Los sertones del portugués salvaje

Políglota autodidacta, creyente en el poder de la transcripción del habla oral en la narrativa, explorador de la variedad de registros, el ritmo y las resonancias de las lenguas, Guimarães Rosa (Cordisburgo, Minas Gerais, 27 de junio de 1908-Río de Janeiro, 19 de noviembre de 1967), uno de los grandes narradores del siglo XX, hubiera cumplido en estos días ciento diez años. Sobre él escribe su paisano de Ninguna Parte, el poeta del portunhol selvagem Douglas Diegues.

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En una de las raras interbiús por él concedidas, Guimarães Rosa, que odiaba las interbiús, revela a Günter Lorenz su «relacionamento familiar, amoroso» con la lengua, a la que trata como a una amante querida. Y después de tantos estudios, ensayos, tesis y tratados sobre su obra, nadie ha logrado aún exponer mejor esa relación amorosa que Guimarães Rosa mantuvo con la(s) lengua(s) que el propio Guimarães Rosa. Aunque empezó a escribir ficciones en una lengua normal, un portugués oficial, como podemos verificar en sus primeros cuentos publicados en la revista O Cruzeiro, de Río de Janeiro, en la primera mitad del siglo XX, Guimarães Rosa sabía que la gramática, con su pedantería y tiranía, era una de las principales enemigas de la poesía. En vez de copiar lenguajes ajenos o mantenerse sumiso a la lengua oficial, Guimarães Rosa logró inventar una lengua propia (1), entre el portugués brasileño y el europeo, para crear, en ese ámbito lingüístico, lo mejor de sus ficciones literarias.

Pero ¿qué pensaba, de hecho, Guimarães Rosa sobre esa oposición –el portugués brasileño contra el portugués ouropeu–, y sobre su propio portugués salvaje? 

Acerca de su propio portugués salvaje, Guimarães Rosa reveló a Lorenz que nunca había entendido el motivo de tanta histeria en torno a lo que se dio en llamar «la lengua de Guimarães Rosa». «Muchos de los que han escrito tratados geniales sobre este tema, enfocando todo muy lógicamente, muy racionalmente», explica, «se han portado, al hablar de mis libros, de manera decididamente irracional». Las apariencias engañan y confunden incluso al crítico sofisticado con sus razones puristas. «Es muy simple», dice Rosa, «lo que contiene esa lengua inventada entre el portugués brasileño oficial y el portugués europeo». Primero, está la lengua como metafísica personal. Después, las singularidades filológicas, que considera ilimitadas, y, finalmente, las «variantes latinoamericanas del portugués y del español», en las que también abundan «muchas cosas irracionales (...) que no se logra comprender con la razón pura».

El portugués hablado en el lado brasileño de la frontera es para Guimarães Rosa una lengua más rica, «incluso metafísicamente», que el portugués hablado en Europa, con una importante ventaja adicional: «su desarrollo aún no se ha detenido, aún no está saturado». La incalculable riqueza del portugués brasileño, según Guimarães Rosa, deriva de razones «etnológicas y antropológicas» y de la contribución millonaria de vocablos de origen africano e indígena. «Yo, como brasileño», dice, «tengo una escala de expresiones más vasta que los portugueses, obligados a pensar utilizando una lengua ya saturada». Para generar un efecto original (el efecto Guimarães Rosa) desde una lengua propia entre las lenguas oficiales, el escritor minero (nació en Cordisburgo, Minas Gerais), considerado un mago de la lengua, se vale de un método muy suyo «que implica utilizaciones de cada palabra como si estuviera acabando de nacer», previamente limpia de las «impurezas del lenguaje cotidiano» y capaz de iluminar al lector desde «su sentido original».

Guimarães Rosa también se revela un eximio traductor a su lengua propia de proverbios y citas intraducibles de idiomas extranjeros, como el chino clásico de Lao Tsé, según ha observado el poeta mexicano Héctor Olea (2), traductor de fragmentos de las Galáxias, de Haroldo de Campos. Pero, según Guimarães Rosa, no es más que el «aspecto metafísico de la lengua» lo que permite que su lenguaje sea tan particular. «La lengua y yo somos una pareja de amantes que procrean enamoradamente», explica, aclarando la naturaleza de su relación con el lenguaje, sin importarle que le sean negadas las bendiciones eclesiásticas y científicas.

Para Guimarães Rosa, la lengua y la vida son una sola cosa. Por eso dice que los que no hacen del idioma «el espejo de su teko eté, su verdadera manera de ser, no viven».

El idioma, para Guimarães Rosa, es «la única puerta al infinito»; pero, lamentablemente, está «oculto bajo una montaña de cenizas».

Además de utilizar las palabras como si «acabaran de nacer», Guimarães Rosa admite inclusiones de ciertas particularidades dialécticas de su región, los sertones salvajes del fondo de las periferias conocidas-desconocidas del territorio brasileño, y también vocablos de otros idiomas. En una carta a Edoardo Bizarri (5), su traductor italiano, Guimarães Rosa revela con cuántos vocablos de diferentes lenguas ha inventado la palabra «Moimechego»: Moi (francés), Me (inglés), Che (guaraní), Ego (latín)...

Le preocupa el estado del idioma «bajo la influencia de las ciencias modernas». Pero le alegra tener, en cuanto escritor, a su disposición «el magnífico portugués casi olvidado de los sabios y poetas de la época de los escolásticos de la Edad Media, tal como se lo hablaba en Coimbra, por ejemplo».

La lengua inventada de Guimarães Rosa puede ser entendida como un portugués salvaje muy peculiar, pero que llega al lector fusionado en un mix de elementos que no son propiedad exclusiva del autor, sino que son «accesibles igualmente a todos los demás».

Igualmente, poco le importa: es un escritor que viene de los sertones brasileños, sertones que, según el propio Guimarães Rosa, en carta a Paulo Dantas (3), cruzan la frontera y se pierden en las selvas paraguayas...

Por su origen, el sertón profundo, la falta de reconocimientos o legitimaciones no llega a constituir motivo de preocupaciones. «Mi amante es más importante para mí» (4), afirma Guimarães Rosa, en medio de los vientos primitivos del futuro que se mezclan con los vientos de los orígenes del lenguaje, enamorado forever de su amante, la lengua amada en la que podemos leer sus impagables ficciones (6).

Sanja Puytã / Sanga Puytã 

En los años 50, Guimarães Rosa hizo un gran recorrido de la zona de la frontera entre Brasil y Paraguay. Pasó por Ponta Porã y por Pedro Juan Caballero. Los registros de ese viaje a caballo están en la crónica Sanga Puytã, recogida en Ficção Completa de Guimarães Rosa (Volumen 1, Editora Nova Aguilar, 1995).

En el ámbito de las lenguas de la frontera salvaje, lo que más impactó a Guimarães Rosa fue el nombre «Sanga Puytã», compuesto por palabras del portugués y del guaraní. El mix aberrante, que horroriza a Roa Bastos, encanta a Guimarães Rosa. Y si para Roa Bastos el yopará es una jerigonza despreciable, a Guimarães Rosa el yopará de Sanga Puytã le parece un nombre encantado, «nombre encarnado mojado, cosa de nunca vista flor».

«Volviendo del norte, pasa por nuestra última mirada aún la pequeña ciudad de Sanja Puytã, al borde de un campo con cupi’í y pastos quemados, entre árboles que el viento deshoja. Se dice que su área es más chica que la del cementerio. Apenas la gente piensa que el viaje fue hecho solamente para recolectar ese nombre encarnado mojado, cosa de ni vista flor». 

(João Guimarães Rosa, en las últimas líneas de la crónica Sanga Puytã, «Ave, palavra»; Río de Janeiro, Nova Aguilar, 1994.)

Notas 

(1) La lengua propia es para Proust, según señala Gilles Deleuze en el prólogo a Critique et Clinique (París, Les Éditions de Minuit, 1993), la lengua que un escritor inventa dentro de la lengua en la que (se) escribe: «El escritor, como dice Proust, inventa en la lengua una nueva lengua, una lengua de algún modo extranjera. Trae a la luz nuevas potencias gramaticales o sintácticas. Arrastra la lengua fuera de sus surcos rutinarios, la lleva a delirar».

(2) Héctor Olea en Matéria mater-matéria 1974-1986, São Paulo, Massao Ohno Editor, 1986.

(3) Paulo Dantas, Sagarana Emotiva, São Paulo, Duas Cidades, 1975.

(4) Todas las citas de Guimarães Rosa proceden de la interbiú histórica que concedió al alemán Günter Lorenz, incluida en Ficção Completa de Guimarães Rosa, Volumen 1, Editora Nova Aguilar, 1995.

(5) João Guimarães Rosa: Correspondência com seu tradutor italiano, Edoardo Bizzarri (T. A. Queiroz, 1981).

(6) Para conocer mejor el tema de la oralidad en la escritura de Guimarães Rosa se puede consultar O discurso oral em Grande sertão: veredas, de Teresinha Souto Ward (São Paulo / Río de Janeiro, Duas Cidades / INL / Fundação Nacional Pró-Memória, 1984), así como diversos estudios disponibles en el sertón virtual.

douglasdiegues@gmail.com

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