Respirar por la herida

«Ladies and Gentlemen!», anunció la cantautora islandesa Björk al alba de este (aún) flamante año, «estoy muy orgullosa de anunciar mi nuevo disco, que saldrá en marzo. Se llama Vulnicultura». Pero hace apenas unos días los medios estallaron: ¡Noticia bomba! Vulnicultura (completo) se filtra en streaming. A sumergirse en su música partió el autor de este artículo.

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El tejido pierde continuidad y tiembla. Expuesto a una agresión, el cuerpo vivo expresa los signos del trauma; el más pesado de los dolores, por una vez. La herida es de gravedad en extensión y profundidad y reclama cura. Pero antes que su cobertura como primer auxilio, es preciso manifestarla, auscultarla para mejor comprenderla. Porque la reacción previsible es el lamento. Pero es preciso respirar por ella.

Una voz con la amplitud de los acontecimientos deslumbrantes, Björk conjuga la temperatura y las texturas de los desastres naturales que aúnan belleza devastadora e inteligencia de intérprete. En el sentido no estrictamente musical del término, esta inteligencia se ha expresado en un cómodo y a la vez desconcertante movimiento en múltiples regiones fronterizas: en el espacio de la música pop (ella prefiere el término folk), ha coqueteado con los registros más experimentales de la música contemporánea (desde la música erudita y académica, pasando por la música electrónica, hasta el diálogo con sonidos populares de diversas regiones del mundo que músicos como ella, procedente de Islandia, esparcen en su devenir migrante). Se ha movido en las fronteras del género, articulando registros en apariencia incompatibles, pero también ha administrado las dificultades de ser mujer y compositora en una escena sexista, teniendo que defender la autoría de sus canciones y arreglos, cuyos créditos muchas veces han sido adjudicados a sus colaboradores masculinos.

El aspecto visual ha preocupado a Björk desde sus primeros trabajos, y tanto las fotografías de sus booklegs como sus videoclips, para los cuales ha contado con la colaboración de destacados fotógrafos y cineastas, como Michel Gondry, suponen una suerte de traducción de sonido a imagen; su último disco, Biophilia, fue difundido también en formato de aplicación para pantallas táctiles, suponiendo una nueva forma de experiencia de la música, en términos táctiles y visuales. Pero en la próxima muestra individual de la artista en el MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), lo que el curador Klaus Bisenbach pretende es que lo central sea la música. ¿Cómo colgar canciones en las paredes de un museo? Según el curador, esta exposición cambiará la manera en que la obra de un músico se expone en un espacio museístico. Con auriculares puestos, los visitantes podrán recorrer la historia de los sonidos de esta cantante y compositora, hasta llegar a una pieza central, la canción Black Lake de su último álbum.

Desde su primer disco solista, Debut, Björk ha recogido lo más interesante que ocurría en la música underground de principios de los noventa en Gran Bretaña, y lo ha conjugado con algunas composiciones adolescentes que, en términos melódicos, son bastante subsidiarias de la música folclórica islandesa. Sus discos posteriores constituyen una experiencia visual a través de una saga personal en la que ella representa un personaje cambiante: desde la virginal recién-llegada de Debut, una niña sale del bosque encantado para conocer la ciudad y sus habitantes; termina consumiendo la ciudad y es consumida por ella en Post; agotada por lo mucho que la ciudad monstruosa le exige, en Homogenic se convierte en una guerrera que empuña las armas de un personal romanticismo nacionalista de la mano de cuerdas clásicas y beats volcánicos amenazantes; el llamado a la calma y a una cierta reconciliación personal aparece en Vespertine, con una búsqueda intimista a través de sonidos microscópicos y un coro angelical y sus letras más líricas; el extraterrestre siente en la carne la pulsión maternal, y en Medúlla la expresa a través de un disco inquietantemente visceral y estrictamente vocal; mientras en Volta la pulsión central es la de una justicia social, en Biophilia esboza un acuerdo entre el microcosmos y el macrocosmos (desde los movimientos intracelulares hasta las traslaciones en el Universo). Vulnicura es la expresión de la victoria de lo humano sobre lo extraterrestre en Björk, de lo humano sobre la máquina: es posible leerlo desde la portada del álbum, en la que el personaje ideado por Björk tiene el aspecto ambiguo de un androide futurista y una estampa del Sagrado Corazón de María, con una herida de apariencia vaginal en el pecho y un aura de capilares rutilantes: el cuerpo androide ha conocido el dolor humano. Pinocho llora de desamor.

Del latín, Vulnicura significa «curar las heridas». En clave de diario personal, con letras en las que la segunda persona es hegemónica, Vulnicura puede ser leído como la documentación epistolar del trauma, de la pérdida de una continuidad que supone la herida. Este disco es el registro de una disolución traumática y vulgar: la de una familia, la de una pareja. Diseñado musicalmente a partir de la experiencia tecnológica de Biophilia, los grandes temas tratados en su álbum anterior desaparecen, y por primera vez Björk desarrolla con tal primacía un único y común tema: el amor. La dificultad de escribir sobre algo hartamente tratado como el dolor de una ruptura amorosa no impide que la experiencia sea intensa: en el futuro seguiremos hablando de amor. Vulnicura es también el álbum de un retorno en términos sonoros: el regreso de Björk a la interferencia entre cuerdas y beats electrónicos, para lo cual ha contado con la colaboración de un joven venezolano de tan solo veinticinco años, Alejandro Ghersi, que produce bajo el nombre «Arca» y que ha trabajado con la compositora en una relación de maestra-alumno, explorando los archivos sonoros rítmicos que Björk ha compuesto en las últimas décadas y agregando asimismo algunas contribuciones propias; y para las mezclas finales contó con la colaboración del británico The Haxan Cloak (Bobby Krlic). En términos de composición, Vulnicura posee los arreglos más complejos que Björk haya compuesto jamás. Es, paradójicamente, el álbum del retorno de su voz luego de una compleja cirugía para extirpar unos tumores en sus cuerdas vocales, que en su última gira le había obligado a suspender varios conciertos debido a la imposibilidad de cantar.

La película Drawing Restraint 9 (2005), del artista visual Matthew Barney, podría constituir una suerte de matrimonio artístico entre él y Björk, que compuso la banda sonora de la misma (de hecho, un posible argumento de la misma es la celebración de un matrimonio entre dos extranjeros, interpretados por ambos artistas, en un ballenero japonés, en torno a extraños rituales de pesca y procesamiento de cetáceos). Vulnicura sería, entonces, una carta de divorcio a partir de la ruptura entre ambos, pero una carta unilateral. En esta carta, lo que Björk documenta no es su sabiduría frente a sus heridas, sino una intuición de que su conocimiento y comprensión son la clave necesaria para poder curarlas. La expresión de este dolor no es miserable ni suplicante, sino que está signada por un halo de responsabilidad y madurez. Las letras pasan por las reacciones frente a momentos de claridad en las primeras canciones hasta el deseo de preservar las heridas, como en Notget, donde dice «no suprimas mi dolor, es mi única oportunidad de sanar».

«¿Hay algún lugar donde pueda velar la muerte de mi familia?», se pregunta Björk, en un tono entre inocente y fúnebre, en su canción Family, donde expone la belleza en la disolución de una forma perfecta, el triángulo de los padres y los hijos, ahora con dos de sus puntos incomunicados. Al final de Family se escuchan las jeringonzas que caracterizan sus canciones y que suelen aparecer como una forma inexpresiva e indescifrable de lamento (como en el clímax de Pagan Poetry), y que la artista considera una forma menos coercitiva de componer melodías, sin la restricción rítmica de la letra.

Acaso la canción que más te ha conmovido es la sencilla History of Touches. Con un motivo melódico que se repite a lo largo de la canción, y tintineos electrónicos con súbitas irrupciones de graves, Björk habla sobre las posibilidades y dificultades de coexistencias temporales. Frente a la amenaza en la continuidad de dos sujetos viviendo a un mismo tiempo, la canción da cuenta de todo aquello que está presente en un mismo momento de contemplación: es el peso de los significados y de la memoria que permiten que en un mismo toque a medianoche estén resumidos todos los toques previos. «Cada archivo comprimido en un segundo». Pensás en los agujeros de gusano por los que viajás en el tiempo cada vez que en una habitación de hotel te encontrás con tu pasado. Cada simple toque, «cada simple garche que hemos tenido juntos» están con nosotros en este momento, dice Björk, cuando se despierta en medio de la noche, como expulsada de un sueño a ese extrañamiento provisional del tiempo. Pero, ¿acaso no suena Björk siempre a ese extrañamiento temporal y a esa comunicación en apariencia incongruente entre sonidos que parecen sustraernos a sonidos del pasado y a sonidos futuristas al mismo tiempo?

Vulnicura nos comunica ese peso del tiempo, en las horas en las que la reflexión sobre el tiempo parece urgente, cuando la ruptura de una continuidad en la historia común es también el apodo de la escisión del tiempo. Cada incisión puede renovar la herida, pero también la libera de cuerpos extraños. Antes que atormentar el ánimo es posible que el tejido se regenere. Vulnicura es la dislocación de funciones: la herida por la que se muere, es también la herida por la que se vive. La herida a través de la cual se nos va la vida, es también la herida por la que se respira.

damiancabrera@usp.br

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