abolición inmediata de la censura y el cierre de Zprávy, el órgano de propaganda de las fuerzas de ocupación soviéticas, y anunciaba más inmolaciones si las demandas no eran cumplidas.
Aún estaba consciente cuando lo llevaron en ambulancia al hospital.
En la plaza, agentes de policía interrogaron a los testigos, tomaron fotografías y confiscaron los efectos personales del joven, entre ellos la carta. La Agencia de Noticias Checoslovaca informó dos horas después del suicidio de un estudiante con una breve nota en la que solo figuraban sus iniciales, «J. P.».
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Hubo protestas masivas como respuesta inmediata. El 17 y el 18 de enero, miles de personas se manifestaron espontáneamente en la Plaza de Wenceslao y las calles del centro de Praga. Según los informes conservados en los archivos de la policía checa, gritaban consignas como «¡Basta de censura!» y «¡Fuera rusos!» e insultos contra el secretario general del Partido Comunista y presidente de la URSS, Leonid Brezhnev.
Con el 85 por ciento de su cuerpo destruido por quemaduras de tercer grado, Jan Palach dejó de respirar la tarde del 19 de enero a los 21 años de edad.
Los dirigentes del Partido Comunista rechazaron todas sus demandas.
Las versiones oficiales
El 23 de enero, Brezhnev y el presidente del Consejo de Ministros de la URSS, Alexéi Kosygin, escribieron a los líderes checoslovacos Alexander Dubcek y Oldrich Cernik:
«Esperamos sinceramente que el Comité Central del Partido Comunista Checoslovaco, junto con el Gobierno de la República Socialista Checoslovaca y otras autoridades competentes, tomen las medidas políticas necesarias para dirigir al partido y a los trabajadores en la dirección correcta, ante las actividades antisociales y antisoviéticas relacionadas con la campaña de provocación lanzada por el incidente en la Plaza de Wenceslao».
La línea –la postura a adoptar, la versión a instalar– estaba clara: Palach solo fue «instrumento» de una «campaña antisoviética». De inmediato, el diputado y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia Vilém Novy difundió en entrevista con la agencia AFP la teoría del «fuego frío», según la cual Palach «creyó que no se quemaría». Vilém Novy culpó de lo ocurrido a los intelectuales y la prensa «de derecha» y los acusó de distorsionar los «hechos».
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Como señalamos antes, los dirigentes del Partido Comunista rechazaron las demandas de la carta de Palach. Pero el joven se había inmolado ante numerosos testigos en una plaza céntrica, lo cual volvía inocultable su acto, de modo que el gobierno decidió organizar un funeral público.
Los sacrificios de los seguidores de Palach, en cambio –Josef Hlavaty, de 25 años, se inmoló el 20 de enero; Jan Zajic, de 18 años, el 25 de febrero; Evzen Płocek, de 40 años, el 4 de abril, y la lista sigue–, sí fueron silenciados o distorsionados. La inmolación del estudiante Jan Zajic apenas tuvo espacio en la prensa, la de Evzen Plocek no tuvo ninguno, y en los otros casos notas muy breves «informaron» de problemas familiares, historiales de alcoholismo o intentos de suicidio previos. En cuanto a Josef Hlavaty, su reputación fue rápida y eficazmente destruida.
El primer seguidor de Jan Palach
El primer seguidor de Jan Palach fue un obrero de 25 años que trabajaba en la fábrica de cerveza de Pilsen, llamado Josef Hlavaty. Documentos de archivo informan que se había casado en 1964, que tenía dos hijos, que estaba divorciado. Según el informe policial, había participado «en actos de sabotaje, como quitar letreros de las calles y escribir consignas antisoviéticas» y era «hostil a la URSS». El joven obrero se inmoló el lunes 20 de enero de 1969 a las 8 de la noche.
Ese día, Josef Hlavaty fue al bar-restaurante Lidovy Dum, de la ciudad donde residía y trabajaba, cerca de las dos de la tarde. Bebió en ese lugar sus últimas cervezas.
Luego, hacia las 7, salió del bar, visitó la casa de sus padres, se llevó un bidón de gasolina y fue a la Plaza Dukelske (hoy Plaza T. G. Masaryk) de Pilsen, donde, ya cerca de las ocho, derramó el combustible sobre su cuerpo, encendió un fósforo y se prendió fuego.
Lo llevaron al hospital con quemaduras de segundo y tercer grado. Murió la noche del sábado 25 de enero de 1969 a los 25 años de edad.
La radio y la televisión difundieron que Josef Hlavaty era un alcohólico que se había suicidado por sus graves problemas personales y que su acto no tenía relación con el de Palach porque no se conocían. Siguió a esto un artículo en el órgano oficial del Partido Comunista, el diario Rudé Právo, con el mismo contenido.
Toda la información sobre los casos de Jan Palach y Josef Hlavaty expuesta en este artículo se puede encontrar en el sitio web Jan Palach 69 (https://www.janpalach.cz/en/) de la Universidad Carolina de Praga.
Cuenta Suetonio que, cuando murió Domiciano, los senadores, jubilosos, «estrellaron en el suelo sus clípeos y sus estatuas y decretaron que fueran borradas sus inscripciones en cada rincón del Imperio» (De vita Caesarum). Pese a las grandes diferencias que separan al tercer emperador de la dinastía Flavia de los tantas veces heroicos disidentes de nuestros tiempos, desde que Schreiter y Gerlach publicaron su Dissertationem juridicam de damnatione memoriae en 1689 se conoce como damnatio memoriae a esta práctica que el jurista Papiniano llamó memoriam damnatam y que revela oscuras complicidades entre el control del pasado y la política, entre la Historia y el poder. Las campañas oficiales para desacreditar los sacrificios de Jan Palach y de sus seguidores, como Josef Hlavaty, dan cuenta de su universalidad y persistencia. Es deber fundamental de toda persona honesta devolver a los muertos su buena memoria.