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Cuando el senador francés Claude Malhuret comparó el actual gobierno norteamericano con la corte de Nerón, me vinieron a la memoria varias cosas al mismo tiempo; lógicamente, la primera es el paralelo entre el viejo imperio y el actual. Pero también ese concepto tan traído y tan llevado del filósofo alemán Hegel, conocido como «la dialéctica del amo y el esclavo».
Quizás hubiera sido más exacta la comparación si, en lugar de la Roma de Nerón, hubiera elegido la de Calígula, que le declaró la guerra a Neptuno, se proclamó ganador de la batalla contra «su hermano», el dios del mar de los romanos, y fue a todas luces mucho peor gobernante que Nerón, cuya mala fama proviene más que nada de su persecución a los cristianos, a los que consideraba una secta peligrosa.
Pero volvamos a Hegel. Simplificando tanto que un profe de filosofía querría deportarme del mundo civilizado a los actuales Estados Unidos, la idea del pensador es que, aunque el amo detenta la autoridad, en realidad la relación de dependencia es inversa y es el amo quien depende del esclavo.

Como no pretendo que la gran mayoría de los políticos actuales, y menos aún Trump y su entorno, lean a Hegel y encima lo entiendan, me vino a la mente la espléndida aplicación del concepto que hizo Isaac Asimov en la larga serie de novelas que comienza con la saga de los robots y continúa con la de la Fundación. El novelista y divulgador científico plantea una paradoja parecida a la dialéctica del amo y el esclavo, aplicándola a un imaginario imperio galáctico cuya capital es, por supuesto, el Planeta Tierra.
Supongo que Asimov sí conocía el concepto de Hegel, pero de ninguna manera dependía de ello para aplicar su teoría correctamente, puesto que el modelo imperial que tomó Asimov para su imperio fue Roma. ¿Se han preguntado alguna vez por qué las dos guerras civiles (una entre César y Pompeyo y otra entre Octavio y Marco Antonio) que marcaron el tránsito de la era republicana a la de los césares se decidieron en Egipto y no en Roma?... Exacto, respuesta correcta: porque, aunque el poder político seguía estando en Roma y Egipto era una colonia, en realidad Roma dependía económicamente de Egipto, sin cuyo sustento colapsaría. De hecho, finalmente Roma colapsó, y a la cabeza de lo que quedó del imperio romano quedó Bizancio, es decir, lo que antaño fue una colonia.
En el imperio de Asimov, la capital, la Tierra ha devenido una ciudad continua, encerrada bajo techo, incapaz de satisfacer por sí misma ninguna de las necesidades de su población y por lo tanto totalmente dependiente de sus colonias, por más que todavía detenta una total autoridad política y militar. A todas luces, un amo que depende por completo de sus esclavos.

Este es un fenómeno que se ha repetido a lo largo de la historia: la dinámica propia del vínculo imperial que comienza como depredación de riquezas, transita por un periodo de equilibrio y esplendor, pasa a una época de dependencia (esa dependencia que aprovechó Gandhi, por ejemplo, para independizarse de Inglaterra) y finalmente colapsa: le pasó a Roma en occidente y a la China imperial en oriente, le ocurrió en su día también a Bizancio, les ocurrió a España y a Portugal, le ocurrió a Gran Bretaña, que hasta ahora no se acostumbra, y le ocurrirá más tarde o más temprano, si es que no le está ocurriendo ya, gracias a sus políticas disparatadas, a los Estados Unidos de la actualidad, cuyo preeminencia, al ser económica y militar, pero no territorial, resulta más resguardada de problemas externos, pero mucho más frágil ante políticas propias equivocadas.
Así que, para no eternizar este razonamiento, digamos que Roma sobrevivió a un Nerón, a un Calígula, a un Heliogábalo y a otros cuantos gobernantes disparatados, pero no está claro que Estados Unidos pueda sobrevivir al extravagante reality show en que se ha convertido Washington… Ya se sabe que no es verdad que la historia haya terminado; por el contrario, lo que ha hecho es ir cada vez más rápido.

*Ángel Luis Carmona Calero es periodista, docente universitario y crítico de arte, de vasta trayectoria como columnista y autor de artículos de fondo en distintos medios, esencialmente en áreas culturales y de opinión, pero también en política internacional. Ha publicado Crítica de la sinrazón pura: epigramas ajaponesados o epihaikus (AranduBooks Ediciones, 2024).