Misterios de la Noche de San Juan

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LOS PRIMITIVOS TERRORES DEL INVIERNO

Desde la Antigüedad, cuando llega al hemisferio norte el solsticio de verano, que es el anuncio del temido invierno, se encienden antorchas y hogueras para asegurar que el frío pase y que el Sol regrese, porque desde el 21 de junio las noches cada vez serán más largas, y las sombras más densas, y los días más cortos, y más débil la luz hasta que, con el próximo solsticio, el Sol resucite, y todo el universo y la naturaleza resuciten con él, y por este año haya pasado una vez más el peligro.

Los juegos, las llamas, el resplandor del fuego en medio de las tinieblas de la Noche de San Juan dan al Sol más fuerza para que vuelva al cabo de los temidos meses de frío que se inician. Difícilmente podrán imaginar los habitantes de Paraguay los terrores de la intemperie en los inviernos del otro hemisferio bajo un frío sol inerte y como de metal gris, el íntimo saber de la flaqueza propia entre el cierzo y la helada, lo endeble que se sabe un bípedo implume a más de lampiño cuando en este punto de su ciclo anual el Sol se debilita y muere, y deja desamparado el universo.

Cuanto teólogos y filósofos han dicho del vacío del alma pecadora alejada de la plenitud ontológica porque no puede ver al Creador, cuanto los grandes nihilistas han escrito con terrible brillo de la muerte de Dios, cobra todo su sentido, aunque suene prosaico lo que digo, cuando, despistado, descubre uno, tiritando, que se ha alejado sin darse cuenta de todo refugio conocido y que ya cae raudamente la noche y empieza una lenta e implacable nevada.

PESADILLAS, POEMAS Y MITOS

Del suelo primitivo de esta experiencia elemental alzan el vuelo siniestras creaciones; de ese instintivo terror y sus pesadillas se han hecho poemas y mitos.

Entre las ficciones que devuelven, al que ya lo conoce, ese escalofrío físico y a la vez más que físico (pues sugiere la muerte, y la muerte humana nunca es algo solo físico), The Game of Thrones recrea verosímilmente, y logra hacerlo en nuestro térmicamente acondicionado siglo XXI de ubicua calefacción, los espectros del ancestral temor a las amenazas de los largos meses de invierno.

«Ay, mi dulce niño de verano. ¿Qué podéis saber vos del miedo? –le dice su anciana niñera al pequeño niño inválido de la casa de Stark– El miedo es para el invierno, cuando caen treinta pies de nieve y el viento aúlla gélido desde el norte. El miedo es para la larga noche, cuando el sol oculta el rostro durante años enteros, cuando los bebés nacen, viven y mueren en la oscuridad, cuando los huargos están famélicos y recorren los bosques los caminantes blancos. Esa es la época del miedo, mi señor».

LOS RITMOS DEL COSMOS

La Noche de San Juan llena de juegos, cantos, juergas y fuego pueblos, barrios, ciudades de España (e Inglaterra, o más bien el Reino Unido, y Europa en general), y, con un sentido solsticial no menos profundo y misterioso, aunque propio y diferente, tratándose del otro hemisferio, también de Paraguay. Para entender el poder de los ritos, nosotros, esquemáticamente «realistas» y triviales urbanícolas, hemos de tener en cuenta (oso teorizar así por años de reflexión filosófica, aunque mis enemigos prefieran verlos como años de silbar, fumar, comer pororó o mascar chicle con la mirada perdida mientras pateo latas por la calle) que para la capacidad fabuladora, para la facultad cosmogónica originaria, la que gesta y forja civilizaciones, fenómenos como el solsticio no los celebran solo los hombres, sino que, puesto que comprometen visiblemente los ritmos del Cosmos, los celebran las fuerzas de la naturaleza misma y los propios astros.

Son fiestas tan antiguas como la humanidad, como sus miedos más arcaicos y sus alegrías más hondas y viscerales: alguna vez se temió realmente que el sol muriera, o que no recobrara su calor y su fuerza, y el triste escalofrío de la instintiva angustia biológica ante el peligro de la muerte física abrió el abismo de la sensibilidad a otras angustias, las de lo fatal, la finitud y el absurdo, y generó la réplica vigorosa del placer de estar vivo pese a todo.

ESPECULACIONES ETNOHISTÓRICAS

El Sol nace cada día y muere cada noche, pero además se robustece o mengua a lo largo del año. Esto, como todo lo relevante para la fertilidad de la tierra, la siembra, la cosecha, etcétera, supongo, por lógica, que fue observado desde la revolución agraria del Neolítico; además hay un montón de megalitos neolíticos con orientación solsticial, según he leído mil veces; la última, por ejemplo, en Records in Stone, de Ruggles (Cambridge, 1988). Orientación a uno de los dos solsticios, claro (el cromlech de Stonehenge se orienta al de verano, por ejemplo); presumo que según eso varían el sentido y la función del megalito.

¿Por qué presumo que varían?

A partir del solsticio de invierno, los días son cada vez más largos, y en esas fechas se celebra eso: el regreso del Sol, el triunfo sobre el frío, las tinieblas, la muerte.

Sucede que en Paraguay San Juan es en ese momento. La fiesta original, no; pero esta, la del Sur, sí. Por eso es la misma y es otra. Es la fiesta que saluda el regreso del Sol cuando al ver a alguien cruzar el tatapÿi ári jehasa veo el rito quijotesco, irreal, del imposible triunfo sobre la muerte: veo la voluntad, que, como indicó Schopenhauer, es siempre en última instancia voluntad de vivir, desafiando al peligro y derrotándolo. Es el orgullo de Ovidio en los Fastos: Certe ego transilui ter in ordine flammas. «Yo he atravesado tres veces, ciertamente, las llamas».

Si estuviéramos en España, de donde viene la fiesta, celebraríamos ahora el solsticio de verano. Pero en ambos solsticios, el del Norte y el del Sur, lo que importa es el Sol. En uno se asegura que resucite y vuelva; en otro se saluda su retorno, el de la vida, relacionada de modo profundo y elemental con la tierra y la cosecha. Esto me lleva a inferir un posible sentido oculto que explicaría por qué hay en San Juan tantas adivinanzas sobre la vida amatoria. Un sentido oculto de la Noche de San Juan que ligaría mágicamente la fertilidad del campo y la humana.

Sería de paso ese un factor adicional que explicaría por qué los hombres muestran su valor y su fuerza en los juegos, pues en una fiesta que exalta el amor y la vida el alarde viril parece parte natural de los rituales.

En nuestro país, como es por demás obvio, el lívido fantasma del invierno no cruza las noches ni atormenta con malos sueños a nadie; al San Juan español del solsticio de verano replica el revés simétrico de un San Juan del otro solsticio, y la Noche de San Juan en Paraguay tiene así una luz distinta de la de otros sanjuanes, la luz de un placer feroz, perfecto, bárbaro, la luz alegre, salvaje, sulfúrea y desatada de las carcajadas y el barro, una luz nocturna potente, invencible, en bruto, triunfal y absolutamente viva, encantadora y loca.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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