Abajo el Primero de Mayo

El Primero de Mayo no lo pueden decretar los calendarios oficiales: lo que esos calendarios disponen es precisamente lo que se desacata. Este es el sentido histórico del Primero de Mayo. Recuperar hoy el Primero de Mayo significa abolirlo.

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Hoy, primer domingo de mayo, es feriado como cada domingo, y si el 1 de mayo no hubiera caído este año en día laborable habría sido el único feriado de la semana. Dejar de trabajar el miércoles pasado hubiera sido en otros tiempos un desafío, un riesgo y quizá una victoria; actualmente es un lujo que no todos se pueden permitir, una rutinaria resaca para muchos –me incluyo– y una de esas cosas horribles que se llaman «feriados oficiales», ridículas limosnas del poder. El gobierno de Hitler, ha escrito Eric Hobsbawm, fue después de la URSS el primero en nombrarlo Día Nacional del Trabajo y el gobierno de Vichy –en eso Petain siguió a los falangistas– lo declaró Festival del Trabajo y la Concordia (1). Su oficialización lo separó del movimiento obrero y, al apelar a la unión general en nombre de «valores superiores» –nación, patria, progreso, etcétera–, lo despojó de la conciencia de clase que le daba interés desde una perspectiva tanto política como filosófica, es decir, de su originalidad.

El día de huelga se convirtió, pues, en día del trabajo. Trabajo: eso a lo cual, teóricamente, nuestra cultura asocia la dignidad de la persona, como se lee, por ejemplo, ya en el Franklin de ese Libro del hombre de bien tan citado por Weber en su análisis sociológico del espíritu capitalista, y como afirman docenas de proverbios («El trabajo dignifica», etcétera, etcétera). Pretendiendo reforzarla, sin embargo, los mensajes dominantes desmienten tal pretensión; un ejemplo grotesco lo dio el lunes pasado el Chase Bank operando el milagro, con un tuit de #MondayMotivation –en el cual un cliente se pregunta por qué tiene tan poco saldo y su cuenta bancaria le responde: «haz café en casa», «come lo que hay en la heladera» y «no necesitas taxi, son tres cuadras»(2)– de presentar problemas económicos estructurales como defectos personales. Estos mensajes reflejan el desprestigio de unas clases trabajadoras en proceso global de precarización y el prestigio –la otra cara de esta moneda paradójica– de la «proactividad», el «emprendedurismo» y demás valores garantes del inicuo orden vigente en las relaciones laborales.

Hay pocos motivos de orgullo en la posición actual de unas clases trabajadoras a las que se dirigen espejismos tan groseros. Lejos estamos de aquellos que en la década de 1890 bien sabían entender la ruptura epistemológica implícita en el movimiento que dio lugar al Primero de Mayo.

En 1889, uno de los congresos fundadores de la Internacional, el marxista, aprobó en París una resolución para exigir la jornada laboral de ocho horas con una manifestación de trabajadores en todo el mundo el mismo día. La Federación Americana del Trabajo tenía ya planeada una movilización con el mismo propósito para el 1 de mayo de 1890, que fue, por ende, el día elegido (3).

Día en que toda expectativa quedó corta. Aunque muchos no se pudieron sumar, suficientes trabajadores en suficientes países lo lograron y dieron al movimiento tal fuerza que, naturalmente, se planteó repetirlo. La sangre de los Mártires de Chicago estaba aún lo bastante fresca para transustanciarse en porvenir. Era mayo; en el norte, desde la Antigüedad, retrocede en estos días el invierno, derrotado por la luz. Liberada por Hades, Perséfone regresa del mundo subterráneo y Démeter, su madre, jubilosa, florece: es la gran fiesta de la tierra. Comienza el futuro. Walter Crane dibujó el Primero de Mayo como una joven con revolucionario gorro frigio rodeada de flores. William Morris le dedicó un poema. La utopía creció ese día como la primavera. No era un feriado más, porque vino de abajo, no de arriba. Era importante porque cientos de miles de trabajadores, fuera de las diferencias de nacionalidad, idioma, edad, sexo, pudieron reconocerse a través de ese acto impactante como la fuerza que sostiene el mundo y que puede cambiarlo. Dejar de trabajar un día al año lo confirmaba. Dejar de trabajar un día laborable era contrariar el imperativo capitalista de producir beneficios para otros. Dejar de trabajar un día laborable era reivindicar la libertad de hacer, un día, lo que uno decidiera. Dejar de trabajar un día laborable revelaba que los menos poderosos tienen un poder que pueden usar si se vuelven conscientes de que existe.

Y en esto consiste, propiamente, la filosofía: en una permanente toma de conciencia y en su expansión a través de la experiencia de la vida. Por eso un filósofo ciertamente difícil se hizo vital para los movimientos obreros, porque Marx analizó estos engranajes e indicó a los trabajadores que, aunque individualmente estuvieran inermes frente a las instituciones –estatales, militares, jurídicas, etcétera– y a los discursos –el tuit del Chase Bank, las farsas de la «meritocracia», los mil espejismos, en suma, de la ideología imperante– del poder, si se hacen conscientes de que son una clase y como tal se organizan pueden cambiar la historia. Lo mismo reveló el Primero de Mayo de 1890, y por ello ese acontecimiento cumplió, cabe decir, una función heurística.

El Primero de Mayo no lo pueden decretar los calendarios oficiales: contra esos calendarios es que no se trabaja, ellos son lo que se desacata. Este es el sentido histórico del Primero de Mayo; de ahí el valor filosófico de esa desobediencia que pone en cuestión lo que interrumpe, no como excepción programada para encajar dentro de un orden sino como ocasión de desafiarlo. Sin esto, tal conmemoración (o celebración, o lo que sea) se convierte en un absurdo. No se trata, obviamente, de suprimir este feriado de los calendarios oficiales, puesto que no hay nada tan estúpido como tomar en cuenta los calendarios oficiales. Al demonio los calendarios oficiales. Cada vez que el Primero de Mayo caiga lunes o viernes hay que parar todo el martes, el jueves, el miércoles. Y llevar las consecuencias hasta donde sea posible. Recuperar el Primero de Mayo exige desacatarlo, mutarlo, destruirlo. Celebrar el Primero de Mayo cuando el calendario dice que es el Primero de Mayo supone negar su sentido histórico, desconocer su valor filosófico y traicionar sus implicancias éticas y políticas, lo cual es contrario a la lógica e impropio de toda forma de vida inteligente, salvo aquellas que proporcionan sin chistar lana a quien las esquila, dicho sea lo último en un amplio sentido, tanto literal como figurado.

Notas

(1) Eric Hobsbawm: «The Birth of a Holiday: The First of May», en: Uncommon People: Resistance, Rebellion, and Jazz, Nueva York, Pantheon, 1998, 360 pp.

(2) «Not everyone was so motivated by Chase’s monday motivation», en: Time, 30 de abril del 2019. En línea: http://time.com/5580255/chase-bank-monday-motivation-tweets/

(3) Hobsbawm, op. cit.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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