Las dos caras de un gueto: Rigurosidad conceptual

Loïc Wacquant es profesor de Sociología en la Universidad de California, Berkeley, e investigador del Centre de Sociologie Européenne, París. Fue cofundador y director del 2000 al 2009 de la revista interdisciplinaria Ethnofraphy. Algunos libros: Parias urbanos.

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Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio (Buenos Aires, Manantial, 2001) Los condenados de la ciudad. Gueto, periferia y Estado (Buenos Aires, Siglo XXI, 2007) y Las dos caras de un gueto (Buenos Aires, Siglo XXI, 2010). Su nombre sonará desconocido para muchos; sin embargo, es uno de los sociólogos más influyentes de la actualidad. De nacionalidad francesa, ha ejercido cátedras en las más importantes universidades del mundo. Pero lo más interesante de su fecundo trabajo intelectual es su estudio de las grandes poblaciones marginales que pululan en los países del Primer Mundo y ni qué decir en las naciones pobres donde simbolizan la otra cara de un nuevo milenio contradictorio, pues, más allá de los avances científicos y tecnológicos, el pauperismo crece sin detenerse. En el libro que hoy me atrevo a comentar, Las dos caras de un gueto, Wacquant hurga en la sociedad para exponer con una perspectiva teórico-comparada las conexiones directas de la marginalidad en este mundo de división social y étnica con magros resultados de políticas oficiales. Desde la configuración del proceso histórico, Wacquant construye el concepto sociológico de gueto. Como cientista social, no es enemigo de extender su plural manera de ver las cosas, especialmente en lo que concierne a la revolución neoliberal y a la forma en que los estados transitaron hacia la “regulación de la asistencia social a la administración penal de los excluidos de la sociedad de mercado, que tiende a asimilar al subproletariado urbano a un paria andrajoso”.

POBLACIONES DESACREDITADAS

Las dos caras de un gueto se divide en diez capítulos. Wacquant explica: “La referencia exótica al gueto negro de los Estados Unidos borra las diferencias históricas, estructurales y funcionales que existen entre el modelo de desigualdad y marginalidad de la ciudad estadounidense y la francesa. Pero resultó ser enormemente seductora, pues le permitió a la elite intelectual y política de Francia ‘especializar’ y ‘etnitizar’ falsamente el nuevo problema social de la informatización del trabajo asalariado, y evitar así tener que enfrentar la realidad de la destrucción de la clase trabajadora tradicional –una destrucción promovida políticamente– y de sus territorios establecidos”. Desde el capítulo II hasta el IV el autor invita a un examen penetrante de los Estados Unidos; entre varias consideraciones encontramos lo que denomina la descivilización y la demonización, que, según Wacquant, “forman una pareja estructural-discursiva en la que cada elemento refuerza al otro y en la que ambos sirven conjuntamente para legitimar las políticas de estado orientadas al abandono urbano y a la contención punitiva que fueron responsables de las condiciones de precariedad del cinturón negro a fines del siglo pasado”. No obstante, esto se extendió en el tiempo y ocupó gran parte de la historia norteamericana de las últimas décadas, asevera Wacquant, quien, más allá de los teóricos tradicionales, ensambla sus coordenadas conceptuales con base en el entendimiento del gueto como una forma “socio-espacial que ha sido impuesta exclusivamente a los estadounidenses negros”.

EL GUETO Y LAS TRES ALTERNATIVAS

El capítulo V es una aproximación a los estadounidenses negros, la historiografía de los judíos renacentistas y la antropología de los conglomerados marginales de África y Asia. El autor advierte: “Un gueto es un mecanismo institucional compuesto de cuatro elementos –estigma, coacción, confinamiento espacial y enclaustramiento organizativo– y que se vale del espacio para reconciliar sus dos objetivos contrapuestos: la extracción económica y el ostracismo social”. Afirma, asimismo, que el gueto nada tiene que ver con la concepción de los sociólogos y urbanólogos ataviados por la “trampa ecológica” de la escuela de Chicago que confundieron el gueto con el barrio marginado, o bien con el barrio étnico: “Más bien se trata de un tipo especial de violencia colectiva que se materializa en un espacio urbano aplicable a un subconjunto limitado de categorías étnicas en la era moderna”. Lo más llamativo en el libro es la marcación de las características del gueto y los grupos étnicos, impactados equivalentemente por la pobreza y la segregación. Echa luz sobre la guetización como motor cultural de “producción de una identidad manchada y ambivalente” que merece ser estudiada en todos sus detalles, al igual que otras instituciones confinadas o excluidas como “la reserva militar, el campo de refugiados y la cárcel”.

Los cuatro capítulos siguientes, hasta el IX, giran en torno al Estado penal como réplica al surgimiento y dispersión de la nueva marginalidad urbana. Según Wacquant, ante la exclusión y los desórdenes las sociedades avanzadas, del Primer Mundo, tienen tres alternativas: remendar los auxilios de bienestar, programas de protección social y asistencia pública (apoyo económico, salud, vivienda, capacitación laboral, empleo); criminalizar la marginalidad mediante la ampliación de la vigilancia policial y la represión penal de los pobres en sus territorios en un sistema carcelario en expansión; o instituir nuevos derechos sociales, subsidio básico, “que separen la subsistencia del desempeño en el mercado laboral y que conduzcan, así, a una nueva etapa en la trayectoria significativa de la ciudadanía”. En ese contexto, dice: “Afirmo que las dos primeras respuestas son contraproducentes y que, en el largo plazo, la tercera opción constituye nuestra mejor esperanza de superar las contradicciones sociales implicadas en la propagación del trabajo asalariado desocializado. Sin embargo, los Estados Unidos y posteriormente la mayoría de los países del Primer Mundo han optado por estos dos caminos, que combinan variantes del workfare y de la penalización de la pobreza, en un esfuerzo por normalizar la inseguridad social en el escalón más bajo del orden metropolitano”.

El PODER Y LOS CONGLOMERADOS DE MISERIA

Wacquant profundiza en la estigmatización de la pobreza urbana, y sin dejar de mirar hacia nuestro continente expresa: “En los países del ‘segundo mundo’ que tienen un pasado autoritario, como la Argentina y Brasil, donde las desigualdades sociales son más que marcadas y la pobreza es más profunda y más intensa que en el Primer Mundo, el aparato de la justicia penal es evadido por medio de la arbitrariedad, la desigualdad y la ineptitud: la policía no es un supresor sino un vector de violencia que opera en la base de la escala social, los tribunales actúan guiados por fuertes prejuicios de clases y etnia, y las cárceles funcionan a la manera de campos de concentración para los marginados, en tales condiciones atroces, la institución del Estado penal para contener los desórdenes engendrados por la disparidad y la marginalidad urbanas equivale a (re) establecer una dictadura sobre los pobres. La penalización de la inseguridad social es una invitación al desastre social, lo que contradice directamente el proyecto de ciudadanía democrática”. Si bajamos un poco más, hacia naciones de menor gravitación económica, como Paraguay y otros países de América del Sur y Central, la situación es peor aún por la deshonestidad del sistema penal, por la Justicia corrupta manejada por jueces venales y por la ausencia total de ecuanimidad social. Estas son en realidad las caras de una misma moneda. En una se regodean los que ostentan el poder y, en la otra, se empastan los conglomerados de miseria, infelicidad, basura, infortunio, desamparo, adversidad y hambre.

Las dos caras de un gueto es un libro que razona agudamente sobre la situación que vive hoy la humanidad con ese pensamiento crítico que, según Wacquant, es “más fructífero cuando establece un vínculo con la tradición kantiana de la crítica epistemológica y la tradición marxista de la crítica social, que permite cuestionar tanto los modos establecidos de pensamiento como las formas de vida organizativa y vislumbrar futuros diferentes del inscripto en el orden actual de cosas”. Wacquant mete el dedo en la llaga al certificar que el pensamiento crítico al ingresar en el siglo XXI se ha vuelto fuerte y débil al mismo tiempo. Refiere que su fortaleza proviene de la capacidad colectiva de investigar la sociedad y percibir la historia como un proceso que enseña; súmese a esto el influjo de pensadores como Michel Foucault y Pierre Bourdieu, además de las intelectuales feministas de diversas tendencias sociales y culturales. Por otra parte, el pensamiento crítico es débil porque permanece encerrado en el ámbito académico. También está debilitado a causa de la falsa corriente progresista “que bajo la pretendida exaltación del sujeto, la identidad, la diversidad, y la globalización, encubre su invitación a someternos a las fuerzas imperantes del mercado”.

Las dos caras de un gueto es un libro muy actual, producto intelectual de uno de los más grandes pensadores de hoy, que no escatima mirar con crítica agudeza este tiempo plagado de marginaciones e injusticias. En países donde la inteligencia tiene un lugar, el libro de Wacquant es una exquisitez para quienes manejan la política. Lastimosamente, en naciones donde la brutalidad mental es la reina de la clase política criolla, las propuestas intelectuales y las estrategias de las ciencias sociales nunca están de parabienes, ganan siempre los caciques y caudillos.

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