El valor de las cachacas

De abandonos, confesiones y culpa, de ráfagas gombrowiczianas y de resacas eternas nos habla esta lectura que hace un escritor, Cristino Bogado, del último libro de otro escritor, Éver Román: Falsete (Arandurã, 2016), presentado en Asunción hace unos días.

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Falsete recoge cinco relatos de ambientación paraguaya del escritor treintañero afincado en Argentina Éver Román: en orden de aparición, «Falsete» (fechado en 2007), «Ángulo» (del 2012), «Venus de Mantenimiento» (del 2009), «Chupetines» (2013) y «Teléfono» (2009).

En el introito quiero destacar que «Falsete» es el texto que golpeó mi sopor habitual y, para mí, por lejos, el más poderoso del libro. La música dominante, el basso profundo, como diría Schopenhauer, que bascula el relato no es, como pensaría un lector distraído, la música folclórica (generalmente ahogada en la visión autocomplaciente de las bellezas de su locus ameno) ni el heavy metal (insuflado por la furiosa misión de busca, persecución y masacre de monstruos nefandos de la city posmoderna), sino la cachaca (cuya lírica catacrésica suele alimentarse de la confesión de errores, la toma de conciencia de actos horrendos y culposos, etc.).

En el post-introito, casi en la marquesina ya de la reseña, añadiría con la modestia que nos caracteriza que, para el frontispicio del libro (que ahora muestra a la malograda santa del comunismo traicionado, una opulenta y maternal Rosa de Luxemburgo curiteada, acaso por ser motivo de posavasos de bares progre-hippies y cuya mención, me parece a mí, dentro del texto es meramente adventicia y marginal), hubiera preferido, por su pertinencia argumental de fondo, la foto –tomada desde el interior de un colectivo 30 ticket 2100 G. en movimiento– de dos mendigos buñuelianos con doble y desesperada mirada de súplica a una Viridiana en fuga...

NIHILISMO Y CONFESIONES

El relato «Falsete» es el monólogo decadente de una subjetividad asuncena típica, saturado de nihilismo y anomia. En realidad, el truco narrativo apela a una larga respuesta por email por parte de Bazzano, el narrador-monologador, a su contertulio extranjero, el amigo exiliado, Román. Este monólogo-respuesta exuda un aire de resaca eterna que es el espíritu decadente de cierta bohemia o seudo-bohemia local parodiada o representada en el relato. Bazzano es uno de esos pibes buenos que pueblan nuestra city y que, cuando llega el amanecer, solo desean ir a descansar, no de la vida, sino de la resaca, para despertar y empezar a birrear inmediatamente, es decir, ponerse la burbuja narcisista y depre de la resaca como un sombrero o visión autocomplaciente del mundo. Como es fama en todo monólogo, esperamos al final, lectores sobreleídos que somos, una confesión atroz, y, efectivamente, el autor no esquivará tal poderosa tradición literaria. El monólogo nos lleva siempre a una confesión, y las confesiones, a la culpa.

Y con esto ya soltamos el dato de que, para nuestra lectura, «Falsete» es un relato sobre la culpa. Lo mismo que «Venus de Mantenimiento» (editado previamente en Asunción te mata, vv. aa., Felicita Cartonera, 2009) es la erotización surreal de los largos pasillos kafkianos de la burocracia nativa, o «Ángulo» el inevitable cuento «genérico» de moda de hoy, la era del (vacío del) fútbol, o «Teléfono» el blablá heideggeriano que roza ítems existencialistas como la angustia, el aburrimiento, el miedo a la incertidumbre, etc., o «Chupetines» el relato sardónico de la visita a una especie de koljoz avá-izquierdista, pero con sexo grupal catártico.

SOPAPOS GOMBROWICZIANOS, MALDICIONES Y CITACIONES

«Nosotros vamos contigo, dijo Linares, yo tengo plata agregó Bogado, entonces pasó un 30 y subí corriendo para dejarlos atrás, pero los dos saltaron al colectivo y se colocaron al lado mío, cabeceaban los dos, Linares hablaba a los gritos de un quilombo cerca de la cancha del Sportivo Luqueño, Bogado se quedó dormido en un asiento apenas subimos al colectivo, qué mierda de mañana la que tenía, se me pegaron los dos, qué miseria, pero como no tenía ganas de tolerarlo demasiado, antes de que el colectivo avanzara muy lejos les dije ya llegamos, vamos a bajarnos, Linares se puso en guardia, de inmediato se paró y se colocó al lado de la puerta, pero Bogado estaba más dormido que un poste, Linares tuvo que volver al asiento de Bogado y entre los dos lo colocamos en la puerta de salida del colectivo, toqué el timbre, cuando el colectivo paró tiré de una patada a Bogado en la vereda, que cayó como un trapo viejo, sin abrir siquiera los ojos quedó tirado en la vereda, Linares me miró, estaba muy sorprendido, no entendió lo que pasó, ver a su amigo así tratado por un tipo tan buena onda que le devolvió el celular, la puerta del colectivo empezó a cerrarse y entonces le dije buenas noches a Linares y de un empujón con el pie lo tiré también en la vereda, Linares trastrabilló en la vereda pero quedó de pie, entonces Bogado abrió los ojos y miró a Linares y este señaló al colectivo y los dos se pusieron a mirarme mientras yo ya avanzaba en el colectivo, qué depresión, los dos me miraron con cara de perros apaleados, con ojos de vaca, como pájaros a los que les hubieran cortado las alas».

Esta es la escena cumbre de «Falsete», que recuerda muchísimo a una de esas absurdas puestas en escena gombrowiczianas:

Ejemplo de sopapos en el escritor polaco:

«Polilla dejó el dedo, se arrojó sobre Sifon y le aplicó un sopapeadísimo sopapo. Bobek y Hopek se arrojaron sobre Conejo y Pyzo, respectivamente, y les aplicaron respectivos sopapos» (En Ferdydurke, p. 44).

Los sopapos y maldiciones de «Falsete»:

«...el gordito ni se inmutó y siguió dándole sopapos a Bogado que se dejaba dar, ya le sangraba la nariz a Bogado, un sopapo, un revés, en vez de pararle los golpes al gordito Bogado le gritó, con gotas de sangre brotándole de la nariz, sos un gordo boludo, mozo pelotudo».

Ejemplo de citaciones en Witold Gombrowicz:

«En Transatlántico narra una disputa de oratoria, oponiendo el narrador, representante de Polonia, y al propio Borges, delegado por Argentina para el combate. Pero la regla del juego se modificó, a partir de la Edad Media, y Borges trampea con ella, o, mejor, él la lleva hasta las últimas consecuencias: en vez de replicar las proposiciones de su adversario con citaciones, él las denuncia como citaciones. “Acaba de ser dicho acá que la manteca es demasiado mantecosa. Una idea ciertamente interesante, interesante, sí, esa idea. Lástima que no sea nueva esa idea. Sartorio la formuló en sus Bucólicas”. A lo que Gombrowicz retruca: “¡Qué me importa a mí lo que haya dicho Sartorio, si soy Yo quien Hablo!”. El problema es que toda frase ya tuvo una ocurrencia anterior, y Borges, llevando hasta las últimas consecuencias la lógica de la citación icónica, adoptando un aposición de denuncia de toda repetición, tendrá la última palabra: “Acaba de ser proferida la frase siguiente: Qué me importa Sartorio si soy Yo quien hablo. La idea no es mala, de ninguna forma es una idea mala, incluso podría ser servida con salsa blanca; lo aburrido es que mademoiselle Lespinasse ya dijo algo parecido en una de sus Cartas”. Con su competencia, con su derecho a la palabra, agitado, Gombrowicz solo tiene como recurso maldecir: “Mierda, mierda, mierda”. Pero no hay nada menos original y él aún cae en la trampa: “Una idea que merece consideración. Cubierta de crema fresca y llevada al horno con champiñones sería, en verdad, excelente. Pero, qué pena, eso ya fue dicho por Cambronne”» (Antoine Compagnon en El Trabajo de la citación, p. 154).

Maldiciones y citaciones en «Falsete»:

«...con la pelea las proporciones del bar se habían complicado bastante, la gente se metía puñetas en todos los rincones, digno de una pelea de posada del Quijote, dónde andará Sancho, tal vez recibiendo puñetas, qué imbecilidad lo de las citas, qué puñeteras son las citas literarias».

METÁFORA FINAL

Bazzano, que es «un tipo bueno», «una buena persona», porque le devuelve el celular a Bogado, no es, sin embargo, lo suficientemente bueno, corajudo o heroico para no abandonar en la vereda de la nada paraguaya a dos seres vulnerables como el garroteado –por una extraña patota de quince mozos– pintor Bogado y su ángel de la guarda-doble –sin la contundencia de la metralla verbal para maldecir del artista («puto gordo», sigue diciendo, mientras le sopapean los mozos encamisados), su protegido. Lo golpean, suponemos, por ser bocón, por escupir su parresia raigal, dos cosas que el paraguayo no suele soportar. Bazzano, en su respuesta al e-mail de Román, reconoce indirectamente que carece, en el fondo, del «valor de las cachacas», «el valor que infunden las cachacas, el valor de los jodidos», para detener el horrible falsete paraguayo que no cesa de dirigir la cotidianidad zombie, esa que administra y permite que dos seres vulnerables como el par Bogado-Linares sean nuevamente abandonados a su suerte todos los días por tipos buenos que solo desean dormir un rato de la vida resaqueada para perpetuarla al despertar ad infinitum.

Hablando de abandonar, el relato mismo, bastante verborrágico y profuso, sin embargo ha abandonado la lengua guaraní, de la cual no resta ni una mísera palabra como hápax o memoria siquiera. Abandonar el guaraní, abandonar a las criaturas vulnerables de la ciudad, abandonar la lengua de los jodidos, todo eso y más es «Falsete». Que Bazzano puje con su patota literaria para salvar del naufragio definitivo su revista de folcloristas y poetas vendiendo cerveza, que homologue revista literaria-folclórica y cervezas, que no abandone su rutina de cervezas y revista de cerveza, ese círculo vicioso que es su vida, solo da otra pista sobre la incuria general que rodea al narrador. Llegado a este punto, merecería acotarse que la escritura que moviliza el relato se basa más en el abandono que en la maestría, pues el autor se ha hecho uno con el narrador para volver convincente la transparencia de su culpa –por lo demás, insuperable por su propia aceptación de su derrota moral–. Exiliarse de Paraguay no hará mejor ni a Paraguay ni al paraguayo emigrado, pero seguro permitirá vencer ese ethos inconsciente que exige no abandonar a los vulnerables (nada más vulnerable que el hombre moderno, Sloterdijk dixit) pateándolos del colectivo a la vereda de la nada diaria. El relato no es esteticista ni importa haberlo escrito «bien». Su belleza, o estética, y bondad están en su sinceridad.

«Venus de Mantenimiento» es el abordaje de la vida municipal de unos interminables empleados sin otra función específica que cobrar por no hacer nada específico. En realidad, el procedimiento municipal parecer ser este: primero y antes de nada, se les contrata, y después, mucho después, se ve qué tareas pueden realizar, mientras –«mientras» es la eternidad en la especial cronología municipal– cobran sus salarios de hambre. Es el Gran Teatro de Oklahoma (que prometía empleos para todo el mundo), aplicado a una generosa madre de empleos infinitos llamada Municipalidad. «La secretaria tenía la boca enorme y por momentos se tragaba completamente los dos penes de los secretarios, con testículos incluidos» –una de las diversiones que improvisan los pobres y aburridos funcionarios para pasar el rato municipal.

Como dato estadístico merece consignarse que la única frase en guaraní de todo el libro aparece en la parte final de este relato: «Aipota ne rendy cherehe» («Quiero tu fuego por mí», literalmente), frase un poco cursi, aunque verosímil, que desde su oscuridad aromática susurra Romina, la Venus de Mantenimiento. Metáfora final de la municipalidad como una puta.

kurubeta@gmail.com

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