Homeland, posverdad y fake news: El periodismo en crisis

La elección de Donald Trump sacó a la luz entre otras cosas la proliferación de noticias falsas en las redes. Noticias falsas hubo siempre, pero las facilidades que brinda internet para difundirlas hacen hoy más difícil para el público detectarlas. Las repercusiones de esta crisis cultural en el periodismo ya son claras.

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Ficción y realidad

Pasó el Día del Periodista y, tras las felicitaciones y festejos que inundaron redacciones y estudios de radio y televisión, queda el debate sobre la supervivencia de la prensa como hacedora de cambio social, como agente fundamental de la democracia, mientras nos acercamos a la era de lo bautizado como «posverdad» o «hechos alternativos», en la que las redes sociales influyen en lo real y en lo que uno quiere creer.

En la más reciente temporada de la serie de televisión Homeland, que hace años el expresidente de Estados Unidos Barack Obama eligió como una de sus preferidas, el gobierno estadounidense controlaba en las redes sociales millones de cuentas de personas inexistentes. Un equipo de informáticos daba una historia y una vida a cada una de esas cuentas falsas que servían para torcer a la opinión pública a conveniencia. Es, por supuesto, una historia de ficción, pero no dista mucho de la realidad actual.

De acuerdo a un estudio de Hunt Alcott (Universidad de Nueva York) y Matthew Gentzkow (Universidad de Stanford), en 2016 los electores estadounidenses estuvieron sobreexpuestos a noticias falsas que pudieron haber influido en su elección. Internet permite a cualquiera crear y difundir información falsa en las redes sociales, y es terreno fértil como negocio para, digamos, las elecciones presidenciales de 2018. En Paraguay, crece exponencialmente el número de sitios web que se presentan como portales de noticias pero que en realidad son medios de propaganda política que buscan dirigir a un electorado saturado de información y que cree lo que quiere o le conviene creer.

Posverdad y tiranía

En su libro Sobre la tiranía, editado en marzo en España por Galaxia Gutemberg, el historiador y profesor de Yale Timothy Snyder parte de las experiencias de la centuria pasada para prevenir el surgimiento de la tiranía en pleno siglo XXI con una suerte de receta, uno de cuyos veinte puntos señala que te sometes a la tiranía «cuando renuncias a la diferencia entre lo que quieres oír y lo que oyes realmente»; la consecuencia de esa renuncia a la realidad, escribe, «es tu desaparición como individuo, y por consiguiente el derrumbe de cualquier sistema político que dependa del individualismo».

Snyder cita las cuatro formas en las que, para Víctor Klemperer, la verdad muere: la primera es «presentar las invenciones y las mentiras como si fueran hechos»; la segunda, «la repetición constante diseñada para hacer plausible lo ficticio y deseable lo criminal»; el tercer «asesino de la verdad» es «la aceptación descarada de las contradicciones»; y, por último, está la fe en quienes no la merecen. «Cuando la supuesta verdad desciende de los cielos a la tierra de esa manera, no queda sitio para las pequeñas verdades de nuestro discernimiento y nuestra experiencia personales». El libro recuerda los tiempos en los que la población alemana creía cuanto dijera Hitler al punto de considerarlo casi un superhombre. Otro ejemplo, que parece simpático pero no lo es, es el del diputado colorado Purificación Morel que comparó a Horacio Cartes con Jesús. «La posverdad es el prefascismo», apunta Snyder.

Cómo combatir las noticias falsas

En febrero, la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información (PDLI) celebró en Madrid el encuentro «Noticias falsas: Disfrazar la mentira de realidad». Los periodistas y comunicadores participantes escribieron un decálogo para combatir las noticias falsas. Sus puntos principales atañen a los actores de la cadena informativa, que empieza con quien genera y termina con quien distribuye las noticias falsas: «Debe llegarse a una definición consensuada, bajo los principios de la libertad de información y expresión, sobre qué debe considerarse noticia falsa y qué no, de modo que se protejan formas de expresión legítimas como la sátira o la crítica social»; a los medios, que deben comprometerse a informar sobre la «fuente, autor, fecha y procedencia de los contenidos que elaboran o de los que se hagan eco»; a los poderes públicos, a los que se insta a alfabetizar mediática y digitalmente a la población en general: «se impulsarán herramientas que permitan al público, por sí mismo, verificar la fiabilidad de un contenido, cabecera o sitio web»; a los medios de comunicación y los periodistas: «Los códigos deontológicos deben incluir sanciones que penalicen malas prácticas y la difusión de infundios que deslegitiman el periodismo (...) Los medios y periodistas darán herramientas a su audiencia para que corrija las informaciones que sean inexactas»; y a las técnicas de verificación de la información, que deben cumplir estándares internacionales consensuados por los gremios periodísticos, como la transparencia de las fuentes y la honestidad en la publicación de las correcciones.

La crisis del periodismo

Ante la caída en las ventas en las ediciones impresas de los periódicos a nivel mundial, es necesario un nuevo pensamiento en cuanto a la economía de las empresas mediáticas. Uno de los medios masivos a nivel mundial que ha logrado imponerse y equilibrar su cantidad de lectores con los ingresos necesarios para un periodismo serio es el New York Times, como explica el periodista español Ismael Nafría en su reciente libro La reinvención del New York Times.

En su libro Salvar a los medios de comunicación (2016), Julia Cagé, profesora adjunta de Economía en la Universidad Sciences Po de París –una de las más importantes en Ciencias Sociales–, hace una lectura de la situación actual de las empresas periodísticas que sobresale en comparación con los foros sobre el futuro del periodismo. Dice una frase trillada que para solucionar un problema primero hay que reconocerlo, y eso hace Cagé: «Aunque los periódicos aumentan sus lectores a través de sus sitios web, fueron incapaces de monetizar a su nueva audiencia digital (…) los periódicos han sacrificado la calidad que necesitan para mantener la circulación de su edición impresa».

Si bien las universidades expulsan por doquier graduados en periodismo o ciencias de la comunicación con herramientas para un periodismo necesario, de calidad, centrado en la verificación de fuentes y el contraste de versiones, estos son muchas veces subyugados por editores que imponen reglas poco claras a fin de ganar clics con la ilusión de que a la postre traerán consigo pautas publicitarias. Aun así, debemos insistir en la necesidad de formar buenos profesionales. La Unesco advierte de una generación joven que sabe leer pero que no comprende el texto. Dentro de unas generaciones, este problema requerirá más periodistas capaces y a la vanguardia de los cambios. «En la era digital, cuando la información es transmitida en tiempo real a través de blogs y redes sociales, se dice que cada internauta es un periodista, pero esto es incorrecto. El periodismo es una profesión», escribe Cagé.

Problemas e ilusiones

Un problema causado por la crisis económica global del periodismo es el deterioro de la producción de textos de calidad y de investigaciones, que son los que generan cambio. Cagé cita lo expuesto por el estudioso de los cambios del periodismo Éric Scherer sobre la investigación de ocho meses –que se hizo película en la oscarizada Spotlight– en la que el Boston Globe gastó más de un millón de dólares y que condujo a imputaciones por abusos sexuales dentro de la Iglesia católica en 2002. «Encima, el periódico debió absorber cientos de miles de dólares como costos de los juicios», apunta Cagé. ¿Y quién paga eso? ¿Los compradores de diarios, los suscriptores, los que pautan publicidad? Queremos noticias de calidad, pero no queremos pagar por ellas.

Otro problema de los cambios de hábito es el apuro con el que se requiere actuar ahora en los medios digitales, cuyos trabajadores están expuestos a errar por las exigencias de la empresa misma. «El problema no es solo que los periodistas se hayan habituado al periodismo del copia y pega, sino que en una sociedad en la cual la información puede ser reproducida sin costo alguno en tiempo real, los incentivos para hacer periodismo profundo (y enfrentar los costos de investigación) han desaparecido», escribe Cagé, y agrega: «Hay que recordar también que internet, como la radio y la televisión, dependen sobremanera de la prensa escrita. Las noticias están en peligro. La web y la expectativa de que las noticias deben estar disponibles de forma gratuita amenazan no solo la viabilidad de los medios impresos sino también de la radio y la televisión. Los periodistas están desapareciendo, y sin ellos no hay noticias».

Diversas ilusiones llevan a los medios de comunicación a ignorar el problema de la calidad del periodismo que deben ofrecer: la ilusión de la publicidad, «que permite a los periodistas, dueños de medios, políticos y al público no proponer soluciones efectivas a la crisis», la ilusión de la competencia entre medios y –tal vez la más dañina de todas– la ilusión de una nueva edad de oro del periodismo.

jcalcena@abc.com.py

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