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Sin ser un historiador riguroso, Juan Emiliano O’Leary (1879-1969) influyó grandemente en el modo en que sus compatriotas verían su pasado histórico. Esto se constata comparando el artículo de O’Leary «Las Últimas Navidades del Mariscal López» (publicado en Patria el 25 de diciembre de 1960), con el de Quintana «Las Últimas Navidades del Mariscal López» (publicado en Última Hora el 25 de diciembre de 2016).
El de O’Leary comienza así: «El 25 de diciembre de 1868 sorprendió al Mariscal López en Itá Ybaté. Después de la extraña victoria inicial de la batalla de Lomas Valentinas, el enemigo quedó desconcertado». El de Quintana comienza así: «El 25 de diciembre de 1868 sorprendió al Mariscal López en Itá Ybaté […] Después de la victoria paraguaya del día inicial en la batalla de Lomas Valentinas, el enemigo quedó desconcertado». En ambos artículos se lee que Caxias había perdido la tercera parte de su ejército y no sabía que «cuando sus tropas regresaban desbandadas no le quedaban al Mariscal López sino noventa hombres sanos. Su fracaso tocaba los límites de lo inverosímil. Su derrota, más que trágica, era vergonzosa». En ambos se lee: «La tarde declinó melancólica. El sol se puso y cayeron las sombras de la noche. El Mariscal, solitario en su carpa de campaña, se abismó en sus contemplaciones».
Pese a esta y las demás afinidades que se constatan comparando los dos escritos, Quintana no cita a O’Leary. Me lo han explicado como un error de Última Hora que, al imprimir el de la historiadora, omitió las comillas y referencias necesarias. Acepto la explicación porque los errores tipográficos son frecuentes en el periodismo escrito; lo que me desconcierta es que se sigan repitiendo ciertas afirmaciones como esta, presente en ambos textos: «La lucha era ya entre el Imperio y su persona, que era el Paraguay fundido en un solo hombre». Con otras palabras, ya lo había dicho el escritor en la década de 1930, en su ensayo Apostolado patriótico: «Antes y después de la guerra, López fue y es el Paraguay» (1).
Identificar a un hombre con un país es lo que se hace en Corea hoy, lo que se hacía en la Alemania de Hitler y en el Paraguay de Stroessner. El de Stroessner, aun siendo un sistema dictatorial, no fue un sistema totalitario como el de Kim o Hitler; sin embargo, el culto de Nuestro Único Líder, o sea del hombre providencial, atentaba contra el principio democrático de la igualdad de todos los seres humanos.
En la década de 1950, O’Leary amplió su concepto de la nacionalidad paraguaya: después de López, Stroessner. Por eso en la carta abierta que le dirigió al dictador y se publicó en un diario asunceno, pide que se reverencie «al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de nuestra Trinidad Patriótica: al Doctor Francia, al Patriarca de nuestro progreso [Carlos A. López] y al Mártir de nuestra soberanía [el mariscal]» y agrega «usted siga siendo, como ya lo es, el continuador de la obra constructiva de los tres grandes que forjaron el Paraguay de ayer» (2). La apología fue una retribución de atenciones, porque Stroessner había hecho levantar, en la actual Plaza O’Leary de Asunción, el busto del historiador epónimo, hoy cubierto de pintura verde (3). La pintura fue para tapar la marca circular del Poxipol con que Adolfo Ferreiro y mi hermano José Carlos pegaron a la broncínea testa, a modo de sombrero, una irreverente escupidera en 1965. Fue una injuria oblicua, y no la única, inferida a Nuestro Único Líder en la efigie de su historiador oficial.
Stroessner fue la encarnación del Paraguay por ser la reencarnación de López pero, ¿cómo hizo su apologista para ponerlo allí? Dejémosle hablar: «No es posible que el hijo tenga derecho a discutir el honor de su madre […]. Los matricidas son los únicos que pueden conocer un conflicto espiritual semejante. El amor filial, como el patriotismo, ignora, felizmente, la tortura de esa vergonzosa incertidumbre. He aquí cómo he debido vindicar la memoria del Mariscal López para vindicar a la Patria» (4). En otras palabras: López es la patria, la patria es nuestra madre, luego, criticar a López es criticar a nuestra madre. Este silogismo, que hubiera dejado estupefacto a Aristóteles, nos explica cuál fue la metodología de nuestro compatriota, la que lo convirtió en el historiador preferido de Stroessner.
El mismo razonamiento hemos visto en las redes sociales, durante la virulenta campaña patriótica que provocó la suspensión del estreno de una obra de teatro, Las locuras del Mariscal, cuyo director fue amenazado de muerte. Un patriota indignado puso en Facebook: si alguien insulta a mi madre yo le doy una trompada, como se la doy a quien insulte al mariscal López. Es el olearismo de nuestros días.
Sin embargo, el maestro no tiene la culpa de los extravíos de sus discípulos. En los primeros años del siglo XX, el futuro Cantor de las Glorias Nacionales era un joven periodista dotado de cultura y talento literarios, que utilizaba para exponer sus ideas en la prensa escrita (no en la impunidad de Internet), sin caer en la agresividad ni en la grosería de sus imitadores de nuestros días. Para comprender su evolución literaria, resulta indispensable conocer la polémica que mantuvo con Cecilio Báez entre octubre de 1902 y febrero de 1903 en los periódicos La Patria y El Cívico. Estos artículos, con otros relacionados y un brillante prólogo de la historiadora Liliana Brezzo se publicaron en el libro titulado Polémica sobre la Historia del Paraguay: Cecilio Báez, Juan E. O’Leary (Asunción: Tiempo de Historia, 2011).
Hoy se tiende a ver aquel debate como el enfrentamiento entre un lopista fanático y un antilopista igualmente fanático, lo cual es falso: por entonces, ninguno de los dos adversarios tenía decidido quiénes eran sus héroes y quiénes sus antihéroes. O’Leary consideraba a Francia un tirano y no decía que López no lo fuera. (Su madre, Dolores Urdapilleta, había sido enviada por el mariscal a un campo de destinadas, donde padeció horrores y vio morir de hambre a sus dos hijas niñas.) Sin embargo, consideraba necesario distinguir entre la crueldad de López y el heroísmo demostrado por los paraguayos en la Guerra Grande. Para Báez, Francia no fue más dictador que sus contemporáneos americanos y a él le debemos la independencia del Paraguay; el dictador abominable fue Solano López. Criticándolo demasiado, replicaba O’Leary, se pasan por alto los crímenes mayores cometidos por Pedro II y Mitre, destructores del Paraguay; los destructores no fueron dos sino tres, según Báez: Pedro II, Mitre y López.
La polémica quedó en un empate técnico; el tiempo y la política llevaron a una simplificación que, en cierto modo, favoreció a O’Leary: ser lopista es ser patriota y ser antilopista es ser legionario. Fue la simplificación que empleó Stroessner y que se vio debilitada con el fin de la dictadura. ¿Por qué ha renacido? Porque en Paraguay y en otros países, por desgracia, hay un renacimiento del fascismo, que necesita este tipo de manipulaciones.
Notas
(1) La cita se tomó de la compilación de ensayos del autor titulada Prosa polémica (Asunción: Napa, 1982), p. 152.
(2) Juan E. O’Leary, «Una carta al Presidente», El País, 21 de mayo de 1959, p. 1.
(3) Según la prensa oficial, el monumento se levantó para expresar «el reconocimiento del pueblo paraguayo al ilustre patricio cuya labor imperecedera de historiador, maestro, periodista, diplomático y orador, ha gravitado poderosamente en todo el ámbito de América en pro de las reivindicaciones de nuestra patria». «Rindióse homenaje al escritor e historiador nacional D. Juan E. O’Leary», Patria, 3 de marzo de 1955, p. 1.
(4) Juan E. O’Leary, Prosa polémica (Asunción: Napa, 1982), pp. 141-142.
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