El reverendo Dogson

En el año de Alicia (1865-2015: un siglo y medio de su primera edición), escuchemos lo que dos voces tan grandes y singulares como la suya han dicho acerca de su autor, Charles Lutwidge Dogson, «Lewis Carroll».

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CARROLL POR BORGES

«En el trasfondo de los sueños de Lewis Carroll acecha una resignada y sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre sus monstruos refleja acaso la del célibe que tejió la inolvidable fábula. La soledad de un hombre que no se atrevió nunca al amor y que no tuvo otros amigos que algunas niñas que el tiempo fue robándole, ni otro placer que la fotografía, menospreciada entonces. Queda otra zona, que mi incapacidad no entrevé y que algunos entendidos desdeñan: la de los pillow problems que urdió para poblar las noches del insomnio y para alejar (él mismo lo confiesa) los malos pensamientos que lo acosaban. El triste Caballero Blanco, artífice de cosas inservibles, es un autorretrato deliberado y una proyección, tal vez involuntaria, de aquel provinciano que trató de ser Don Quijote. Un Quijote o Quijano que nunca sabe si es un pobre sujeto que sueña ser un paladín cercado de hechiceros o un paladín cercado de hechiceros que sueña ser un pobre sujeto. […] De todos los episodios de Alicia, el más inolvidable es el adiós del Caballero Blanco. Quizá el Caballero está conmovido, porque no ignora que él también es un sueño de Alicia, como Alicia fue un sueño del rey Rojo, que está a punto de esfumarse. El Caballero es el propio Carroll que se despide de los queridos sueños que poblaron su soledad».

(De: Jorge Luis Borges, «El sueño de Lewis Carroll», artículo publicado en El País el 9 de febrero de 1986.)

Jorge Luis Borges en 1962 en una visita al set durante la filmación de "Hombre de la esquina rosada". En la barra, las actrices Susana Campos y Berta Ortigosa. (Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken).
Jorge Luis Borges en 1962 en una visita al set durante la filmación de "Hombre de la esquina rosada". En la barra, las actrices Susana Campos y Berta Ortigosa. (Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken).

CARROLL POR WOOLF

«El reverendo Dodgson no tiene vida. Pasó por el mundo con paso tan leve que no dejó huella. Se fundió con Oxford de modo tan perfecto que se hizo invisible. Cumplió todas las convenciones: fue remilgado, escrupuloso, piadoso e irónico. Si los caballeros oxonienses del siglo XIX tuvieran una esencia, la encarnaría él. Era tan bueno que sus hermanas lo veneraban, y tan puro que su sobrino no tenía nada que decir de él. […] “Mi vida”, dijo, “está libre de toda prueba y de todo problema”. Pero esta vida tan transparente oculta algo del pasado. Contiene la infancia. Y esto es muy extraño, porque normalmente la niñez se marchita despacio. Retazos de niñez persisten cuando el niño o la niña son un hombre o una mujer adultos. La infancia vuelve algunas veces de día, pero más a menudo de noche. Esto no ocurre con Lewis Carroll. Por alguna razón, no sabemos cuál, su infancia le dejó una huella indeleble. Se quedó en él y no pudo deshacerse de ella. Y, por tanto, cuando se hizo adulto, este impedimento en el centro de su ser, este duro obstáculo de pura infancia, dejó al hombre maduro sin sustento. Se deslizó por el mundo de los adultos como una sombra que solo tomaba cuerpo en la playa de Eastbourne, con niñas cuyos vestidos sujetaba con imperdibles. Pero gracias a que la infancia permaneció en él de modo inalterable, pudo hacer lo que ningún otro: volver a ese mundo, recrearlo para que también nosotros seamos de nuevo niños. […] las dos Alicias no son libros para niños: son libros en los que nos convertimos en niños. […] Convertirse en niño es ser muy literal; es encontrar todo tan extraño que nada te sorprende, es ser cruel, despiadado, y, a pesar de todo, tan emotivo que un rechazo o una sombra pueden teñir el mundo de oscuridad».

(De: Virginia Woolf, «Lewis Carroll», en: Collected Essays, Londres, Hogarth, 1966, pp. 254-255. Traducción de este pasaje para El Suplemento Cultural: Julián Sorel.)

Virginia Wolf.
Virginia Wolf.
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