Emilio Barreto y el teatro en la cárcel de Emboscada

A propósito de la inminente llegada a los cines porteños del filme Guaraní, el profesor José Morínigo recuerda su primer y remoto encuentro con el protagonista de la película, el actor Emilio Barreto, en esta historia que sucedió en la prisión de Emboscada

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2061

Cargando...

Presos durante la dictadura de Stroessner, vivimos el terror y la cobarde tortura de sus oscuros sabuesos. Nos detuvieron una noche de invierno del año 1977. Después de dos meses, más o menos, fuimos trasladados, de la tenebrosa «caverna» de la policía de investigaciones de la dictadura estronista, al penal de Emboscada.

No esperábamos ser, en la prisión, testigos y actores de un profundo cambio humano. Tan complejo fue el cambio, que alteró los metros cuadrados del penal político de emboscada: de sitio de reclusión, se convirtió también en sitio de aprendizaje.

CÓMO ERA EMBOSCADA

El penal de Emboscada era una edificación pequeña, con altas murallas que recorrían el perímetro de la prisión. A la entrada le seguía un corredor que terminaba en un espacio cerrado, fuera del lugar en donde se encontraban los detenidos.

Una pequeña puerta de madera en medio de un espacio rodeado de barrotes era la entrada al lugar de reclusión.

Las celdas formaban hileras a la izquierda y a la derecha de la entrada. Al fondo, en un extremo estaban los baños, y en el otro extremo, la cocina.

Entre las hileras de celdas y el fondo existía un espacio relativamente amplio en cuyo centro se erguía, frondoso, un árbol de guapo’y que era refugio de aves e incluso de abejas que hacían su vida en libertad en un lugar creado para que no existiera libertad, y, en nuestro caso, para que no pudiéramos pensar, criticar y menos creer que nuestra sociedad debería cambiar dictadura por democracia, como primer paso para mejorar. Cuando soplaba el viento norte, levantaba la arena formando un polvo blanco tan pegajoso que se juntaba alrededor de los ojos, secaba la lengua y convertía el cabello en un manojo de liñas.

Después de muchos sufrimientos, se aceptó la posibilidad que los mismos presos se organizaran en grupos para encargarse de las tareas cotidianas: cocinar, limpiar el penal, atender los baños, etcétera, etcétera.

NUESTRO INGRESO A EMBOSCADA

Cuando llegamos los detenidos por editar la revista Criterio, muchos de los presos nos esperaban en el recinto de la prisión. Uno de ellos era Emilio Barreto, a quien conocí el día que llegué. Con miedo y apesadumbrado, para iniciar un diálogo le pregunté a Emilio:

–¿Hace cuánto tiempo que estás prisionero?

Me contestó, sin cambiar el tono de su voz:

–Hace 13 años.

Sentí que el mundo se desplomaba. Pasó el tiempo, y después viví y comprendí que la persona humana se adecua a las circunstancias. Después de unos meses, empezamos a enseñar a leer y escribir a muchos ciudadanos allí detenidos. En el mismo lugar se profundizaba en la música y el teatro. Confieso que las dos últimas actividades señaladas parecían utópicas. Pero el tiempo, la voluntad y la responsabilidad de los detenidos me enseñaron que el ser humano guarda en su interior una capacidad extraordinaria y que apenas se logra crear el ambiente propicio, como ocurre con los lapachos en primavera, explota de flores para dar lo mejor de su naturaleza.

El grupo de teatro estaba organizado y dirigido por Antonio Pecci; allí tuvimos la experiencia de ver cómo una prisión se convierte en academia, escenario y teatro al aire libre, para comprender que la libertad no puede ser robada.

MÉDICO A PALOS DE MOLIÈRE Y EMILIO BARRETO

Recuerdo dos horas fantásticas que vivimos en la prisión de Emboscada con la historia del Médico a palos, como se había traducido la obra del autor francés Molière, creador de esta comedia.

Quien asumió la enseñanza y la dirección de su representación con un empeño ejemplar fue Antonio Pecci.

En la árida tierra de la prisión, llegado el momento, todo se transformaba, los amigos se convertían en actores fantásticos y durante unas horas y algunos minutos nos sentíamos en una sala del teatro de mayor dignidad del mundo.

Uno de los actores era Emilio Barreto, quien, cuando llegamos a Emboscada, nos condujo hasta nuestra nueva habitación, la celda Nº 1, que desde ese día suplió la cédula de identidad que en la policía de investigaciones nos habían quitado.

Salimos en libertad después de un año y unos días. A Emilio Barreto lo encontré dos veces: una vez en la calle, y la otra frente a un conocido bar del centro de Asunción. Allí, Barreto me comunicó que viajaría a Ginebra para presentar una película, en la que trabajaba como protagonista. Me alegré, pero pensé que sería uno más de tantos esfuerzos del preso más olvidado de la dictadura.

Hace poco más de una semana, el viernes 4 de marzo, leyendo Abc Color, en la página 32 supe que la película Guaraní llegará a Buenos Aires el 7 de abril, y que los protagonistas son Emilio Barreto y Jazmín Bogarín.

La película Guaraní ganó en diciembre de 2014 el premio Visión Europa en la competencia Primer Corte de mercado de cine Ventana Sur, y en noviembre fue estrenada en el festival Tallín Bloct Night de Estonia y ganó el premio filme a la mejor Opera Prime en Ginebra, Suiza.

QUÉ NOS DICE ESTA BREVE HISTORIA

Nos dice, en silencio, tantas cosas, que muchas quedarán olvidadas, pero con seguridad alguna vez alguien las rescatará. Lo más importante es que detrás de la anécdota está la experiencia humana de la dictadura de Stroessner, pero también está la dignidad del ser humano, están la voluntad y el talento. La persona perseguida y pisoteada vuelve a resurgir con más fuerza para proyectarse en un tiempo sin fronteras.

Emilio Barreto y Antonio Pecci, en silencio, están en el sitio que verdaderamente les corresponde. Uno como actor, el otro como director, aunque cotidianamente realicen otras actividades, para demostrar que lo trascendente en el tiempo es lo que rompe el sentido de lo cotidiano. Ese tiempo que explica por qué existen los héroes.

* Sociólogo, politólogo y abogado

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...