Poesía que responde a la realidad. Sobre el libro Preguntas mal hechas, de Eduardo Quintana

Las aristas de este poemario son cambiantes y los tonos traen consigo cierta muestra de interrogación. Y esta se da a entender al romper la piel de la estructura lineal para tocar, entre tantas búsquedas, el apasionamiento inquisitorial, porque a veces la vida golpea y arroja nubarrones para que no podamos ver la cara de nadie, ni siquiera la nuestra.

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En ese sentido, en este libro hay un ritmo persistente: semblanza de decepción, hambruna por seguir repicando y capturando en los espejos aquellas imágenes que van construyendo la visión del poeta. No es fácil desentrañar el mundo que percibe Eduardo Quintana. De su universo salta la emisión y la construcción de palabras hechas con un prisma existencial que burila bajo la perspectiva del discurso intermitente, rudo a veces, para expresarnos: aquí estoy con estas preguntas a cuestas.

Pero las respuestas llegan del mismo autor, quien, a quemarropa, ofrece sus ramificaciones, es decir, da vueltas alrededor del mismo fuego y, quemándose las manos, parece elevar toda su energía a fin de ahuyentar a aquellos espíritus que no se animan a golpear la puerta y averiguar en qué dirección sopla el viento.

A veces, una sombra camina en cada poema, está más allá de la palpación pero más acá del respirar onírico que acostumbra a madrugar en las almas. Cuando se habla de Preguntas mal hechas, no se sabe en realidad si son así o si verdaderamente todas las que a veces planteamos están mal planteadas, negadas a un vuelo que busca desatar aventuras para hacernos mirar con mayor claridad el poder del Sol sobre tantas soledades.

Generalmente, nos arrojamos rendidos ante la expectación universal que busca aquietar nuestros miramientos; seguramente por eso la explosiva indagación del poeta golpea y salta para capturar la luz, aunque la misma se sumerja en un mar de profundidad ignorada.

Todo apunta a leer y releer la propia memoria, en el mismo circuito de respuestas gastadas y actitudes quebradizas. El sueño también toca la indagación, aunque la realidad es perspicaz y aúlla como cansándose una y otra vez, a cada paso, a cada minuto, de floración que revolotea para desprenderse.

Cuando la palabra, la poesía, responde a la realidad porque descubre (a través de ella) la heterodoxia que nos encamina, es posible aseverar que se está alcanzando un grado de respuesta a las expectativas. Es lo que plantea Eduardo Quintana en esta actividad de sentir, pensar y escribir, trilogía justa para el despliegue de una acción que no esconde su rostro, que no empaña su candor. Vicente Aleixandre recordaba a Gerardo Diego aquella frase: «Jóvenes, no sintáis; observad». Consejo más que interesante también para nuestro autor, quien pasó de la observación a la dialéctica del movimiento, a la producción poética que nos dice muchas cosas en el páramo de soledad o entre la multitud que siempre busca hallar su propio rostro en la aventura.

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