El gran enigma del universo (I)

El antropólogo José Zanardini nos invita a pensar en la atrevida posibilidad de una coincidencia entre los modernos avances científicos y los mitos de origen de los pueblos indígenas.

Chaco - Foto de Brandon Giesbrecht
Chaco - Foto de Brandon Giesbrecht

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El trajín de la acelerada vida urbana con su contaminación acústica, sonora y atmosférica reduce notablemente la capacidad de observación y contemplación. Yo añoro inmensamente mis noches en la selva chaqueña y el bosque atlántico, precisamente las noches sin luna y sin nubes, cuándo los indígenas y yo nos acostábamos en el suelo y mirábamos extasiados las maravillas del cielo fulgurante de estrellas. Los ancianos reconocían las constelaciones; les habían dado nombres en sus idiomas. Comentaban sus características, su poder y su influencia en la vida de nuestro planeta. Interpretando su posición, anticipaban el futuro, los tiempos de la siembra y la sequía, los posibles peligros y calamidades, y los chamanes sabían hasta deducir y aplicar los remedios para ciertas situaciones de penurias o de enfermedades.

El cielo era un enorme libro abierto, lleno de novedades, sueños y utopías que podrían volverse realidad. Los niños –los más curiosos– hacían preguntas muy acertadas que los ancianos respondían con precisión y sabiduría.

«¿Quién ha puesto todas esas luces allí arriba? ¿Quién ha dibujado esas constelaciones en forma de animales? ¿Pueden caerse y aplastarnos las estrellas?» Las conversaciones nocturnas se prolongaban hasta que los niños se quedaban dormidos, probablemente soñando con subir algún día a pasear entre los astros.

Cada grupo humano, cada cultura, desde las más antiguas hasta nuestros días, se ha preguntado por el origen y el porqué del universo, y ha planteado hipótesis sobre la vastísima diversidad de los seres vivientes y no vivientes, el comienzo de la vida y el futuro del cosmos entero.

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Los mitos de origen y el Big Bang

Por mitología entendemos el conjunto de relatos que un grupo humano construye para explicar o interpretar realidades que nos sobrepasan. Entre ellos están los llamados mitos de origen. Los pueblos de todos los tiempos y latitudes han creado y crean mitos sobre el origen del universo, un tema que en la historia occidental ha enfrentado a científicos materialistas y no materialistas.

Quiero presentar aquí brevemente los mitos de origen de tres pueblos indígenas del Paraguay. Para los ayoreos del Chaco, en el comienzo Guedé (el Sol, el que da Vida y Energía, el Creador) creó a las personas, el aire, el agua, la tierra, las plantas, las frutas... Los ayoreos le pidieron otros seres vivientes, y Guedé transformó a algunos ayoreos en las diferentes especies de animales que hoy existen. Esto explica el gran respeto de los ayoreos por los animales, ya que originalmente eran personas.

Para los mbya de la región oriental del Paraguay y el sur del Brasil, Ñamandu Ru Ete («el verdadero Padre Ñamandú») creó primero la Palabra; luego, el Himno Sagrado, o sea, la concatenación de las palabras, el discurso; y luego el Amor, y los hizo parte de la divinidad. Finalmente, continuó la creación de todo lo que actualmente existe. Este mito se encuentra en el libro Ayvu Rapyta, de León Cadogan.

Para los pai-tavytera del Amambay, Ramoi Jusu Papa creó todo el universo desde el cerro Jasuka Venda de la cordillera del Amambay a partir de la materia prima, que consiste en una neblina cósmica, una energía primordial.

León Cadogan: "Ayvu Rapyta. Textos míticos de los Mbyá-Guaraní del Guairá" (1959)
León Cadogan: "Ayvu Rapyta. Textos míticos de los Mbyá-Guaraní del Guairá" (1959)

El mito de creación de los pai-tavytera a partir de la energía inicial me remite a la ciencia actual del Big Bang, gran explosión que dio origen al universo, aún en expansión. Esta teoría ha tenido gran impacto en nuestros conocimientos y nuestra representación del mundo. El científico Robert W. Wilson (nacido en 1936 y aun vivo) cuenta: «Al comienzo de mi carrera, como la mayor parte de mis colegas, pensaba que el universo era eterno. A mis ojos, el cosmos siempre había existido y la cuestión de su origen ni siquiera se planteaba».

Pero, inesperadamente, en la primavera de 1964 Wilson descubrió algo que cambió para siempre sus ideas. Mientras trabajaba con un colega en proyectos de radioastronomía sobre la Vía Láctea detectó, por la antena, la presencia indudable de un exceso de «ruido»; se trataba nada menos que de la radiación del fondo cosmológico, verdadero eco del Big Bang y de la creación del universo.

Robert W. Wilson recibió por ese descubrimiento el Nobel de Física en 1978 con su colega Arno Penzias (1933-2024).

Este hallazgo planteó la cuestión del inicio del universo. Es coherente pensar que, si existió el Big Bang, existió también un espíritu superior que estaría en el origen del universo. El mismo Wilson escribió: «si bien mi trabajo de cosmólogo se limita a una interpretación estrictamente científica, puedo comprender que la teoría del Big Bang da lugar a una explicación metafísica. En la hipótesis de un universo estacionario, el universo es eterno y no hay motivo para plantear la cuestión de su creación. Pero si, como sugiere la teoría del Big Bang, el universo tuvo un comienzo, no podemos evitar esta pregunta».

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Todos los pueblos, aun los más primitivos, tienen mitos de origen: reconocen y exploran la idea de un Gran Espíritu o un Dios creador de diferentes maneras, pero esencialmente con la misma conclusión: el universo tuvo un comienzo. En este punto surge otra cuestión: ¿Cómo llegó a existir este Gran Espíritu o Dios y cuáles son sus propiedades?

Nunca hubo tantos descubrimientos científicos tan espectaculares y en tan poco tiempo como en nuestra época; contribuyeron a trasformar completamente nuestra visión del cosmos y a poner de nuevo sobre la mesa la cuestión de la existencia de un Dios creador. La física del siglo XX, como un río en plena crecida, desbordó su cauce para chocar con la metafísica. De la colisión surgieron indicios de la necesidad de una inteligencia creadora. Los avances científicos han sido tales que cuestiones que se creían fuera del alcance del saber humano, como el tiempo, la eternidad, el inicio y el fin del universo, la aparición de la vida, se han vuelto temas de estudio. Estos avances, desde principios del siglo XX, han dado un vuelco completo a la tendencia de siglos anteriores a considerar el campo científico incompatible con todo posible debate sobre la existencia de Dios.

Algunos de estos descubrimientos revolucionarios son: a) la muerte térmica del universo, que es resultado de la teoría termodinámica, surgida en 1824 y confirmada 1998 por el descubrimiento de la expansión acelerada del universo; esta muerte térmica implica que el universo tuvo un principio, y todo principio supone un creador; b) la teoría de la relatividad, elaborada entre 1905 y 1917 por Albert Einstein y validada por numerosas confirmaciones; esta teoría afirma que el tiempo, el espacio y la materia están vinculados y ninguno de los tres puede existir sin los otros dos. Esto implica necesariamente que, si existe una causa del origen de nuestro universo, no puede ser ni temporal, ni espacial, ni material; c) el Big Bang, confirmado en 1964. Esta teoría describe el principio del universo de manera tan precisa que provoca una autentica deflagración en el mundo de las ideas, a tal punto que en algunos países los científicos que la defendieron o estudiaron pusieron en riesgo sus vidas; d) el «ajuste fino» del universo: este principio plantea un problema tan importante a los cosmólogos materialistas que, para evitarlo, se esfuerzan por elaborar modelos puramente especulativos y completamente imposibles de verificar, como, por ejemplo, los universos múltiples, sucesivos o paralelos.

(Continuará…)

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*José Zanardini es doctor en Ingeniería Química por el Politécnico de Milán, antropólogo por la Universidad de Londres, teólogo por la Universidad de Roma y sacerdote salesiano. Nacido en Reggio (Lombardía, Italia), está radicado desde 1978 en Paraguay. Ha publicado, entre otros libros, Textos míticos de los indígenas del Paraguay (1999, con Miguel Chase-Sardi), Voces de la selva (2016, con Deisy Amarilla), Entre la selva y el Vaticano (2020, novela) y Ayoeode Oijane / Relatos de la selva (2024, con Chiqueno Picanera y Aji Vicente), y colabora regularmente con El Suplemento Cultural. En 2001, el Gobierno de la Región de Lombardía, su tierra natal, le otorgó el Premio Internacional de la Paz.

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