¿Y si la historia de la música paraguaya no es exactamente como nos la contaron? Un conjunto de partituras casi extraviadas, publicadas hace más de un siglo por un pianista tan prolífico como enigmático, vuelve a abrir una pregunta que parecía superada: ¿cómo sonaba realmente la música paraguaya antes de la aparición de la guarania? El Álbum de los Aires Nacionales Paraguayos de Aristóbulo «Nonón» Domínguez –el cual sirvió para el debate del propio José Asunción Flores antes del nacimiento de la guarania– es hoy una pieza clave para entender un periodo poco explorado de nuestra tradición musical.
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Durante décadas se sostuvo que José Asunción Flores fue el primer músico en escribir correctamente la música paraguaya. Según su propio testimonio, a inicios de la década de 1920 la interpretación de la música era mayormente oral. Para comprobarlo, Flores y su compañero de banda, Víctor Montórfano, buscaron antecedentes escritos y dieron con el álbum de Domínguez, pianista y empresario paraguayo, hijo de la pianista Manuela González Filisbert, a quien Virgilio Barrios atribuye haberle inspirado el interés por llevar los aires nacionales al piano.

A inicios de esa década, Domínguez comenzó a publicar partituras de obras transmitidas hasta entonces de oído. Su trabajo constituyó el primer esfuerzo editorial sobre música paraguaya en el siglo XX y el segundo en la historia de nuestro país. Un testimonio fundamental del repertorio de la época de entreguerras. Estos documentos hoy son difíciles de encontrar y no han sido reeditados ni estudiados con el rigor que merecen.
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Para este análisis contamos con dos ediciones: una de 1928 y otra –presumiblemente– de 1935. La de 1928 incluye recortes periodísticos de 1923 que celebran el aporte de Domínguez a la música nativa, lo que sugiere que existe una edición anterior. En su Diccionario de la Música del Paraguay, Luis Szarán menciona una publicación inicial en 1920 y otra en 1929.
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También existe una edición de fines de la década de 1930 dedicada a los héroes de la Guerra del Chaco, con un prólogo en el que Domínguez expresa su admiración por los combatientes y una obra propia titulada Motivos sobre el Cielito Chopi y otros.

La edición de 1928 reúne 50 canciones –incluido el Himno Nacional– y revela una variedad de géneros hoy casi olvidados: marchas, galopas, polcas-galopas, mazurcas, habaneras paraguayas, aires nacionales, cielitos, entre otros. Esto dificulta precisar qué entendía Flores por «música paraguaya verdadera» o «mal escrita», pues se trataba de un repertorio de diversos géneros.
Hasta entonces, ninguna pieza reflejaba aún la escritura moderna atribuida hoy a la música paraguaya. Algunas recurren al compás del 6/8, pero la mayoría está en 2/4, con soluciones complejas para resolver el contratiempo y la sincopa que, al interpretarse, pierden coherencia musical. Desde esta óptica cobra sentido la crítica de Flores de que: «El 90% del álbum contenía errores de escritura».
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La edición de los años treinta muestra una mejora notable, sobre todo en el uso del 6/8, aunque persisten piezas en 2/4. Esto generó confusión, pues siempre se sostuvo que las partituras de Domínguez eran anteriores a la guarania. Sin embargo, surgen contradicciones: se afirma que Domínguez murió en 1930: ¿cómo habría escrito entonces obras dedicadas a los combatientes del Chaco (1932–1935)? En sus Memorias, Flores sugiere que estas partituras fueron elaboradas por Gerardo Fernández Moreno, «colaborador eficaz» mencionado por Domínguez ya en la edición de 1928.

La ausencia de la primera edición –posiblemente la que consultó Flores– limita las conclusiones. La de 1928 confirma sus críticas, y la de los años treinta presenta mejoras, aunque con inconsistencias. Surgen entonces nuevas preguntas: ¿adoptó Domínguez la escritura floriana?, y, si fue así, ¿por qué no incorporó las guaranias, si su propósito era documentar la música popular?
Más allá de las fechas y ediciones, los álbumes de Nonón Domínguez son un testimonio claro de la evolución de la música paraguaya a inicios del siglo XX. Los géneros musicales traídos de Europa fueron adaptándose al gusto local hasta la llegada de Flores y el comienzo de la guarania en 1925, que marcó un nuevo periodo en nuestra historia musical.
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A más de un siglo de aquellas publicaciones, cuando el país debate sobre el patrimonio y la identidad sonora, los álbumes de Domínguez recuperan vigencia para el estudio musical. Su estudio riguroso podría esclarecer lo qué ocurrió antes del surgimiento de la guarania y cómo se configuró su escritura. Tal vez en esos pentagramas contradictorios aún resuene un Paraguay que seguimos intentando descifrar.

*Javier Acosta Giangreco (Asunción, 1989) es licenciado en Composición Musical por la Pontificia Universidad Católica Argentina, guitarrista, compositor y director de orquesta. Se ha presentado en escenarios de Paraguay, Argentina, España y Estados Unidos. Creó el ensamble de cámara Novum para divulgar la música contemporánea latinoamericana y fue director artístico del programa social Sonidos de la Tierra. Ha publicado los libros Nicolás Pérez González: la revolución inconclusa (2018) y El sortilegio de Sila Godoy (2025, en coautoría con Óscar Bogado Rolón).

