El hombre fulminado

«Junto a él, hasta Ernest Hemingway es un boy scout», escribió Henry Miller sobre Blaise Cendrars en ‘Los libros en mi vida’ (1952). De este escritor errante que llevaba siempre un cigarrillo en la boca –y una manga vacía, como Cervantes y Valle Inclán–, nos habla Catalo Bogado en el siguiente artículo.

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Hay hombres que son grandes en la gloria por sus pensamientos, otros por sus acciones, aventuras, fortunas o infortunios; pero grande por cargar todas esas virtudes y vicisitudes, grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes, y grande para sobrellevar en el abandono y en la soledad la expiación de su propia grandeza, no hubo otro como Blaise Cendrars.

Frédéric-Louis Sauser Hall (Blaise Cendrars) nació en La Chaux-de-Fonds, ciudad del cantón de Neuchâtel, en la Suiza francófona, el 1 de septiembre de 1887, de padre suizo y madre escocesa. En 1916 obtuvo la nacionalidad francesa. Fue pianista de profesión, mas, vaya ironía del destino, en 1914 ingresó en el ejército francés y, cuando servía en el cuerpo de voluntarios extranjeros –la Legión Extranjera– durante la Primera Guerra Mundial, perdió la mano derecha tras ser alcanzado por una granada en 1915. Así, al igual que Miguel de Cervantes, tuvo que cambiar la espada (en su caso, el fusil, y, claro, el piano) por la pluma para convertirse en uno de esos escritores inverosímiles, tan inclasificables como imprescindibles.

Blaise fue un hombre fulminante: paradójico, fantástico e inquieto, utilizó su insatisfacción con el mundo y consigo mismo para elaborar sus obras y su destino; practicó una escritura testimonial rigurosa y vivió un vagabundeo incansable. Vida y literatura fueron una sola cosa para él, y como había visto lo peor de los seres humanos, admiraba muy pocas cosas en los hombres: la valentía, la sabiduría, la sencillez y la santidad.

Ninguna disciplina del arte le fue ajena: músico, actor, poeta, novelista, narrador, guionista de cine, crítico cinematográfico, autor de reportajes literarios y corresponsal bélico en la Segunda Guerra Mundial, quizá la parte fundamental de su producción sea la tetralogía narrativa y autobiográfica formada por El hombre fulminado (1945), La mano cortada (1946), Trotamundear (1948) y La parcelación del cielo (1949).

Justamente en El hombre fulminado, Blaise insinúa que pasea por Sudamérica y que llega a Paraguay; así, en la página 349, capítulo «El camino calcinado», escribe:

«En Tremblay-sur-Mauldre (Seine-et-Oise) la carretera N10 pasa frente a mi casa. Un día no pude resistir más, puse el coche en marcha y partí entre los ronquidos de mi motor. ¿Quién conoce la N10 de uno a otro extremo, desde el atrio de Notre-Dame hasta su término, al otro lado del Atlántico, más allá del Iguazú y hasta el río Paraná, en pleno corazón de las soledades sudamericanas, en la frontera, la frontera del Paraguay, donde se pierde entre cenagales que mi coche no pudo atravesar y donde pasé la noche acribillado de mosquitos y presa de la más negra desesperación, oyendo toda la noche un pájaro que se burlaba de mí: ¡Ua, ua, jajajá! ¿Keté-ketó-ketú?…»

Y en la página siguiente habla de un amor –que sugiere secreto– en la capital paraguaya:

«Era una locura ir a Asunción por carretera. En primer lugar, la carretera no llega hasta ahí, y en segundo lugar podría tomar un avión. Pero no hubiera pasado inadvertido, y mi llegada a la ciudad tenía que ser ignorada por todo el mundo. Contaba con que la casualidad y un concurso de circunstancias favorables me permitieran seguir por tierra, llegar de incógnito y, disfrazado quizá de gaucho, después de abandonar el coche en algún rancho, ir a ver a mi amor. ¡Amor, cuando te apoderas de nosotros…! Hacía más de siete años que no la veía, y nos habíamos jurado no escribirnos jamás… Daidamia».

Frédéric-Louis Sauser Hall eligió su pseudónimo literario pensando en la obra que más tarde escribiría, El hombre fulminado, pues «Braise» significa en francés «brasa, fuego», y «Cendrars» recuerda a «cendres», que significa «cenizas». En el prólogo de El hombre fulminado, uno de los libros más insólitos y asombrosos de Blaise, Henry Miller escribió que…

«…a través de una vertiginosa acción que nos arrastra irremisiblemente de una parte a otra del globo en un sinfín de lances y aventuras de todo tipo, brilla esplendorosamente el estilo cinematográfico y sensacionalista que tanto le reprochan los críticos (…) la poética cualidad de su prosa, su habilidad para incorporar en sus rapsódicos pasajes la monstruosa jerga y terminología de la ciencia, la industria y la invención. Por turbulenta y caótica que parezca su obra, el significado siempre es cristalino».

Blaise Cendrars falleció en París el 21 de enero de 1961; sus restos reposaron en esa ciudad, en el Cementerio de Batignolles, hasta que en 1994 fueron trasladados al cementerio de Le Tremblay-sur-Mauldre en Yvelines, donde la familia poseía desde 1918 su «casita de campo».

catalobogado@gmail.com

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