Parafraseando una de sus novelas más famosas, se me ocurre llamar satantongo, tongo de Satán, a la obra literaria (no digo escritura, porque cada libro es diferente en su prosa, aunque repetitivo en su fondo filosófico pesimista) del hoy flamante Premio Nobel de Literatura 2025. El jurado ha proclamado como argumento de su decisión lo siguiente: «por presentar su obra el poder del arte en medio del terror apocalíptico».
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Me ha tomado la nueva en plena resaca con estupor mental y pereza física, pero igual mi reacción será apodíctica y contundente. Leyendo sus trabajos, novelas, narraciones, guiones, conferencias, ensayos y entrevistas, puedo llegar a la paradójica y brutal conclusión de que el escritor magiar no ve en el arte ningún poder en especial. No le importan en el fondo ni el arte ni los intelectuales. Su interés, en su trabajo escriturario, se centra en la persona, sobre todo en su avatar de víctima dostoievskiana (como el cartero Valuska en Melancolía de la resistencia (1989), llevada al cine con el título Armonías de Werckmeister (2000) por Béla Tarr, y la niña suicida Estike en Satantango, del año 1985, Tango satánico en la traducción de Adán Kovacsics Meszaros, publicada por la fantástica editorial barcelonesa Acantilado, de Jaume Vallcorba) o de sacrificado a la manera tarkovskiana.
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Krasznahorkai es lo que se llama hoy un inhumanista. El paraíso es/fue la naturaleza hasta el Génesis, es decir, hasta que aparece ese fracaso llamado hombre/ser humano. El mundo es bello y, al igual que piensan filósofos como Meillassoux, el mundo vivió en su perfección hasta la caída que significó el nacimiento del sapiens, y seguirá o volverá tal edad de oro con su desaparición de la faz de la tierra. Ergo, el arte no alcanza un valor positivo en la Weltanschauung del último premio Nobel. El arte no tiene ningún poder y no puede salvar al mundo, pues es obra de un fracaso de la naturaleza, el humano.

Los trabajadores de la descomposición, oracular escupitajo cioraniano, inician el párrafo final, colmo de la truculencia que ya habíamos vislumbrado en ese extraño block de notas hallado por el cartero… Narrativa altamente mítica, la neomitología científica colabora con el sadismo del narrador, y el narratario debe aovillarse en esa cripta –¿el pueblo como cripta?–, fantasmalizarse, metamorfosearse en profanador de tumbas, alienarse… volverse un alien… Final macabro de un cuento gótico «oriental», informe de una autopsia colectiva, zambulleante zoom en el interior de la madre del cartero, interior representado en el bar como las antípodas simétricas de lo infinitamente grande –el espacio sideral del comienzo de la novela– donde nos enfrentamos con lo infinitamente pequeño de la autodigestio postmortalis del organismo humano…
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Este enlace entre macrocosmos y microcosmos en el fondo negaría el clima de decadencia que quiere infundir la novela, al mostrar diferentes pliegues del paisaje vital, sin fondo ni centro pascaliano alguno donde estribar un pesimismo de finitud y pérdida definitiva… En un plano del espacio tomado ya como no euclidiano, podríamos decir que están anexados cielo y microfísica, como si el universo fuera una botella de Klein donde el afuera es también el adentro; y el organismo putrefacto de la señora Pflum, la estrella que contempla su hijo durante sus ensoñaciones peripatéticas, en una reciprocidad allagmática. Pues solo los separa una película no temporal, un plegamiento de la topología…

Indudablemente, toda esta jerga de la autenticidad médico-científica es in nuce nihilista, humanófoba, al regodearse en una mera taxonomía de nomenclaturas latinizantes y sustantivos esdrujulizados hasta la afasia y el tartamudeo, y la Melancolía de la resistencia, al terminar cerrándose sobre nosotros como la tapa de una lápida, con el desierto que crea la terminología de la mirada clínica y objetiva aparenta olvidar de dónde extrajimos y reutilizamos un cúmulo inspirador de citas y de nociones muy bienvenidos para el caso que nos ocupa.
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El iglú del artista povera Mario Merz, ya fallecido, que es un personaje de la novela Guerra y guerra (1999), es un ejemplo de esta visión inhumanista y anti-arte. El protagonista, llamado Korin, se suicida porque llega una madrugada al museo suizo de Schauffhausen que alberga los iglús de Merz y el guardia no le permite ingresar a hora tan intempestiva.
En suma, no tiene nada que represente una sobrevida, el arte. No es el opio intelectual contra la vida cruel y llena de trabajos. Tampoco cree nuestro Nobel húngaro en el diálogo. En cambio, sí cree en el monólogo, y en el que tiene la paciencia necesaria para seguir y escuchar un monólogo, como esos monólogos que la mayoría de sus novelas son.

No le importa la belleza que existe en sobreabundancia en el mundo. Sí la persona que aún puede verla, esa persona o santo laico, víctima y sacrificado fatal de este mundo, que todavía percibe la belleza y se conmueve ante ella.
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Estike mata a su gato Micum y luego se suicida porque su hermano le miente. La mentira: un bello mito que encerraba la promesa de que si enterraba/sembraba sus monedas, ahorradas durante años con grandes sacrificios, al otro día brotaría un árbol maravilloso y paradisiaco, el árbol que en vez de frutos iba a dar monedas. Ella no se mata por codicia. Se mata porque la belleza del mito es un bluff vulgar para despojarla de su tesoro. Se mata decepcionada de la vida, esto es, de su adorado hermano mayor.
«Cuántas veces cerró los ojos para ver cómo “crecía el árbol”, cómo se volvía espeso su follaje y se inclinaban luego las ramas doradas por el peso que acumulaban, y ella, un buen día, llenaba hasta los topes –¡sí, hasta los topes!– el capazo con el asa rota, regresaba a su casa y vertía el contenido sobre la mesa...».

János Valuska también es uno de esos que aún ven la belleza más allá de la penumbra del mundo actual, que gira como un borracho en el café del pueblo cada noche a pedido de los habitués.
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Despojado de su gabán y su morral de cartero, y despejado el medio del café en una suerte de espacio sacro, un János hierofántico dirige el rito cosmológico. Narra un milagro cotidiano, la tierra, el sol y la luna, tres borrachos girando entre sí, hundiéndose en la más negra noche para renacer a la luz que el alucinado cartero-chamán refleja –como una estufa chisporroteante de aldea perdida en las sabanas húngaras– en sus cándidos ojos. Dejo el link de tal rito filmado por Tarr y al cual considero como mi escena favorita de la historia del cine:
El piano del músico Mihály Vig surge en medio de la oscuridad mítica y seguirá a János hasta que, terminado el relato sacro, se aposente bajo una de las lámparas, de modo que ésta parezca una aureola de santo (o una jeguaka ceremonial) sobre su testa delirante. Apenas once minutos de luz que sabemos que será vencida por las lóbregas tinieblas de los círculos nihilistas que habitan las novelas de Krasznahorkai.
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Pero Tarr filma esperanzas, aunque se apaguen en los ojos de los idiotas santos de las novelas de Krasznahorkai.
La obra del premio Nobel, para terminar, es la observación anti-sentimental del mundo que gira en realidad al ritmo del acordeón de un tango satánico, satantango.
Como guionista de las películas dirigidas por su compatriota Béla Tarr (muchas de ellas basadas o rodadas a partir –no adaptadas– de sus novelas), resultó más bien un consejero filosófico.
El Nobel es parte del barullo ensordecedor del cruel mundo actual del que –creo– Krasznahorkai preferiría huir refugiándose en el iglú que Merz construyó en homenaje al ficticio Korin de la novela Guerra y guerra (1999).

*Cristino Bogado es poeta, narrador, ensayista, editor de los libros Revista Guarania 100 años (2020) y Lenguas de la Poesía Paraguayensis (2022), periodista en el diario El Trueno con el seudónimo de Paranaländer y conductor del programa Paranaländer Desencadenado en el canal LilaPlayTV (Twich, viernes de 16:00 a 17:00). Ha publicado, entre otros libros, Dandy ante el Vértigo (2005, poesía), Puente Kaí (2015, poesía), Pindo Kuñakarai (2018, novela), Iporãkaka (2019, relatos), Poema Rendy (2021, poesía), Sueño Aché (2022, artículos), Mandyju (2023, poesía y relatos) y Trickster triste (2025, poemas).

